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¿Qué aprendimos de los «movimientos populares» en 2019?

26/12/2019 | Informe anual

Hong Kong, Pakistán, Irán, Irak, Líbano, España, Chile, Bolivia, Ecuador... la revuelta de la pequeña burguesía ha reaparecido globalmente y, aparentemente, con más fuerza que nunca. ¿Lecciones?

La ‎ revuelta popular‎ es la forma práctica en la que la pequeña burguesía ensaya hacerse con la dirección de las clases subalternas de la sociedad. El problema es que no tiene hacia donde ir. En el mejor de los casos no es sino un «enroque», un intento más por «parar el tiempo» de su propia descomposición colocándose entre las dos clases principales de la sociedad en un vano intento de conciliación.

El problema es que tal conciliación es imposible. Por eso, como hemos visto con las revueltas de la cebolla en India la tendencia es a que, desde momentos cada vez más tempranos, se muestre sin recato como una pelea de hienas entre la pequeña burguesía y la burguesía por las rentas derivadas del extra de explotación conseguido por las políticas «anti-crisis».

El resultado inevitable para la movilización es expresar las contradicciones de una clase -la pequeña burguesía- que solo puede ganar explotando más pero solo puede afirmarse movilizando a los explotados.

De ahí el «insurreccionalismo» y el amor de «la revuelta por la revuelta», la «fiesta revolucionaria», etc. La revuelta es el modo en que la pequeña burguesía se afirma. El instante en el que puede aspirar a arrastrar a los trabajadores. Pero como más allá del enfrentamiento común con la burguesía no hay posibilidad de programa común, la rebelión deja de ser instrumento y se torna un objetivo en sí. La violencia vacía y las barricadas en llamas son su símbolo más claro: barricadas que no «defienden» ningún espacio significativo donde se haya proclamado un poder nuevo -habría que definir sus objetivos-, destrucción de infraestructuras básicas sin otra finalidad que desafiar al poder -única ilusión de frente común posible-... el resultado no puede ser sino una parodia de insurrección.

Incluso en los lugares donde la revuelta se da en un terreno estrictamente burgués, sin que aparentemente haya posibilidad alguna de una evolución de clase, como en Bolivia, Pakistán o Cataluña, la violencia desorganizada no es solo la expresión de impotencia e incompetencia de la pequeña burguesía, es la forma en la que esta clase, tan masiva como históricamente esteril, se «enroca» entre las dos clases principales de la sociedad, postergando la evolución de la crisis política a un enfrentamiento claro e históricamente necesario entre ambas.

«Los límites de las revueltas populares», 2/11/2019

Resulta obvio por todo lo anterior que la única posibilidad de que las revueltas populares avancen y lleguen a algún sitio es que den paso a la lucha de los trabajadores bajo sus propias reivindicaciones y programa. Y por lo mismo, que el principal obstáculo es la propia pequeña burguesía en rebelión.

La pequeña burguesía se juega de hecho más en ello que el curso de la revuelta. En el ‎capitalismo de estado‎ la mayor parte de la pequeña burguesía es en realidad pequeña burocracia estatal y corporativa: Jefes de oficina o taller equivalentes a un pequeño industrial absorbido por el monopolio, administradores funcionariales, adoctrinadores y productores de ideología integrados en la universidad, los sindicatos, los partidos o a caballo de todos ellos... La pequeña burguesía vive de encuadrar y «representar» a los explotados. Por eso su palabra mágica en cuanto aparecen conatos de afirmación por parte los trabajadores es «transversalidad».

El significado de la «transversalidad» quedaba claro: anegar en interclasismo la movilización y revertir el curso de lo popular (pequeña burguesía dirigiendo al proletariado) a lo clasista (proletariado dirigiendo la movilización social) en curso de lo popular a lo nacional.

«Chile y la transversalidad», 27/10/2019

La «transversalidad» es también el eje de las dos grandes campañas ideológicas globales de la burguesía. Sus dos grandes propuestas para encauzar a la pequeña burguesía a través de su institucionalización como organizadores e implantadores «populares» de las dos nuevas ideologías de estado: el feminismo y la «emergencia ecológica».

