¿Qué está pasando en Argentina?
Todo apuntaba a que el capitalismo argentino sería uno de los primeros en sufrir las consecuencias de la guerra comercial. En toda América del Sur, pero en general en todo el mundo, los países «especializados» en un tipo determinado de exportaciones en el mercado mundial comparten un modelo que, a grandes rasgos, consiste en asegurar la rentabilidad del capital nacional en su conjunto a base de gravar con impuestos al sector exportador y subvencionar con ello la siempre renqueante industria orientada al mercado interno. El «modelo» no puede ser más sensible a los precios internacionales, los tipos de cambio entre divisas, las guerras comerciales y las tormentas monetarias.
En periodos de «paz comercial» y aumento de los precios de aquello que exportan, su objetivo será fortalecer al capital nacional cerrando importaciones e intentando crear, a través de políticas sociales, una base de consumo interno, una demanda para la industria. Este es todo el secreto de los «milagros» suramericanos: la tasa de ganancia aumenta en esos periodos, el capital se reproduce feliz y el estado tiene mano para vender sus políticas de fortalecimiento de la demanda como «revoluciones productivas». Son alegrías temporales. El caso venezolano es paradigmático. Y el argentino, aun partiendo de un capital nacional mucho más desarrollado, sigue el guión.
La falta de mercado interno al que vender nuevos productos produce al capital nacional una carencia endémica de oportunidades rentables de inversión. Por eso el déficit «normal» de balanza de pagos -entradas menos salidas de capital- de Argentina llega a la friolera de 30.000 millones de dólares al año. El capital nacional argentino «se desangra» desde siempre. Y no lo hace por la supuesta naturaleza «apátrida» del capital nacional o por la «traición» de una burguesía nacional «vendida al imperialismo». Lo hace precisamente porque el capitalismo argentino hace mucho que llegó a la etapa imperialista. A falta de mercados a los que exportar mercancías industriales y servicios, exporta capital. Que sus peculiares condiciones geográficas y económicas no le permitan el expansionismo -aunque sufra una permanente tendencia al militarismo- no niega la realidad económica entera. El imperialismo, bajo las condiciones argentinas, es exactamente éso que vemos.
Dicho ésto, por pequeños que hayan sido los recortes de mercado impuestos por EEUU en su capítulo suramericano de la guerra comercial, solo podían agravar el panorama general para un capital asfixiado. La subida de tipos en EEUU aumenta aun más los incentivos a la huida. Los últimos meses el pico de fuga de capitales parecía no tener fin. A partir de ahí, el mercado abre una autopista hasta la devaluación de la moneda nacional: si aumenta la venta de pesos para comprar dólares que «llevarse fuera», el precio del peso caerá. Eso es una devaluación.
¿Qué pretendía el macrismo?
El macrismo era una apuesta del capital nacional que se daba sobre un marco internacional... que no ocurrió. La estrategia macrista requería un escenario que en su momento parecía posible: el mantenimiento simultáneo de la demanda de soja china y el desarrollo de nuevos mercados energéticos en un EEUU que primara consideraciones estratégicas sobre su balanza comercial, como defendían Cliton y los demócratas. Si las exportaciones se mantenían al alza, la reducción del proteccionismo (aduanas) tiraría de los precios hacia abajo sin devaluar la moneda, y con ese margen podrían eliminarse las masivas subvenciones a los consumos básicos con las que durante el kirschnerismo había salvado una mínima cohesión social. La industria nacional, en un marco de inflación controlada, podría reducir su dependencia del estado recapitalizándose con inversiones exteriores que el propio gobierno intentaría captar a base de explicar el «modelo» con toda la fanfarria. El esperado aumento de la productividad, pensaban, serviría además para impulsar una subida endógena y moderada de los salarios reales... que hiciera más fácil acabar con las «claúsulas gatillo», es decir, la revisión automática de las paritarias (convenios) con el índice de precios. En resumen: se trataba del enésimo programa «modernizador», muy parecido en términos estructurales al del «felipismo» en la España de los 80... aunque partiendo de un mercado interno más débil y de una coyuntura mucho más difícil para la expansión internacional de las grandes empresas nacionales. Pero si las premisas se daban, «podría funcionar».
