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Propiedad intelectual y pandemia

09/02/2021 | Actualidad

La campaña Que nadie se lucre con la pandemia difunde en toda Europa un mensaje importante: la propiedad intelectual de las farmacéuticas es un obstáculo para frenar la propagación del Covid. Por desgracia, la argumentación es cuando menos incompleta y los medios inconducentes. Pero merece la pena discutir.

¿De dónde sale la propiedad intelectual?

Las invenciones que sirvieron de ariete a la expansión del capitalismo no tuvieron patente, de hecho la misma máquina de vapor o el telar programable fueron reciclajes de tecnologías anteriores.

Se puede aducir que el más famoso y genuino invento del capitalismo juvenil, la desmotadora de algodón de Whitney, que permitió convertir el algodón en un tejido barato y producir masivamente tejidos higiénicos para los trabajadores, fue uno de los primeros inventos patentados. Sin embargo, los historiadores están de acuerdo en que si tuvo éxito e hizo posible la revolución textil fue precisamente porque, a pesar de los desvelos del propio Whitney, la ley de patentes estadounidense de la época no le permitió limitar su uso a quienes le pagaran. Solo al final de su vida, cuando la máquina era ya un estándar industrial, la ley se reformó y Whitney pudo obtener alguna renta, aunque modesta. La burguesía estadounidense tenía claro que aunque aceptaba la idea de que las invenciones generasen rentas a sus autores, no podían convertirse en un freno a la expansión de las mejoras técnicas que dinamizaban el crecimiento del capital nacional.

En realidad la generalización y desarrollo de la propiedad intelectual es tardía dentro del propio sistema. Como recuerdan todos los historiadores especializados, la burguesía librecambista de la expansión británica -el momento más robusto del capitalismo juvenil- estuvo a punto de acabar con la propiedad intelectual entre 1850 y 1852, criticada como una forma de monopolio y un freno para el desarrollo del propio capital. La polémica se zanjó con una reforma que en la práctica privaba al patentador de la capacidad de evitar el uso de su invención. Algo parecido ocurrió en Francia con las reformas de Napoleón III. Holanda, otra cuna del capitalismo, que había establecido un laxo sistema de patentes en 1817 simplemente lo abolió en 1869. No volvería a imponerlas hasta 1912. Suiza solo las incorporaría a su legislación en 1907.

Los modos de producción decadentes tienen en común no pocas cosas. Es común que reaccionen a la lucha de clases y el desarrollo de las contradicciones internas haciendo crecer el estado; todos fuerzan un crecimiento agónico de sus propias fronteras productivas; todos exacerban las formas de propiedad que le son características en un intento de enroque final; todos sufren formas particulares de militarismo; y todos tienen una relación cada vez más predatoria tanto frente a las clases explotadas como frente a los territorios conquistados y sus recursos. Y, de una manera u otra, todas estas características comunes concurren a convertir brotes infecciosos en pandemias de escala sistémica.

Pandemia y crisis de civilización

Empieza entonces otra época, el imperialismo, en la que el sistema de patentes toma un nuevo significado. En un capitalismo que ha pasado a honrar los monopolios, el estado pasa a centralizar la innovación, someterla a los intereses generales del capital nacional y, de paso, a convertirla en un activo financiero. La lógica se expande incluso hacia las obras y creaciones culturales, herramientas ideológicas fundamentales para una clase dirigente que, tras la guerra franco-prusiana y el aplastamiento de la Comuna, encamina la sociedad hacia una guerra imperialista mundial. En 1886 se promulga la ley francesa de derechos de autor, en 1898 se funda la SGAE en España.

Pero el desarrollo y blindaje del sistema de patentes estará asociado sobre todo al ascenso del militarismo: en plena revolución química y de la telegrafía sin hilos -fundamental para el nuevo tipo de guerra que venía- la guerra comercial se fundiría con la carrera de armamentos y tomaría la forma de una guerra de patentes. Es la época de Marconi y el _Incidente del Deutschland_. La época en que los servicios estatales de espionaje se hacen permanentes en tiempos de paz y se centran en la captura de invenciones útiles para su desarrollo industrial-militar.

Pandemia y propiedad intelectual

Desde el primer momento de la pandemia, la propiedad intelectual ha jugado un papel a la contra de las necesidades universales.

1 En la fase de desarrollo las farmacéuticas primaron tecnologías nuevas de éxito más difícil pero posibles patentes más jugosas. Aprovecharon el tratamiento especial brindado por los gobiernos para la investigación de la vacuna para intentar dar un empujón a la investigación en nuevas metodologías patentables basadas en vectores virales en lugar de usar los métodos convencionales. Dicho de otro modo, confiados en que la escala de ventas a corto plazo, garantizada por los macro-contratos con los estados, las rentabilizarían en tiempo récord, han tomado riesgos mayores de error porque el premio, la patente, así lo recomendaba. Desde el punto de vista de la rentabilidad de la inversión y la capacidad de atraer capitales era lo recomendable. Pero no desde el punto de vista de la necesidad universal, que probablemente hubiera recomendado optar por obtener una vacuna por métodos tradicionales con mayores probabilidades de éxito.

La patentabilidad de la vacuna ha significado desarrollos más arriesgados y menos resilientes ante nuevas variantes, utilizar menos capacidad de producción que la disponible y hacer casi imposible la vacunación en las regiones de estados financieramente más débiles. En conjunto: centenares de miles de muertes evitables y el camino para que la enfermedad desarrolle variantes más agresivas.

