¿Puede romper Puigdemont el tabú del euro?
El festival del humor en el que se han convertido las elecciones catalanas tuvo ayer uno de sus mejores gags con las declaraciones de Puigdemont sobre ese «club de países decadentes y obsolescentes» en el que según él se ha convertido la Unión Europea. El Bolivar de la Selva en el exilio, parece no tener suficiente antagonista en Rajoy, la burguesía catalana y el estado... y ¡¡se tira de cabeza contra el imperialismo franco-alemán!!
Pero ¿tiene algún sentido más allá del guiño a Putin?
La verdad es que poco. El mismo Puigdemont, con su bravura habitual, después de tirar la piedra esconde la mano y defiende «cambiar» Europa y deja caer que cree en el proyecto euro. La presión es tan abrumadora y toca tan claramente en el nervio de la gran burguesía europea que no hay que recurrir a la triste historia de la deuda griega y su referendum fake para ver marchas atrás aun más espectaculares. Todos recordamos a un Pablo Iglesias anti-euro y a aquel Podemos con sabor a Syriza que no dudaban en aliarse con brexiters y lepenistas para exigir en Europa un mecanismo de salida. Y mírenlos ahora.
El euro es la piedra de toque de las burguesías europeas que se han colocado bajo el paraguas franco-alemán. Su único consenso básico a día de hoy. No importa el coste, tocar el euro te saca inmediatamente del juego. Incluso en Francia, donde más de la mitad de los votantes en la primera ronda de las presidenciales apoyaron a candidatos anti-euro, la burguesía fabricó a Macron como un Bonaparte a medida de sus propias divisiones internas bajo una única bandera real: atacar de frente las condiciones de trabajo y blindar el euro al mismo tiempo. Y en esa calidad fue saludado por todas las burguesías europeas, con la española y la alemana a la cabeza, como un salvador continental.
Y si la cuestión del euro es crítica para las burguesías centrales europeas -cuyos capitales se han fundido ya en mil sectores y se aprestan a una nueva oleada de «mergers and adquisitions» empezando por el delicado sector bancario- lo es aun más para la burguesía española a la que está costando dios y ayuda capear esta crisis sin que le desplumen al modo griego las fuentes de rentas y las infraestructuras, pero que tampoco acaba de encontrar novios europeos para sus «joyitas» financieras. De momento ningún banco español tiene «pretendiente» europeo y ninguno tiene tampoco echado el ojo fuera. Mas bien parece que la crisis catalana ha propiciado una aceleración de la fusión de la burguesía catalana con el estado. Así cabe entender los requiebros del Banco Sabadell a Bankia tras su traslado de sede y el apoyo estatal a la peligrosa aventura portuguesa de la Caixa.
Tal como va la cosa, la burguesía española va a concentrarse aun más alrededor del estado y ocupar una posición todavía más determinante en Portugal, mientras la burguesía europea va a aprovechar el Brexit para concentrarse en el eje Frankfurt-París. Es decir, si no quiere propiciar la hostilidad de sus principales mercados, la burguesía española, que ha quedado fuera de la fiesta, no puede ni quiere cortar el lazo que vía euro, le une a la estrategia franco-alemana y le mantiene al menos como candidato potencial a la fusión en los nuevos monopolios continentales.
¿Quién pierde con el euro?
Pero el euro tiene víctimas por supuesto, especialmente en los países mediterráneos. Para empezar toda la industria no exportadora y toda la industria -sobre todo de servicios- orientada o dependiente del sector público. Si vendes mantenimientos, servicios contables o informáticos a tu comunidad autónoma, si vives de proyectos de investigación o si te especializaste en precarizar servicios públicos -desde comedores escolares a administrativos, programaciones culturales y técnicas de género- la «austeridad» que el euro conlleva te ponen un techo inadmisible. Es decir, la pequeña burguesía local, va a sentirse tentada una y otra vez de levantar la bandera anti-euro... y puede que la tome como alternativa «nacional» a los separatismos regionales.
Ese espacio que en Francia ocupan lepenistas e «insumisos» y que en Portugal representa «o bloco», en España se alimenta de las las izquierdas independentistas y de los nuevos sectores españolistas que emergen en Izquierda Unida, desde la tecnocracia socialdemócrata de los economistas de la MMT al españolismo estalinista de Santiago Armesilla pasando por Julio Anguita y su Frente Cívico.
¿Qué quiere Puigdemont?
A día de hoy Puigdemont se ha quedado muy solo en Bruselas. Más allá de un apoyo espiritual angloamericano y flamenco o de alguna ayudita gamberra rusa, tiene difícil encontrar aliados dispuestos a poner carne en un asador tan poco fiable como el de la pequeña burguesía catalana independentista. Así que tiene que agitarse cada vez más violentamente para mantener una cierta atención mediática. Es muy desesperado tocar el nervio franco-alemán. A fin de cuentas fue el mismo que alineó tan claramente a Juncker con las posiciones del gobierno español. Tal vez, sencillamente, ha llegado a la conclusión de que su última esperanza está en ser útil a los enemigos de Alemania y que no tiene ya mucho que perder.
Otra cosa es que le sigan «en casa». Es difícil que el independentismo quiera meterse en una aventura tan arriesgada. Y si los trabajadores no teníamos nada que ganar en la batalla entre independentistas y unionistas, en los cantos de sirena para ponernos del lado del euro o contra él, tampoco.