¿Qué está pasando en Portugal?
Hace poco más de dos años que llegó al poder en Portugal una coalición de izquierdas, el gobierno de la «geringonça», formado por el Partido Socialista (PS), el Bloco de Esquerda (BE), los ecologistas y el Partido Comunista de Portugal (PCP). Con este equilibrio se logró lo que la prensa internacional llamó «la salida de la crisis»: reducción de déficit y deuda del estado hasta los parámetros de la «austeridad» exigidos por la UE, un aumento del PIB -que parece ahora revertirse- y una cierta reducción del desempleo sostenida, como en España y Grecia, por el descenso de unos salarios que ya eran bajos -676€ de SMI- y la generalización de la precariedad.
El «milagro» tiene poco de milagroso. Eso sí, la burguesía portuguesa se siente feliz de haber sobrevivido al mando después de tener que ceder terreno a los imperialismos «amigos» como nunca hasta ahora. En los primeros años de la crisis tuvo que aceptar en sus consejos de administración a la cleptocracia angolana y lavar su dinero. Consiguieron recuperar una cierta tranquilidad solo tras ceder el grueso de su banca al capital español (Santander y La Caixa) y aceptar que las inestabilidades propias del imperialismo angolano se tradujeran en la contabilidad nacional. También han tenido que ceder algunas de sus mayores compañías al capital chino -despertando las alarmas de la UE... Eso sí, que otros imperialismos «mordieran» en casa, no quitó para que el capital portugués dejara de intentarlo también. No solo en Mozambique -con Mota Engil a la cabeza- o Cabo Verde, sino incluso sacando algún contrato para la reconstrucción de Siria. Con un estado tan debilitado que depende de España para promocionar su turismo, asegurar los riegos en sus principales regiones agrícolas e incluso apagar los incendios, la mezcla de aventuras imperialistas y desventuras accionariales del capital portugués es la viva expresión de la imposibilidad de desarrollo independiente del capital nacional en la Europa -y el mundo- de hoy.
Los trabajadores vuelven a la escena
Mientras la pequeña burguesía, muy afectada por la proletarización en un país que ha sufrido «los ajustes» como pocos, se agita cada vez más, los trabajadores comienzan a movilizarse. Como en otras partes de Europa, vuelven las huelgas... y con ellas los sindicatos, tratando de encuadrar las luchas. Las reivindicaciones básicas son la descongelación salarial, los pagos atrasados e incluso aumentos salariales, como ya vimos en la huelga del personal de Ryanair en Semana Santa.
Lo significativo es que la combatividad está ahí de nuevo, campeando en huelgas de ferroviarios que luchan por subidas salariales, estibadores, profesores y funcionarios del estado. Estas luchas dan señales de una tendencia endógena a la extensión entre sectores por encima de los convenios y los sindicatos. Es decir, las cuestiones no resueltas en las olas de luchas que recorrieron el mundo desde los sesenta a finales de los ochenta, se están planteando de nuevo, casi desde el primer momento, aunque de una forma muchas veces confusa.
Como en todo el mundo, los trabajadores portugueses necesitamos, más que nunca, dotarnos de organizaciones políticas propias que sirvan para desarrollar la conciencia de clase y unificar y extender las luchas. Por desgracia, en Portugal, la debilidad, la represión y el aislamiento nacional de los trabajadores durante el siglo XX no permitieron la aparición y supervivencia de minorías internacionalistas cuyo trabajo nos sirva hoy de base para enmarcar la experiencia concreta de las luchas pasadas en su marco global. Queda un trabajo inmenso por hacer.