Mali de «Afganistán de Europa» a nuevo frente ruso
La televisión mostraba ayer imágenes de manifestaciones en Bamako contra Francia y el gobierno sostenido por las tropas españolas, francesas, alemanas y británicas. Los manifestantes ondeaban banderas rusas, lucían camisetas con la cara de Putin y acusaban a la fuerza multinacional de participar de la organización de un genocidio. ¿Qué ha pasado? ¿Está la UE en su Afganistán particular sin que se haya enterado la mayor parte de los europeos? ¿Qué papel juega Rusia en ésto?
En enero hará siete años que Hollande embarcó a Francia en una guerra en el Sahel. Pocas guerras tan cercanas, con efectos tan directos sobre la emigración y tan sangrientas, han sido tan acalladas mediáticamente en Europa. Y todo a pesar del conteo casi semanal de matanzas y de la presencia directa de soldados de Francia, Gran Bretaña, Italia, Alemania... y España.
¿Cómo empezó todo ésto?
El Sahel en general y Mali en particular tiene un escaso valor económico directo. Además, la debilidad de los capitales de la región nunca ha conseguido cuajar estados con un dominio real del territorio, especialmente del desierto. Como resultado, todo tipo de tráficos ilícitos -desde drogas hasta esclavos- se fueron enseñoreando en la región desde los noventa, conforme la sucesión de sequías arruinaba unas economías agrarias que van poco más allá de la subsistencia. Los traficantes -herederos de una larga tradición de burguesía comercial esclavista- se sintieron cada vez más tentados de librarse del coste y el contrapeso del poco estado que existía en las ciudades, controlado y dirigido por las burguesía y la burocracia del Sur, ligadas a Francia y diferenciadas racial y lingüísticamente. Mercenarios de Gadafi en varias ocasiones, los tuaregs heredaron buena parte del arsenal libio a su caída. El resultado fue primero una independencia tuareg de facto y, a su derrota, la extensión del jihadismo.
Francia vio en cuestión su dominio de la región en un momento en el que las oleadas migratorias la convertían en la «frontera profunda» de Europa. Intentó retomar el control apoyando al gobierno maliense con equipamiento y 4.600 soldados en «misión temporal». A partir de ahí, como hemos visto, ha tenido que «europeizar» el conflicto no solo con los 450 instructores sobre el terreno de la misión europea sino con fondos siempre escasos y material de combate siempre insuficiente. Cada avance militar solo ha servido para expandir la zona de conflicto a los países vecinos hasta hacerlos dependientes de los bombardeos aéreos franceses o llevarlos prácticamente al colapso como a Burkina Faso. Años de estancamiento político y militar solo podían llevar a la aparición de nuevos rivales imperialistas en el terreno. Primero EEUU en Niger. Después Rusia, que está alentando y apoyándose en el nacionalismo antifrancés para ganar posiciones y contratos en todo Africa.
El estancamiento de la «misión temporal» francesa... y europea
El «Afganistán europeo» ha sido en estos años un continuo descenso a los infiernos: en abril de 2017 las elecciones se supendieron porque la descomposición del estado -y del bloque de poder maliense- ya ni siquiera permitían poner urnas; en noviembre el contingente europeo se tuvo que ampliar para hacer frente a los rebeldes. En diciembre de ese año Macron tiró de la chequera alemana para, en una primera mini-cumbre en París, intentar poner freno a base de recursos, fundamentalmente militares. En 2018 un nuevo primer ministro prometía recuperar el centro del país con los blindados puestos por Europa. Pero en realidad, el incremento de presión solo sirvió para expandir la guerra a Burkina Faso, algo previsible en una guerra que había comenzado enfrentando al independentismo tuareg pero a la que la franquicia local del Estado Islámico estaba convirtiendo en guerra por el «Gran Sahara» entre alianzas cambiantes de los europeos con y contra los tuaregs que a su vez disparaban la violencia inter-tribal más extrema y multiplicaba los ataques terroristas «clásicos».
El último año y medio ha sido una sucesión de matanzas, guerra sucia y bases bajo cerco. Ante cada oleada de desastres, Macron retomaba la «inciativa política», esto es, movilizaba ministros de economía y defensa de Francia y Alemania, montaba «cumbres» para el desarrollo como si la guerra fuera un fenómeno climático... y se preparaba para la llegada a Bamako de nuevas tandas de decenas de cadáveres, asaltos a cuarteles ONU e instalaciones de los europeos.
Extensión de la guerra imperialista
Hubiera sido mucho esperar que otras potencias no comenzaran a jugar por su cuenta para aprovechar la debilidad de los imperialismos europeos cuando su incapacidad para asegurar el territorio se hacía obvia a cada nueva matanza. EEUU, que había plantado ya nuevas bases de comunicaciones en Niger, aprovechó el último desastre, la masacre de una aldea Peul por milicias gubernamentales para empezar a reclamar un papel dirigente mientras Francia y el gobierno local purgaban a los mandos militares. A esas alturas, marzo pasado, no solo Mali y Niger, sino Chad, donde el ejército francés seguía la misma escalada de intervenciones y Burkina Faso se precipitaban también hacia la descomposición.
Para variar, Macron intentó involucrar a aun más estados y recursos europeos en una guerra cuya letalidad está lejos de reducirse. Pero Francia no solo tenía que competir con unos EEUU que, como veremos, estaban intentando «recuperar terreno».
