Qué aprender de la huelga de Air France
A mediados de los 80 llegó la primera ola de lo que sería luego la «globalización». Muchas huelgas se encontraron pronto discutiendo las condiciones de despido y cierre en una «reconversión» que parecía inapelable. Otras se encontraron ante el dilema de mantener sus posiciones o «quebrar» la empresa. El resultado ante este aparente callejón sin salida, bien orquestado por los sindicatos que hacían gala de «responsabilidad», fue no solo el desmontaje de industrias enteras como el naval o la metalurgia, sino una caída drástica en la combatividad de clase.
Hoy, tras diez años de un nuevo episodio de crisis y colapso económico, cuando la guerra comercial y las consiguientes las tensiones hacia la guerra generalizada son más fuertes que nunca, el trabajo empieza a movilizarse de nuevo. Pero los problemas sin resolver en el pasado siguen ahí. Aceptar el terreno de la «sostenibilidad» y la «competitividad» de las empresas es hacer propia la lógica de un capitalismo incapaz de crecer que, cada vez más de modo más franco y directo, necesita atacar las condiciones del trabajo para sobrevivir.
A partir de ahí, todas las estrategias de «conciliación» entre los intereses de las empresas y las necesidades de los trabajadores se convierte en un callejón sin salida, un mareo permanente de estrategias sindicales que no van a ningún lado distinto del agotamiento. Un ejemplo lo estamos viendo estos días en la huelga de Air France. La misma huelga, pone en peligro los resultados, los capitales huyen, la acción baja, las posibilidades de financiación se reducen... En pocas palabras: los trabajadores aceptan las condiciones propuestas por la empresa o esta entra en una espiral de despidos, reconversiones y quiebra. Es el chantaje del capital como un todo, más allá incluso de la voluntad de los gerentes o de los propietarios.
¿Cuál es la alternativa? Necesitamos ir más allá de las demandas «de empresa» e incorporar a las luchas un nuevo tipo de consignas que no puedan ser confinadas y aisladas. Consignas como la reducción general de jornada a 30 horas semanales sin pérdida de salario, el fin del trabajo a destajo y la precariedad o la jornada de trabajo máxima legal en función del desempleo. Obviamente esas consignas no pueden defenderse desde el aislamiento de una única huelga. Pero son la base de la extensión de lo concreto a lo general, de plataformas en las que los conflictos puedan unirse y ganar fuerza. Porque como vemos en Air France, la tendencia, cada vez más fuerte, es que cada conflicto se enfrente al capital a bloque. No hay opciones pues en la lucha en solitario. Da igual resistir mucho tiempo si el capital y el estado están dispuestos a dejar quebrar la empresa.