2 En la fase de producción la patente ha actuado como todo monopolio: ha reducido la cantidad producida. Cada empresa y cada país con intereses involucrados, empezando por Alemania, ha visto una oportunidad para levantar capital para construir nuevas fábricas de sus empresas en su territorio. No iban a compartir beneficios industriales derivando a otras instalaciones que no eran suyas. Resultado: capacidad de producción desaprovechada y retrasos en la vacunación.

3 En la fase de distribución el resultado no está siendo menos sangrante. En primer lugar, la incapacidad para producir lo suficiente ha restringido la distribución y favorecido la aparición de variantes más agresivas, que reducen la efectividad de las propias vacunas desarrolladas. Pero si la escasez aumentada artificialmente por la restricción de la producción no fuera suficiente, el monopolio que supone la patente permite a las farmacéuticas fijar precios. Resultado, países con estados más débiles como Sudáfrica tienen que pagar 2,5 veces más por dosis... sin contar con la inversión necesaria para mantener la cadena de frío durante las vacunaciones por unos sistemas de salud más que frágiles. Resultado: la patente y la lógica de negocio ligada a ella, empuja hacia el abandono de los estados más débiles financieramente y por tanto no solo cuesta miles de vidas en lo inmediato, sino que crea el caldo de cultivo para una infinita aparición de variantes.

Resumiendo: La patentabilidad de la vacuna ha significado desarrollos más arriesgados y menos resilientes ante nuevas variantes, utilizar menos capacidad de producción que la disponible y hacer casi imposible la vacunación en las regiones de estados financieramente más débiles. En conjunto: centenares de miles de muertes evitables y el camino para que la enfermedad desarrolle variantes más agresivas.

Las trampas de la campaña No Profit On Pandemic

1 La campaña critica tibiamente la patentabilidad de las vacunas. De hecho no propone siquiera anularla y mucho menos abolirlas con carácter general. Mas bien parece insinuar una suspensión temporal con intervención de la producción por la Unión Europea a un precio tasado, como la que llegó a usar como amenaza contra AstraZeneca la Comisión Europea o la que propone Tsipras.

2 En realidad basta ver el quiénes somos para entender qué es lo que se está discutiendo aquí. El aparato político y de encuadramiento social europeo se niega a hacer confinamientos realmente útiles porque teme que su impacto económico sobre la pequeña burguesía acabe poniendo en marcha una crisis financiera. Así que sin renunciar a primar las inversiones sobre las vidas humanas, redoblan su apuesta por la vacunación, como si fuera una alternativa y no una acción complementaria. Cualquier estrategia orientada a minimizar el coste de la pandemia en vidas confinaría para parar la masacre y vacunaría, no elegiría entre ambas.

La campaña no se atreve a exigir la liberación de la patente de la vacuna, da por hecho que no se hagan confinamientos y legitima a la UE en un juego que no universalizará el acceso a la vacuna pero que servirá al juego imperialista de la Comisión

3 Al centrarse en la vacuna detectan, cómo no, que la patente les resulta un estorbo para su interés mayor. Que obviamente no tiene nada de humanitario. Y solo entonces piensan en como salvarlo... pero sin poner en cuestión la aberración que de modo general supone la propiedad intelectual. Faltaría más: los intereses imperialistas siempre presentes de la UE no van a ponerse en cuestión.

Porque, aunque la petición se vista de universalidad, se realiza centrada en la Unión Europea. La misma UE que lo primero que ha hecho en su pulso contra la británica AstraZeneca es crear un mecanismo para impedir la exportación de vacunas, y que promete continuamente que los europeos van primero. Es decir, que lo que quiere es recuperar la normalidad de la producción cuanto antes en su territorio y solo después dar alguna ayuda anecdótica -y no gratuita- a otros estados. La intervención temporal de la vacuna por tanto tendría limitado su efecto a la UE, se supeditaría a los intereses imperialistas para salir de ese marco y dudosamente repercutiría a favor del acceso universal a la vacunación.

4 Si todo este hablar a medias en el que lo que no se dice es aun más importante que lo que se afirma no fuera suficiente, los medios de la campaña -una petición de firmas ciudadanas- son el sinónimo de la inconsecuencia. Si consiguen movilizar un millón de firmas -el mínimo para que este tipo de iniciativas tenga validez legal- habrán conseguido una baza para que la Comisión negocie con las farmacéuticas sin cambiar nada. Si no lo consiguen, toda puesta en cuestión de la barbarie que producen las patentes será arrinconada sin pudor durante los próximos años y los lobbies de la propiedad intelectual -que no han parado de conseguir éxitos en el Parlamento y la Comisión durante los últimos veinte años- se verán legitimados para una nueva ofensiva.

Resumiendo: La campaña no se atreve a exigir la liberación de la patente de la vacuna, da por hecho que no se hagan confinamientos y legitima a la UE en un juego que no universalizará el acceso a la vacuna pero que servirá al juego imperialista de la Comisión. Y sin embargo, bien está la oportunidad de hablar de las patentes y la propiedad intelectual. Dos cosas que representan bien el carácter deforme, grotesco, anti-histórico y anti-humano que han tomado las instituciones del sistema. Caerán con él. Pero lo que les hará pasar a la historia no serán las ambigüedades calculadas ni las peticiones al entramado de Bruselas.