En cuanto EEUU anunció que reduciría «misiones de baja prioridad» en Africa para concentrarse en Rusia y China, Rusia recuperó presencia militar estable intentando crear su propio eje desde Sudán a Angola pasando por la República Centroafricana. Objetivo confeso: desplazar a una Francia en repliegue. Primer problema: la competencia con China por el acceso a los recursos. Segundo problema: la contraofensiva de EEUU dirigida sin ambages contra chinos y rusos al alimón. Pero Rusia está avanzando de una forma original: cuerpos paramilitares («Wagner», el «Black Water» de Putin) y armas de última tecnología. Una oferta diferenciadora que ahora parece haber atraído a la oposición maliense.
La fractalización de la guerra imperialista
El principal problema para el estado francés estaba en su propia retaguardia. Desde abril pasado, se suceden las protestas contra el gobierno y sus aliados imperialistas europeos por su gestión de la «violencia étnica» que los propios analistas franceses reconocen se precipita hacia la balcanización del país. Era inevitable. La alianza con las fuerzas independentistas tuareg a las que originalmente combatía, es fundamental para mantener el norte bajo relativo -muy relativo- control, pero en la práctica supone aceptar -y apoyar- un para-estado bereber con capital en Gao.
Pero en la interna maliense, la alianza franco-tuareg es atacada por el nacionalismo maliense -Salif Keita a la cabeza- como «apoyo francés al jihadismo», haciéndolos equivaler con los que un día fueron sus aliados... con los que comparten un cierto amor por la Sharia. Por su parte, los sectores de la burguesía maliense excluidos del gobierno apoyado por Francia, no iban a dejar pasar la oportunidad. Si a eso le sumamos los inevitables roces entre el ejército nacional y las fuerzas internacionales tras la última retirada y masacre hace solo una semana, el resultado es el éxito creciente del discurso que acusa a Francia y al gobierno de haber traicionado al ejército. Un suelo especialmente fértil para la penetración rusa. Lo que vimos ayer en Bamako es su primera materialización política.
¿Qué aprender de la guerra en Mali?
La debilidad de economías y estados como Mali hace muy difícil que las operaciones «temporales» de una u otra potencia imperialista conduzcan a un dominio efectivo y sostenible del territorio. Es más, para sostener las posiciones en el tiempo, el esfuerzo económico y humano debe escalar necesariamente si no se quiere que ganar la guerra convencional solo sea el prólogo de una derrota en la guerra asimétrica.
Por eso el tiempo juega contra los imperialismos que se impliquen directamente en acciones militares limitadas. La reacción de EEUU en Irak fue escalar continuamente recursos hasta obtener tablas... y poder ceder el campo sin un gran desastre. En Afganistán todavía están en ello. La de Francia en el Sahel ha sido intentar «mutualizar» costes con la UE para mantener la escalada. El resultado ha sido una posición cada vez más difícil en un campo de batalla más amplio y difícil sin otra perspectiva que ceder el menor territorio posible.
Es difícil que burguesías débiles con estados divididos y militarmente dependientes puedan mantener la cohesión en un conflicto de gran aliento. Inevitablemente las facciones excluidas del poder buscarán sus propios aliados fuera. Es decir, la guerra imperialista de fractaliza: en Mali la burguesía sureña se quiebra en dos. Una parte, cada vez más impopular, sigue pegada a Francia, otra mira ya abiertamente a Rusia. Es solo cuestión de tiempo que el conflicto pase de las protestas en la calle al ejército. A partir de ahí, las probabilidades de guerra intestina dentro del bloque hoy aliado de Francia se multiplican. Si se diera, Mali entraría definitivamente en la fase de «estado fallido», una pendiente que termina en la aparición de «señores de la guerra».
Que las distintas facciones nacionalistas sean las primeras en llamar a imperialismos extranjeros -los tuaregs a la Libia de Gadafi, la burguesía nacional maliense a Francia, finalmente las facciones excluidas del poder a Rusia- no debería extrañarnos. Es una expresión más de la imposibilidad de desarrollo independiente del capital nacional en el capitalismo en decadencia. Como en el resto del mundo, no hay liberación nacional progresiva posible. Tampoco está en la perspectiva de la burguesía nacional, fundida a un estado que depende de la ayuda exterior y los impuestos y tasas sobre exportaciones de materias primas. Lo particular de Mali y de los países semicoloniales más débiles es que la ausencia de un proletariado con peso demográfico suficiente -apenas supera el 10% entre industria y servicios- hace muy difícil que se levante una alternativa a la guerra. Ninguna otra clase del país -campesinado, artesanado, pequeña burguesía comercial- puede siquiera enunciarla.
Lecciones
Mali es hoy, como Somalia hace treinta años, un modelo de cómo, bajo las condiciones actuales del imperialismo, las crisis acentúan la inviabilidad de los capitales nacionales más débiles, propiciando conflictos en la clase dominante por el control del estado. Conflictos que acaban multiplicándose y convocando un enjambre de potencias imperialistas rivales que, si no le pone coto una clase trabajadora numerosa y auto-organizada, porfiarán extendiendo la guerra y sembrando el campo de cadáveres hasta destruir casi completamente la ya escasa capacidad productiva local.
¿Lecciones? Muchas: la tendencia permanente de las facciones burguesas a empujar y desarrollar las condiciones para la guerra, el carácter criminal de los que llaman a los trabajadores a unirse a cualquier bando en nombre de la nación o de un «anti-imperialismo» que no es sino «alter-imperialismo» sea quién sea a quien se alíe... y sobre todo, la centralidad de la clase trabajadora mundial para hacer viable una alternativa al caos y la guerra imperialista. Tanto o más allí donde está prácticamente ausente.