¿Qué hace una organización comunista?
¿Qué hace a una organización política válida para la lucha de clases?
Que la función de los comunistas en la lucha de clases es servir de fermento al desarrollo de la consciencia, no lo niega casi nadie. La consciencia de clase se desarrolla en dos dimensiones: por un lado a base de acendramientos que tienen lugar en los grupos políticos que expresan al movimiento en general, tiende a hacerse más profunda, a comprender mejor el momento histórico, a perfilar los límites posibles de la táctica, etc. En pocas palabras: la consciencia se desarrolla como programa. Pero el programa comunista es una guía para la acción, no el programa de mano de un espectáculo que se contempla desde la tribuna. El programa es una herramienta para la segunda dimensión de la consciencia de clase: su extensión, su integración en la práctica de las luchas de la clase.
Tanto en un sentido como en otro, la consciencia va a la zaga de la práctica de la propia clase. El programa avanza a partir del acendramiento que sigue a cada expresión revolucionaria de la clase, afilándose tras cada derrota desde 1847. Y en el conjunto de la clase, en sus luchas concretas, la consciencia se hace tanto más profunda conforme va siendo necesaria para entender el camino que las propias huelgas y movilizaciones concretas van trazando para no ser derrotadas y dar un nuevo paso adelante.
Por tanto, si la organización política no es útil al desarrollo concreto de las luchas, difícilmente puede serlo a la consciencia. Si cuando, entramos en huelga con nuestros compañeros o cuando en nuestro barrio o ciudad los trabajadores se movilizan contra el deterioro de las condiciones de vida y trabajo, solo aportamos la perspectiva comunista, la abolición del trabajo asalariado, en el mejor de los casos seremos una organización moralizante, dedicada a promover la moral comunista. No hace daño, de hecho es un aporte importante y necesario, pero tiene trampa: si interiorizamos que nuestra función es promover la difusión del objetivo comunista sin participar del desarrollo de los medios y medidas necesarios para alcanzarlo, acabaremos concluyendo que la abolición del trabajo asalariado podría hacerse «de a una»... pero nunca se acaban de dar las condiciones. Nos habremos convertido en «utópicos»1. Y es que las condiciones que hacen posible la abolición del capitalismo son todas esas medidas que las luchas deben tomar para poder desarrollarse, todas esas reivindicaciones cuya realización los trabajadores van tomando en sus propias manos. Lo que es aún peor, perdido el nexo entre la lucha concreta y su objetivo, acabaremos sin distinguir la expresión de clase de su encuadramiento estatal. Nuestro centro ya no estará en las luchas, sino en cualquier lugar donde los trabajadores se agrupen o sean agrupados, no para sacar adelante acciones -un programa- que transforme y niegue su situación, sino para representarse, en el mejor de los casos, como «identidad obrera» inoperante: desde una procesión sindical a una manifestación feminista o una «huelga fake» nacionalista.
El contenido determina las formas. De la idea clara de que «intervenir en la clase» no es simplemente difundir la moral comunista, se deriva que el ideal de intervención no es tampoco colocarse a la puerta de cada fábrica o empresa en huelga. Puede que no haya otro remedio en ciertos momentos, pero ese «intervenir desde fuera» es la imagen de la debilidad misma, por no decir de la desesperación. Fue el resultado y la estampa que nos dejaron la fragilidad y el debilitamiento de las luchas de finales de los 70 y 80. Esta debilidad se convirtió en la de unas organizaciones políticas de clase magras, incapaces de nutrirse con la vanguardia que, en las empresas y los barrios, promovía el avance de las luchas. De lo que trata la organización política de clase es de agrupar y acendrar a esas vanguardias que aparecen en cada lugar de trabajo y en cada espacio en que la clase intenta dar respuesta a la agresión permanente del capitalismo. Por eso el primer objetivo de cualquier organización política de clase es organizarse en los lugares donde van a aparecer las luchas: los centros de trabajo y los barrios. ¿Cómo si no va a poder ser la parte más consciente del propio movimiento? ¿Cómo vamos si no a aportar a las asambleas que organicen cada discusión y lucha concreta? El objetivo de la organización no es «ir a la puerta de la fábrica», intervenir «desde fuera», sino «estar ya dentro», expresar organizativamente y aportar al acendramiento de la vanguardia que empuja las luchas en cada empresa y barrio.
Notas
1. «Postular la revolución comunista, incluso flanqueada por la abolición del trabajo asalariado, no pasa de ser noción borrosa, aún suponiéndola –esperanza vana en el mundo presente– compartida por la mayoría. Porque la eliminación del salariato en cuanto objetivo directo una vez arrancado el poder al capital, está lejos de ser un acto único, cual la abolición de las leyes del mismo o el desmantelamiento de su armatoste estatal. Se descompone o subdivide en una serie de medidas, de cuyos efectos inmediatos y mediatos resultará la dicha eliminación, estructura social básica de la sociedad comunista. Las principales medidas, las más transcendentes se desprenden de la situación actual de la clase, de sus posibilidades máximas en contraste con un capitalismo apabullador y decadente, ya sin derecho a la existencia. ¿Donde, en qué sino en la formulación y defensa de las mismas cerca del proletariado puede aparecer la consciencia de una organización revolucionaria? Se condenan al bullicio inocuo, cuando no al charlatanismo, las tendencias que rehuyen hacerlo, cualquiera sea su cuantía numérica». Acendremos Camaradas, 1975.