La primera es claramente una ideología divisiva que parte en dos a los trabajadores y deriva sus luchas, con el argumento de una «brecha salarial» que refleja la sexualización de las propias clases dirigentes, en apoyo a la renovación y «feminización» de la pequeña burguesía y la burguesía en la dirección de las grandes empresas y el aparato político. La segunda es el vestido ideológico de la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la segunda guerra mundial. Cada una de ellas llama a una forma particular de «unión sagrada» con la burguesía. El ecologismo nos exige a todos los trabajadores pedir a los gobiernos que nos impongan sacrificios para acelerar la «transición ecológica» ante la supuesta inminencia de una extinción como especie. El feminismo construye «transversalidad» proponiendo una «unión sagrada femenina» que, aunque a veces pueda dejar fuera a una Botín que ha sido la primera en subirse al carro, en ningún caso va a dejar a la pléyade de pequeñoburguesas armadas de grados y másteres de género, listas para aislar en «espacios seguros» y afirmar su derecho a gestionar en exclusiva la mano de obra femenina.

Si la «transversalidad» es el nuevo término de la «unión sagrada», su forma clásica es el ‎nacionalismo‎. El protagonismo de las movilizaciones de la pequeña burguesía en las revueltas no podía sino agravarlo

El retorno de la lucha de clases, tras casi una década de crisis brutal, no fue protagonizado por los trabajadores, sino por la pequeña burguesía: desde los independentismos al ascenso de Salvini y di Maio, desde los antivacunas y defensores del pequeño comercio a los xenófobos alemanes, la protesta se levantaba bajo banderas que, de manera más o menos explícita, configuraban sus reivindicaciones en el marco de la mirada pequeñoburguesa del mundo. La posibilidad de liderar al conjunto social desde el pueblo, la fantasía de reinventar la nación y con ella el paquete de relaciones sociales capitalistas… sin sus inconvenientes. Todo el viejo utopismo reaccionario volvió a la escena condenando la protesta y la rabia al mismo camino sin salida de siempre.

«La vuelta de las banderas nacionales», 3/2/2019

No solo es que en sí todo nacionalismo sea reaccionario hoy y que toda movilización que se impregne de él se condene a un callejón sin salida, es que el contexto actual los roces y conflictos imperialistas tienden a multiplicarse, y en ellos los nacionalismos irredentos, los movimientos de «liberación nacional» y los más variados «patriotismos» se convierten irremediablemente en peones a su servicio.

Es la expresión a otro nivel de la misma contradicción de la pequeña burguesía que mencionábamos arriba. La pequeña burguesía del ‎capitalismo de estado‎ vive imbricada profundamente en el estado. Necesita de él para sobrevivir incluso el pequeño comerciante y el industrial local que le piden protección frente a los cataclísmicos movimientos del capital global y sueñan con un estado «verdaderamente nacional y popular» que propicie un desarrollo endógeno. Pero el desarrollo «endógeno» no es posible sin acceso a los mercados «exógenos» de materias primas, manufacturas y capitales. El estado nacional no puede «desconcectarse» del ‎imperialismo‎. El estado nacional es la materialización política del capital nacional y éste se asfixia precisamente por la falta de acceso a nuevos mercados y oportunidades de inversión. Esa carencia y las deformidades que produce es lo que se llama ‎imperialismo‎ y por eso hoy es imperialista todo estado nacional, por débil que sea o estatalizado que esté su capital nacional. Resultado: todas las luchas «anti-imperialistas» de la pequeña burguesía acaban irremediablemente integrándose con imperialismos alternativos.

Eso, en una época como la actual significa que las profusión de revueltas de la pequeña burguesía es un caramelo en la puerta de un colegio para las potencias en ascenso regional o global. Y por lo mismo, un peligro añadido para los trabajadores en todo el mundo.

El escenario que se está dibujando es el de una generalización de los roces entre estados alimentando «conflictos civiles» internos, generalmente protagonizados por sectores de la pequeña burguesía descontenta o en deriva (Hong Kong, Cataluña, Chile, Líbano…). Para los trabajadores esto significa que las «revueltas populares» son cada vez más un terreno minado. Si ante una de ellas no consiguen afirmarse prontamente, su dinámica interna les llevará «espontáneamente» a verse encuadrados en el conflicto imperialista (como vemos en Irak).

«Fractalización», 29/11/2019


A lo largo de ésta semana iremos publicando nuestro balance de 2019. Hemos comenzado por las revueltas de la pequeña burguesía, proseguiremos con el balance de las luchas más significativas de los trabajadores a lo largo del año y acabaremos con una visión general del conflicto imperialista y la crisis capitalista.

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Hace un año...

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Mañana: «Qué aprendimos de las luchas de los trabajadores en 2019»