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31/03/2018 | Rusia

El abrumador triunfo electoral de Putin, un elemento más de la escalada interimperialista, ha sido presentado por los grupos y tendencias afines en todo el mundo -neostalinistas y ultranacionalistas- como una prueba del consenso interno generado por el «renacer ruso» y sus consecuencias supuestamente positivas para los trabajadores. En realidad Putin ha sido desde el primer día, el dirigente de la recomposición del capitalismo de estado ruso, anti-obrero hacia dentro, imperialista hacia fuera. Nada ha cambiado y su triunfo solo puede entenderse en ese marco.

Recomposición del capital

Putin pasará a la historia sin duda como la cabeza de la gran recomposición de la burguesía de estado rusa en la que el aparato del estado se impuso a los «oligarcas» nacidos de las filas del antiguo partido comunista de la URSS tras la implosión del sistema político stalinista ruso. La vuelta a un cierto «orden» en la clase dominante, la utilización de los precios entonces al alza de la energía para reconstruir y modernizar infraestructuras se vendieron como promesa de un nuevo «estado del bienestar» a la rusa. Pero la verdad es que tras 18 años de gobierno «putinista», los datos nos dicen que Rusia es el país del mundo en el que la desigualdad ha crecido más y nos retratan de unos costes sociales inmensos trasladados sistemáticamente a los trabajadores vestidos de «sacrificio por la patria» con tal de aumentar una productividad que sigue siendo ocho veces menor que la europea.

La reconversión del capital ruso no cesa. Desde 2005 se han cerrado más de 35.000 fábricas grandes o medianas. A esto habría que sumar 38.000 granjas cooperativas cerradas durante los últimos veinte años. Una nueva clase de pequeños propietarios agrarios -base social del poder putinista- produce ya el 50% de la ganadería y 90% de la producción agrícola. La consecuencia ha sido un nuevo excedente de mano de obra y nuevas migraciones internas. Rusia ha perdido más de 3.000 pueblos y 20.000 aldeas durante los últimos 20 años.

Los costes para los trabajadores son inmensos. Casi 20 millones de trabajadores viven con salarios por debajo del umbral de subsistencia. Los servicios públicos se han desmantelado en buena medida. En los últimos quince años se cerraron 4.300 bibliotecas, 22.000 jardines de infancia y 14.000 escuelas. De los 10.700 grandes hospitales en funcionamiento en 2000 quedaban tan solo 4.400 en 2015 y de las 21.500 centros hospitalarios de proximidad solo quedaban 16.500 en 2015. No es casualidad si, inmediatamente después de la farsa electoral, a pesar del consenso masivo supuestamente alcanzado por la burguesía en torno a su principal candidato, un accidente, como el reciente incendio en un centro comercial en Kemerovo, amenaza tan fácilmente en convertirse en un levantamiento contra Putin y su régimen.

Imperialismo

En todo el mundo la guerra comercial está tensando las tendencias belicistas y empujando un acelerón del militarismo que da forma ya abiertamente, incluso al diseño y las prioridades de las comunicaciones europeas. Rusia está lejos de quedar al margen del torbellino. Putin utilizó su campaña electoral para presentar como un logro el incremento de la amenaza nuclear contra EEUU y dar argumentos nacionalistas a la presión sobre sus vecinos para reordenar la geopolítica del gas en el Este europeo.

No le ha salido mal. Alemania, que acaba de aprobar el North Stream, venciendo la presión americana, está intentando reducir el tono de conflicto con Rusia en la medida en que teme que sus ambiciones a corto y medio plazo se vean frustradas si no consigue equilibrar a sus rivales entre sí. Tiene bien presente el ejemplo del aislamiento sufrido por Gran Bretaña con el «asunto Skripal», salvado in extremis por EEUU y la renuente solidaridad diplomática europea.

La presión rusa no se limita a asaltar los ordenadores de los ministerios de defensa e interior de los gobiernos UE para obtener información confidencial sobre el Brexit... y azuzar las disensiones. Incluye políticas de desestabilización que van mucho más allá de twitter, facebook y las «fake news» y apuntan hacia la intervención militar indirecta, como vemos en Bosnia.

Pero el imperialismo ruso está lejos de limitarse a Europa. Su dependencia de las exportaciones de hidrocarburos le llevan a estar cada vez más presente en el Golfo. No solo a través de la difícil alianza con Assad, Irán y Turquía, también necesita jugar con Arabia Saudí y por eso su nueva alianza oligopólica con Salman de Arabia. Y ni hablemos del Artico, Venezuela o las fronteras asiáticas... La agresividad exterior del capital ruso no es producto de ninguna «revancha histórica», es proporcional a sus dificultades para acceder a mercados y manipular precios.

Es esta necesidad de trascender sus fronteras las que lleva a la burguesía de estado rusa a hacerse valer frente a sus rivales usando todos los medios a su alcance. Entre ellos, la «guerra psicológica» que azuza las divisiones internas de las otras burguesías. Pero por baja intensidad que tenga este tipo de arma, hacen falta más que robots y fábricas de trolls. Necesitan «soldados sobre el terreno» en la guerra de la opinión pública. Ni siquiera en la guerra fría, la URSS stalinista había gastado tanto en financiar grupos políticos amigos y ni de lejos con la variedad actual, en la que entran desde la ultraderecha nacionalista de media Europa a los partidos neo-stalinistas más atrabiliarios. Todo ese esfuerzo, parte del esfuerzo general de guerra, no va a cesar. Al contrario: es más que probable que se intensifique. De la Rusia putinista solo cabe esperar una nueva ola de reconversiones y «sacrificios» para los trabajadores en el interior y una cada vez mayor belicosidad imperialista en el exterior: miseria, militarismo y guerras. Es decir lo mismo que del capitalismo en su conjunto y de cada capitalismo en particular en la medida y forma propia de su lugar en el mapa imperialista.

La burguesía de estado de Rusia no es un aliado de los trabajadores en ningún lado más que lo que es en su propio territorio. Es decir, nada. Del mismo modo, los trabajadores rusos no tienen nada bueno que esperar de los enemigos burgueses de su propia burguesía. Ninguna batalla interburguesa de hoy, dentro de cada estado o entre estados, permite alianzas ni tomar bandos. Todos están igualmente opuestos a las necesidades humanas que movilizan a los trabajadores porque es el capitalismo como un todo el que se ha convertido en una losa para el desarrollo de la Humanidad y una negación permanente del futuro de nuestra especie. No hay atajos, no hay aliados. La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos o no será.