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25/02/2018 | Crítica de la ideología

Hace unos meses publicamos, como libro para imprimir, un clásico de la Izquierda Comunista Española: «Los sindicatos contra la revolución»,escrito entre 1950 y 1962. En él se documenta y se buscan las razones sobre por qué los sindicatos obreros, cuando llegó la primera gran oleada revolucionaria, se pusieron en contra de la revolución y por qué, desde entonces, los sindicatos han sido constantemente un freno al desarrollo político de las luchas de clase. El capitalismo decadente que comenzaba entonces, es un capitalismo de estado, con sus monopolios y organizaciones industriales en cada sector. Todo lo que había pasado es que los sindicatos obreros habían pasado de instituciones mediadoras a organizaciones monopolísticas -ligadas al estado por tanto- de la fuerza de trabajo. Como hemos visto en estos meses, en tanto que institución estatal especializada, los sindicados se integran en la determinación estatal de los salarios en todas las ramas de la producción: primero calculan con el gobierno un salario mínimo que se adapte a los objetivos de inflación, a partir de ahí crean un marco con la patronal y finalmente este marco se adapta en cada empresa, teniendo en cuenta su situación particular, en «mesas de negociación» entre el comité de empresa y la dirección.

Los sindicatos estudiantiles

No es muy distinto entre los estudiantes. No se negocian salarios -salvo quizás, en algunos lugares, las retribuciones de las prácticas- pero el tejido de «sindicatos» y «organizaciones estudiantiles» de cada universidad «representa» a los estudiantes en la administración de la universidad, es parte de la institución universitaria y se integra en sus órganos de gobierno. En tanto que mediadores institucionales, ceñidos a los «problemas y derechos estudiantiles» no serían nada muy distinto de una organización de consumidores. En este caso «consumidores de enseñanza». Si los sindicatos son formas relativamente autogestionadas del Ministerio de Trabajo, los sindicatos de estudiantes lo serían del de Educación. Pueden protestar ante un problema concreto, pero a la hora de la verdad su función es comprometer e involucrar a los estudiantes en las políticas de estado y de gobierno universitario mediante su representación en negociaciones. Los sindicatos de estudiantes son quizá el órgano especializado más precario, cutre y maltratado del capitalismo de estado, pero son parte al fin de ese capitalismo de estado.

Fuera de los periodos de movilización ritual, su mayor esfuerzo se dedica a la propagación de las ideologías de la izquierda del sistema: posmodernismo, nacionalismo, feminismo, idealismo irracional... nada falta en el menú. En ese ámbito funcionan como orgullosa «ala izquierda» de una institución como la universitaria, ya de por si conservadora, consagrada entre otras cosas, a mantener una «producción» constante de ideología dominante. Es este ámbito el que permite a los «sindicatos de estudiantes» ser verdaderas escuelas de formación para los futuros pequeños burócratas del capitalismo de Estado, sus partidos y sindicatos. Tan franca es esta vocación que el estado les da oportunidades de hacer «prácticas» y comparecer incluso en el Congreso de los Diputados «representando» a los estudiantes. De este modo, los jóvenes burócratas «radicales» se van entrenando en estas organizaciones, participando en los entornos institucionales, ganando relaciones y preparándose para los puestos a los que muchos de ellos se sienten llamados.

El estudiantado

La cuestión es si puede haber una lucha estudiantil con sentido en un medio como el universitario. No solo es que los «derechos del estudiantado» tengan tan poca capacidad de expresar la contradicción entre capitalismo y necesidades humanas como los «derechos del consumidor». Es que en sí, por definición, el claustro es una institución y un entorno conservador e interclasista, nido tradicional de las expresiones más radicales de la pequeña burguesía de moda en cada época.

Sin embargo, la evolución de la universidad, su papel fundamental en la precarización de los sectores más jóvenes de la clase trabajadora, hacen que hoy la respuesta pueda ser positiva. Los estudiantes pueden jugar un papel fundamental en la lucha de clases de hoy. Por supuesto no lo harán actuando en tanto que consumidores de enseñanza, como quieren los sindicatos, sino en tanto que trabajadores que están siendo adiestrados y adoctrinados para trabajar en la precarización.

Esto es lo que vimos por ejemplo en Francia en 2006 cuando los estudiantes se movilizaron masivamente para enfrentar el «contrato de primer empleo», sirviendo de tractores de buena parte de la clase trabajadora francesa que les acompañó en manifestaciones y asambleas. Lo interesante de este movimiento es que opuso a unas asambleas abiertas que rechazaban el «corporativismo estudiantil» y que se dirigían directamente a los trabajadores, con unos sindicatos estudiantiles que pretendían monopolizar la «representación» del movimiento y colocarlo bajo el ala de los sindicatos de trabajadores para llevarlo a la nada y la desmoralización.

¿Organizarse?

Pero, entonces... ¿no tiene sentido organizarse? Tiene sentido organizarse, pero no como sindicato. Un sindicato es un órgano mediador. Hoy, bajo el capitalismo de estado, tal mediación es sencillamente imposible. La mediación requiere reconocimiento por el poder frente al que se media y la existencia de un terreno común de mejoras compartidas entre las partes en conflicto. Eso, para los trabajadores acabó hace tiempo. Para cuando la mayoría de los estudiantes han sido de clase trabajadora, la cuestión ni siquiera era planteable en el medio universitario. El reconocimiento pasa por la institucionalización, por la participación en comités de empresa para los trabajadores y en claustros y departamentos para los estudiantes. Es decir todo intento de creación de un sindicato que medie frente al estado y el capital, sea de trabajadores o de estudiantes, acabará en la inserción directa y activa en el aparato estatal, compitiendo por «representar» y por tanto por «encuadrar» a aquellos a los que pretendía defender bajo la institucionalidad de la que inevitablemente se hará parte. En eso consiste el capitalismo de estado, el capitalismo monopolista de nuestra época.

Los estudiantes más conscientes pueden y deben organizarse en cambio para enfrentar la ideología destilada por unos y otros, para dotarse de herramientas propias de comprensión, para resistir al bombardeo ideológico en primer lugar y para desvelar y denunciar el sentido profundo del adiestramiento recibido y el lazo entre su evolución y el desarrollo de la precariedad. Por ejemplo, cuando los sindicatos de estudiantes reclaman una «educación más orientada al trabajo real», lo que están reclamando es que la Universidad se haga cargo de las necesidades inmediatas de formación de las grandes empresas monopolistas; cuando reivindican una «formación humanista», están pidiendo más bombardeo ideológico en línea con el capitalismo de estado. Unas y otras reivindicaciones adornan el verdadero sentido de la formación universitaria de hoy: adoctrinar y adiestrar a los jóvenes para los trabajos cada vez más precarizados que un capitalismo crónicamente enfermo genera.

En España vienen reformas legales para hacer «presentable» la precarización. Se nos presenta como alternativa la propuesta de el «Estatuto del becario» podemita a las barbaridades de la CEOE en la esperanza de que, entre lo malo y lo peor, demos por bueno lo que ya tienen diseñado. El momento de movilizarse de los estudiantes llegará pronto. Y ahí habrá que luchar por darle un contenido de clase, no corporativo, por la organización mediante asambleas de estudiantes abiertas a todos los trabajadores, no bajo la verticalidades ajenas.

Y para tomar fuerzas y prepararse para esa batalla si que merece la pena organizarse... fuera de los sindicatos.