¿Qué aprender de las movilizaciones en Irán y Túnez?
Cuando empezamos este blog veíamos ya modestos signos de avance de la combatividad de clase en España. Estaban muy marcados empero por la búsqueda de un terreno propio en un momento de exaltación por el aparato del estado de lo «ciudadano», cuando no del nacionalismo.
En el último mes Kurdistán e Irán primero y en Túnez después han dejado claro que el desarrollo de la combatividad está ahí y que es un fenómeno global. Esta vez, a diferencia de movilizaciones anteriores, los trabajadores aparecen como motor de las movilizaciones e introducen demandas y perspectivas propias.
Es interesante que los «expertos» recomienden a la dictadura iraní crear sindicatos «libres», la receta clásica para afrontar la lucha contra los trabajadores como evolución interna en sistemas totalitarios. Pero no es menos importante ni significativo que en Túnez destaquen una y otra vez que el aparato democrático a bloque haya perdido su capacidad de engañar y los sindicatos se mantengan prudentemente al margen. Por eso es difícil no conectarlo con una tendencia al desarrollo de huelgas «salvajes» más o menos grandes en lugares tan diferentes y distantes como Vietnam, EEUU o Rumanía. Pero centrarnos ahí nos separaría de lo característico de estos movimientos que desde Irán a Túnez nos muestran problemas que hemos observado también, cotidianamente, en España.
Durante los últimos tres años hemos visto por toda la península movimientos urbanos como el Gamonal en Burgos, el soterramiento del AVE en Murcia o el cierre de hospitales en Granada en los que a veces de manera espontánea, a veces tras la bandera de un «pope Gapón» cualquiera, barrios enteros de clase trabajadora tomaban las calles expresando un rechazo que iba más allá de la reivindicación concreta de la que se tratara en cada momento. Era un terreno nuevo en el que se daban los mismos miedos a la organización, las mismas tendencias al «tecno-insurreccionalismo» -sustituir asambleas por cadenas de mensajes o convocatorias online- y sobre todo, las mismas dificultades para salir del terreno interclasista, «ciudadano», que luego hemos visto en Kurdistán, Irán y Túnez.
Otra característica de estos movimientos es que han parado por sí mismos, no a consecuencia de la represión, sino al topar con sus propios límites. Han llegado a todo lo que se puede llegar dentro de un planteamiento «ciudadano» y parecen haberse dado cuenta de que ni basta ni puede llegar más lejos. Para que un movimiento pueda defender hoy los intereses de los trabajadores que formamos la gran mayoría de la sociedad son necesarias dos cosas que el ciudadanismo aplasta: hablar desde un «nosotros» propio y una organización asamblearia real con capacidad de discusión, decisión y extensión. Hacen falta asambleas de verdad, que elijan comités revocables en cualquier momento para que esos comités puedan coordinarse y dar cuerpo a la movilización a nuevas escalas.