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¿Qué cambiaría con el «socialismo» de Bernie Sanders?

25/02/2020 | EEUU

El triunfo de Bernie Sanders en las primarias demócratas de Nevada le coloca ya de favorito a ganar la candidatura demócrata a la presidencia. En tal caso las encuestas auguran ya su triunfo sobre Trump. Sanders se dirige a un «frente multiracial e intergeneracional» y se define a sí mismo como «socialista». Pero ¿en qué consiste el «socialismo» de Sanders? ¿Qué cambiaría en el mundo si accediera a la presidencia?

En política interna, su programa no parece muy ‎ socialista‎ en el significado original de la palabra. Los ejes principales de su campaña prometen acabar con las formas más brutales de violencia estatal contra refugiados y migrantes, un sistema de salud público más parecido al modelo español, el «green new deal», una cancelación de la burbuja de deuda de los estudiantes universitarios, reforzar a los sindicatos en las empresas y expandir -que no universalizar- el acceso a pensiones de jubilación.

Es decir, la promesa social de Sanders no es sino reducir la diferencia con el modelo europeo de servicios sociales públicos, reconocido ampliamente como mucho menos disfuncional que el estadounidense y en cualquier caso como mucho más capaz y a menor coste, de asegurar unos mínimos de cohesión social básica. Si los EEUU de la posguerra pudieron eludir la construcción del armatoste social estatal que entonces se desarrollaba en Europa fue porque el capital norteamericano no solo ganó la guerra, sino que convirtió la reconstrucción que la siguió en la base de un ciclo de acumulación exitoso. Este ciclo, que requirió el arrase de toda una guerra mundial para poder tener lugar, aunque mostró vías de agua desde finales de los 70, permitió por su propio dinamismo durante bastante tiempo que la clase trabajadora en su conjunto no sintiera la ‎pauperización‎ como una amenaza general sino como el resultado de «elecciones individuales». Hoy la ausencia de un sistema de salud eficiente es un peligro para la propia maquinaria capitalista y la carencia de un sistema educativo capaz de formar trabajadores en la universidad de acuerdo a las necesidades de una producción en automatización se ve como una «desventaja competitiva».

Y aun así, leer bajo la reorganización de los servicios sociales no ya socialismo, sino el paso a un sistema como el español, que no tiene nada de socialista, sería una exageración. Como Paul Krugman aseguraba en un artículo bajo el significativo título de «Bernie Sanders no es socialista»:

La atención médica de un solo pagador [el estado] es (a) una buena idea en principio y (b) muy poco probable que ocurra en la práctica, pero al hacer de «Medicare para Todos» la pieza central de su campaña, Sanders quitaría el foco de atención a la determinación de la administración Trump de quitar la red de seguridad social que ya tenemos.

Krugman no dice que Sanders no es socialista para descalificarlo, al contrario, considera tal definición en Sanders como un snobismo personal, un resto de juventud que resulta contraproducente ahora. Y si lo critica por ello es en el marco de una campaña personal para mostrar que la burguesía estadounidense no tiene nada que temer de Sanders, espetándoles:

Y si les preocupa su agenda económica, ¿cuál es su preocupación, exactamente? ¿Que aumente los impuestos de los ricos hasta llegar a lo que eran bajo Dwight Eisenhower? ¿Que tenga déficits presupuestarios? Trump ya lo está haciendo, y los efectos económicos han sido positivos.

Hasta aquí Sanders podría interpretarse como un racionalizador del aparato social y económico estatal estadounidense que quiere evitar que se ahonde gratuitamente la fractura social y la exclusión de millones. Pero para entender qué hace que el gasto social, hasta ahora despreciado por la burguesía norteamericana, vuelva a ocupar un lugar central en el discurso hay que ir al giro de fondo en política industrial que propone: el «Green New Deal», estimado en 16 millones de millones de dólares. El pacto verde a la estadounidense supondría, igual que su correlato europeo, una transferencia masiva de rentas del trabajo al capital mediada por el estado y orientada a impulsar un nuevo ciclo de acumulación renovando toda la base productiva del país.

No es de extrañar que para enfrentarlo quiera centralizar y reforzar previamente el sistema de previsión y atención social. El desgarro que tal volumen de transferencias puede generar es equivalente al de una recesión que se prolongara durante años.

En lo que Sanders no se diferencia en nada de Trump es en su concepción del comercio internacional. Para Sanders, el objetivo principal de la política comercial exterior es renacionalizar cadenas productivas y aunque las formas y fórmulas seguramente fueran menos violentas, la brújula sería la misma: la reducción del déficit exterior.

Por eso, la burguesía norteamericana lo tiene claro: aunque la guerra comercial bajara de tono, una presidencia de Sanders no solo no significaría un peligro para sus intereses imperialistas, sino que es el portavoz de un relato mucho más útil que el de Trump para constituir un bloque frente a China y Rusia: la «expansión de la democracia». Hoy mismo un artículo en el New York Times se complacía citando extensamente al candidato en un largo alegato:

Sanders, por el contrario, cree que la política exterior estadounidense debería orientarse hacia la expansión de la democracia frente a lo que llamó «un nuevo eje autoritario». [...]

«Actualmente hay una lucha de enormes consecuencias en los Estados Unidos y en todo el mundo», dijo Sanders en un discurso de 2018. «En él vemos dos visiones en competencia. Por un lado, vemos un creciente movimiento mundial hacia el autoritarismo, la oligarquía y la cleptocracia. Por otro lado, vemos un movimiento hacia el fortalecimiento de la democracia, el igualitarismo y la justicia económica, social, racial y ambiental». [...] «Como la nación más rica y poderosa de la tierra, debemos ayudar a liderar la lucha para defender y expandir un orden internacional basado en reglas en el que la ley, no la fuerza, haga lo correcto», dijo en 2017. [...]

Construir una socialdemocracia multirracial es uno de los grandes desafíos políticos de nuestro tiempo. Pocas naciones en la tierra han descubierto cómo crear, en poblaciones heterogéneas, la solidaridad necesaria para sostener una esfera pública sólida. Putin ha explotado esta dificultad, avivando los temores tribales en países con cambios demográficos para hacer que el liberalismo parezca una forma de disolución social.

Si suficientes estadounidenses se unen a través de las fronteras raciales para reemplazar a Trump con un socialista judío, podría significar que nuestro país está descubriendo cómo trascender el liberalismo de nuestra era. Todavía me resulta difícil creer que Sanders pueda lograrlo. Pero si lo hace, Putin no estará satisfecho por mucho tiempo.

¿El «socialismo a la Sanders» como ideología de bloque?

La entusiasta atención que Alexandria Ocasio Cortez, antigua ayudante de Sanders, recibió de los medios europeos al ser elegida congresista por Nueva York, apunta que los imperialismos europeos recibirían con buena disposición un discurso como el «socialismo» de Sanders... especialmente si viene acompañado de una recuperación de la negociación del tratado comercial abandonado por Trump...

De ese modo, si Sanders ganara las elecciones y retomara la alianza atlántica como eje imperialista principal en su política frente a China, por improbable que parezca el «socialismo» tendría opciones de volver a ser bandera de bloque. Esta vez de EEUU y las potencias europeas frente a Rusia y China. Cambiaría entonces la bandera supuestamente «socialista» de manos en cada bloque, pero sería igual de falsa que cuando se enseñaron por primera vez los dientes durante la guerra de Corea.