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¿Qué hacer ante los cierres?

28/05/2020 | Actualidad

Viene una ola de cierres de plantas y fábricas. Boeing anunció 7000 despidos solo en EEUU. En Argentina ya preparan el camino. En España, después de más de un año pidiendo subvenciones al estado, Alcoa anunció el despido de 534 trabajadores. Nissan después de negociar con el gobierno decidió cerrar definitivamente su planta de Barcelona dejando en la calle a 3000 trabajadores. Son ejemplos de un fenómeno que se está dando en todo el mundo. ¿Qué hacer frente a un cierre?

No picar en la trampa de la rentabilidad. Los sindicatos vendrán indefectiblemente con el discurso de que «la empresa es rentable, no hay que cerrarla» o su simétrico: «hay que negociar las condiciones del cierre, sin rentabilidad la empresa no es viable y si no es viable no hay trabajo». Una larga experiencia de «reconversiones» y crisis industriales en los 80 y 90 y de puestos de trabajo agonizantes después nos dice que en el mejor de los casos eso acaba en prejubilaciones para los mayores, despido para los demás y si aparece alguna subvención estatal, una agonía de subastas a la baja de las condiciones laborales para el puñado que quede trabajando con la excusa de mantener un mínimo de producción.

Es la radicalización del discurso con el que los sindicatos intentan llevar todas las huelgas al puerto, seguro para ellos, de la esclavitud de las necesidades humanas a la rentabilidad de la empresa. Pero la rentabilidad de los capitales invertidos en la empresa no es nuestro problema. Y de hecho, si los gobiernos hacen el gesto de intervenir es porque esa idea de que «es un problema de empresa», es básicamente una ilusión.

Las empresas son aplicaciones de ‎capital‎. Y desde el punto de vista del capital el «tejido empresarial» es un sistema de vasos comunicantes. Un sistema que iguala los resultados del dinero invertido en función de su participación sobre el total del capital nacional, favoreciendo las aplicaciones que explotan más eficientemente a los trabajadores y penalizando las que menos. Las ganancias y las pérdidas son las señales por las que los grandes capitales se guían para moverse continuamente de unas a otras. Cuando nos dicen que una planta o una fábrica «tiene que cerrar» nos están diciendo en realidad que si la cierran esperan aumentar su atractivo para las inversiones que, en caso contrario, se irán a otro lado apoyando en cada momento a las empresas que mejor nos exploten. Nos pueden vender que la contabilidad de una planta o una empresa es una ley de hierro, pero no es verdad. Lo único que dicen las pérdidas es que esa aplicación concreta del capital, que es el dueño colectivo de todas las empresas, ha dejado de aportar a la ‎acumulación‎ que es el objetivo del sistema.

Que cierren o no, al final es una cuestión de correlación de fuerzas. Igual que cuando después de negar las reivindicaciones de los trabajadores porque «harían posible la rentabilidad» acaban cediendo, normalmente con intervención del estado. Lo vimos hace poco en la huelga de ferroviarios de la alta velocidad francesa. Cuando la correlación de fuerzas favorece a los trabajadores -lo cual ocurre porque se quitan de en medio a los sindicatos como pasó en Francia- las «soluciones» aparecen. Que lo hagan con créditos, subvenciones o nacionalizaciones, como proponen ahora varios diputados, es también y por lo mismo su problema, el del capital. La forma en que se hace cargo de sus propios destrozos cuando se ve superado por los trabajadores, cómo arregla su sacrosanta contabilidad, no es nuestro problema tampoco.

Lo que modifica la correlación de fuerzas es tomar el control de la huelga en asamblea y extender la huelga. Mientras los problemas queden confinados a una planta o una empresa, el capital no tiene de qué preocuparse. Es un problema local que resolverán sus gestores locales que para eso les paga y luego recolocará en otras empresas. Cuando la cosa empieza a cambiar es cuando las huelgas se expanden de una a otra. Ahí es el capital en su conjunto el que sufre. Pero hay otro rompeolas: los sindicatos. Mientras los sindicatos mantengan el mando, las luchas estarán enclaustradas. Cuando no tengan más remedio montarán el paripé de una huelga sectorial, incluso de una huelga sectorial nacional.

La extensión no va de eso. Va de que la asamblea de todos los trabajadores tome el mando superando al comité de empresa de los sindicatos y sus políticas de contención y aislamiento. Se trata de que la asamblea y la lucha de empresa se conviertan en una asamblea permanente abierta a todos los trabajadores afectados por despidos y cierres y a todas las plantillas que se unan, mediante huelgas, en otras empresas, sean del mismo sector o no. Se trata de convertir una lucha de empresa en una lucha de clase. Es la única manera en la que el capital se ve forzado a hacerse cargo como un todo... y recular.

El barrio también es parte de la lucha. El covid ha acelerado la crisis. Millones de trabajadores han perdido el trabajo en todo el mundo. Muchos de ellos son trabajadores de pequeñas empresas, temporales y precarios. Ahora es evidente que el trabajador que pasó «toda una vida» en una gran empresa no va a tener mejor trato ni puede esperar nada. Su trabajo es mercancía y ahora mismo el capital no sabe cómo usarla para producir más beneficios, que es su lógica y su objetivo. Encerrar las luchas en la planta, la fábrica o la empresa es un error que nos aísla. Los intereses del trabajador con ERTE, del precario que quedó en paro, del camarero que no tiene dónde ir a trabajar son idénticos a los del trabajador industrial, el administrativo o el contable. ¿«Nos dejan en la calle»? Encontrémonos todos allí y hagamos asambleas en los barrios también.