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Qué esperar de la crisis catalana

08/07/2018 | España

La impotencia política, la dificultad para ganar alianzas internacionales y el cambio de gobierno, han modificado el lenguaje del independentismo. Su presencia mediática es ahora una sombra de lo que fue después del referéndum del 1 de octubre y el intento fallido de una huelga «nacional» los medios de media Europa clamaban contra la respuesta del gobierno. Hoy, esos medios están más preocupados por las botas de Cristiano Ronaldo que por las aventuras de Puigdemont y sus intentos por mantener el foco mediático.

El gobierno sabe que la pequeña burguesía catalana y sus representantes políticos están en horas bajas y apuesta por la estrategia del palo y la zanahoria. Por una parte acerca a los políticos independentistas encausados en el «llarenazo» a cárceles en Barcelona; por otra el nuevo ministro de Exteriores, Josep Borrell, figura histórica del Partido de Sánchez en Cataluña, cierra las «embajadas» de la Generalitat en el exterior. Esperan poder reconducir así la situación, centrarse en la preparación de las consecuencias de la guerra comercial en marcha, recuperando protagonismo en el maltrecho escenario europeo.

¿Qué viene ahora?

Ambas partes parecen aceptar la vuelta a la casilla de salida del año 2012. Empieza un largo y tedioso proceso de negociación sobre competencias y financiación. No se debe descartar una propuesta de Sánchez sobre la base de un nuevo estatuto de autonomía e incluso de alguna reforma constitucional menor, que permitiera, por ejemplo, a los gobiernos regionales participar, al modo belga, en las reuniones europeas que les atañen acompañando o incluso sustituyendo al gobierno española. También podríamos ver sobre la mesa en los próximos tiempos reformas de la financiación autonómica. El tope aceptable por el estado, la independencia fiscal ya existente en Navarra y País Vasco, podrían poner sin embargo en franca rebelión a las regiones más pobres, desplazadas en el reparto.

En todo caso, esto no parece que vaya a ser suficiente para la menguante masa pequeñoburguesa radicalizada, que podría rechazar dichas prebendas e imponer a sus líderes la negociación de un referéndum como única salida posible. En esta línea iba la conferencia de ERC de la pasada semana. Se ve una lectura más ajustada a la realidad, sobretodo en su relación con el imperialismo. Los independentistas de ERC declaran que no desean la negociación con el estado para otra cosa que no sea un referéndum pero admiten que si la coyuntura internacional no cambia será difícil mantener el rumbo actual. Reconocen así que su principal esperanza es la presión internacional y la mediación directa o indirecta de una potencia imperialista en la cuestión catalana. La estrategia del independentismo como ya adelanntamos consiste en erosionar lo que se pueda al gobierno y al estado español, y arriar velas en el interior, esperando una coyuntura internacional favorable, que esperan que llegue con la guerra comercial y el previsible colapso de las finanzas mundiales. La ponencia redactada de la conferencia del 1 de Julio dice textualmente:

si el enroque del estado perdurase inmutable en el tiempo y el contexto de favores y complicidades internacionales virase a nuestro favor, ERC se compromete a no desaprovechar cualquier grieta de oportunidad que se abra para hacer efectiva la República Catalana. Si ante un cierre persistente del Gobierno español no es posible un referéndum de autodeterminación, no se puede descartar una declaración de independencia, que convendría que cumpliese las condiciones que constan en la opinión positiva del Tribunal Superior de Justicia de la Haya de 22 de Julio de 2010 sobre la independencia de Kosovo.

El problema del independentismo catalán es doble, y se presenta en dos frentes. El frente exterior, con la negativa hasta ahora de todas las potencias a apadrinar su experimento hasta el final. Es un grave problema, pero el frente interior no lo es menos. Los trabajadores en Cataluña apenas han sido movilizados en la actual crisis de banderas. Solo fracciones de capas especialmente alienadas de la clase se han visto arrastradas, pero no el proletariado en masa. Los obreros catalanes miran con desprecio y desconfianza a quienes desde las cátedras, empresas, universidades, medios y partidos tratan de arrojarles contra sus hermanos. Esto es positivo, demuestra un genuino instinto de clase del proletariado, un poso de internacionalismo, una semilla de independencia política de la clase

La burguesía española y la pequeña burguesía catalana van a redoblar sus esfuerzos para vincular el futuro del proletariado al triunfo de sus respectivas naciones. Por eso debemos tirar por la borda toda la basura, independentista o unionista, que nos tiren a los ojos. La única independencia por la que merece la pena luchar hoy -en el escenario catalán y en el de cualquier otro lugar- es la independencia de la clase trabajadora, su afirmación por encima del encuadramiento nacionalista que prepara nuevos ataques a nuestras condiciones de vida y de trabajo a corto plazo y pone la posibilidad de una guerra en el horizonte. Para los trabajadores, independencia política -respecto a la burguesía nacional- e internacionalismo son dos caras inseparables de la misma moneda.