Sin embargo, los primeros contactos con la administración Trump dejaron claro que EEUU no iba a abrir mercados sino todo lo contrario y que la única estrategia posible para el macrismo pasaba por intentar minimizar el daño poniendo en valor consideraciones estratégicas que, por otro lado, no eran centrales para EEUU. Se trataba de ganar tiempo, mientras el Brexit proveía oportunidades para una alternativa a un lado (Gran Bretaña, Noruega, etc.) y otro (UE vía Alemania y España) de la fractura que apuntaba en Europa. Pero las negociaciones con la UE se daban en el colapsado marco de Mercosur cada vez con más dificultades. Y el gobierno Macri ha ido inventando alternativas a las alternativas de las alternativas, volviendo ahora al sueño transoceánico en una angustiosa cuenta atrás, desesperada hasta la incoherencia.
La burguesía y la pequeña burguesía argentinas, mientras tanto, perdían confianza poco a poco en las promesas macristas, reducían sus expectativas de negocio y lejos de invertir se entregaban a la especulación con renovada pasión, buscando «ponerse a salvo» de la nueva tormenta monetaria que se dibujaba en el horizonte.
Los trabajadores no han sido meros espectadores de todo este proceso de descomposición de la estrategia de la burguesía criolla. El ascenso de la precariedad (34,2% de los trabajadores están «en negro»), las primeras tentativas de atacar el sistema de pensiones, el «tarifazo» (fin de las subvenciones a consumos energéticos básicos que ascienden hasta el 1600% en algunos casos) y finalmente la reforma laboral aun no aprobada, han mostrado el verdadero núcleo de las necesidades del capital nacional argentino. Bajo las condiciones generales del capitalismo de hoy ho hay «modernización» del capital nacional que no pase por un ataque directo al conjunto de los trabajadores. La famosa «dualización» del mercado de trabajo es una ilusión, como se vio con el INTI, nadie va a quedar fuera. Cuanto más se cierre el mercado internacional, cuanto mayores sean las dificultades monetarias, más directos y brutales serán los ataques a los salarios y las condiciones de trabajo. El capital no tiene de dónde más sacar su rentabilidad.
¿Qué va a pasar?
A día de hoy el gobierno intenta capear la tormenta cambiaria elevando escandalósamente los tipos de interés y forzando a los bancos a vender dólares. El miedo a un colapso de la moneda le lleva incluso a poner temporalmente en cuestión el «tarifazo»... y prometer más y más recortes de gasto público y «flexibilidad laboral». En su apoyo, los sindicatos ya han eliminado en la mayor parte de las paritarias (convenios) firmados hasta ahora, las clausulas de revisión automática de salarios ante la subida de precios, y el peronismo se apresta a descarrilar hacia el teatro habitual la resistencia a la reforma laboral. Es una primera cata de lo que viene:
El «modelo exportador» del capital argentino va a sufrir la guerra comercial y las previsibles tormentas de divisas con cada vez más dramatismo. Las espectativas macristas se han convertido en el «cuento de la lechera» cuando recién comenzaba a andar.. y solo acaba de tropezar con la primera piedra. Puede que haya periodos de aparente «tranquilidad» en los próximos meses, pero las guerras de tipos y divisas van a marcar el futuro inmediato a nivel global y cada movimiento estratégico de EEUU, China o la UE no pueden sino mover el suelo que pisa el gobierno argentino.
Lo que es seguro es que las posibilidades de expansión y crecimiento del capital nacional en el mercado mundial ni están ni se esperan. El gobierno argentino saltará de alianza en alianza imperialista buscando resquicios para financiarse y aumentar las exportaciones, pero es materialmente imposible que encuentre una alternativa equivalente a sus expectativas iniciales. Por eso la perspectiva a corto y medio son ataques cada vez de mayor entidad contra las condiciones del trabajo y los salarios. De la famosa reducción de la pobreza ni hablar.
La respuesta política de la burguesía argentina pasa por empujar al macrismo a un ataque cada vez más abierto contra las condiciones de la clase trabajadora, en la medida de lo posible evitando «quemar» al peronismo y empleando a fondo a los sindicatos para descarrilar y encauzar las previsibles protestas. Por el momento parece que su estrategia pasa por tener alternativas «de izquierda» útiles para salvar los trastos si se desarrolla una respuesta masiva de los trabajadores.
Los trabajadores están solos. Todo el aparato político del estado va a defender, por encima de todo, la supervivencia del capital nacional. Desde los sindicatos hasta «la izquierda». Si se abre una época de contestación social, la pequeña burguesía se enfrascará en los mil sabores de la «izquierda nacional» y el nacionalismo, jurando y perjurando que «otro capital nacional es posible». Pero no lo es. La cuestión es precisamente, romper la jaula nacional y nacionalista en la que pretenden encerrarnos. Toda «solución nacional» será una solución para el capital nacional y por lo mismo se pagará a costa de los trabajadores.