¿Por qué la propaganda de guerra es tan efectiva?

La guerra de Ucrania ha mostrado que la habitualmente quejosa industria de la opinión europea y estadounidense es, sin embargo más potente que nunca. La propaganda de guerra se ha demostrado de una eficacia abrumadora a la hora de presentar la guerra como un hecho de la Naturaleza, aislar las primeras respuestas de clase y difundir fatalismo y pasividad sobre sus consecuencias inmediatas.
Evidentemente el núcleo de esta capacidad es político y su origen viene de un largo atrás. La ausencia de un mínimo tejido de clase organizado hace a los trabajadores débiles frente a las ofensivas ideológicas. Y por otro lado, el agotamiento de las revueltas de la pequeña burguesía hace también mas fácil el encuadramiento de esta clase. Es mas fácil imponer un discurso social cuando no hay fuerzas sociales organizadas contradiciéndolo.
Sin embargo,la comparativa con la invasión de Irak en 2003, cuando el significado y las posibles respuestas ante la guerra eran tema de debate en los centros de trabajo, nos señala que no sólo han cambiado correlaciones de fuerzas entre clases y los alineamientos en el seno de las clases dirigentes y su aparato político frente a EEUU.
Algo ha cambiado en las formas de comunicación que ha puesto mucho más difíciles las cosas para la gran masa de trabajadores precarizados, cada vez más atomizados y aislados. Especialmente entre los más jóvenes.
¿En qué consiste la crisis de la industria de la opinión?
La industria de la opinión, es decir, aquella industria cuyo producto es la opinión social y cuyo objetivo implícito mantener la conformidad con el estado y el sistema (periódicos, sector audiovisual, editoriales, canales de TV, etc.) es bien consciente de haber apretado demasiado durante la última década.
Fueron años de crisis de los aparatos políticos propiciadas por distintas expresiones de descontento de la pequeña burguesía (desde Cataluña a Chile pasando por el auge de la extrema derecha en Alemania o Italia) y por batallas internas en las clases dominantes (Brexit, trumpismo, etc.) que les exigieron un verdadero bombardeo ideológico para mantener las revolturas sociales dentro de lo controlable.
El resultado, como afirman los informes de la propia industria fue un desgaste de su influencia directa sobre la generación de opinión a partir de la actualidad política y social.
Estos datos señalan dos problemas diferentes pero relacionados. En primer lugar, la aparición de una minoría de personas activas online, muchas de ellas jóvenes o con menor nivel educativo, que en gran medida se han desconectado de las noticias, tal vez porque sienten que no se trata de algo relevante para sus vidas. Y en segundo término, un declive generalizado en el interés y en el consumo de noticias
Digital News Report 2022, Reuters y Universidad de Oxford
Según el mismo informe, las noticias en general pasaron de interesar al 63% de la población en 2017 a sólo el 51% en 2022. El informe recomendaba «simplificar el lenguaje» aún más para llegar a «las personas jóvenes y menos educadas» y subrayaba que no bastaba con adaptarse a la dinámica de los algoritmos de Facebook o Twitter porque «las generaciones más jóvenes han volcado gran parte de su atención a redes más visuales» como TikTok o Instagram.
No es sólo una campaña para propiciar inversiones en un nuevo tipo de redes sociales. Las agencias y los informativos llevan un cierto tiempo bajo un nuevo mantra. Mensajes fáciles y que muevan, es decir que susciten interacción -normalmente a base de excitar el reflejo de mostrar repulsión o adhesión- expresados visualmente. No es de extrañar que loen la modernidad de Zelenski y la propaganda de guerra ucraniana impulsada por asesores estadounidenses.
Pero vayamos por partes.
Información y conocimiento en el mundo Google
En el modelo imperante hasta hace poco menos de 20 años, los medios se dividían el trabajo entre la TV y la radio -masivas, inmediatas y más emocionales- y los periódicos -orientados generalmente hacia el lector de la pequeña burguesía generador de opinión en su círculo- que daban contexto y opinión orientando la información.
Cuando entre 1997 y 2001 los periódicos de referencia de todo el mundo volcaron sus archivos a Internet y dieron acceso gratuito a sus contenidos, los buscadores parecieron materializar la idea de que la información estaba al alcance de la mano. El resultado fue un desgaste de la capacidad de control de los periódicos sobre las audiencias que hasta entonces habían manejado como corralitos. Pero también un cambio en la forma en que, culturalmente, se articularía la relación entre información y conocimiento.
Esta tendencia se radicalizó durante la década cuando las primeras escuelas digitalizaron las tareas de los niños e impulsaron a estos a documentar y responder ejercicios usando buscadores en casa. Aprender pasó entonces a entenderse como un sinónimo de buscar, como una actividad que producía resultados inmediatos. «Si quiero aprender algo lo busco en Google, está todo ahí».
La supuesta democratización del conocimiento eliminaba la idea de cultura individual en que se había basado el sistema educativo. La cultura de una persona se había entendido como el resultado de un cultivo (de ahí su nombre), como el fruto que crecía a partir de un trabajo de muchas lecturas y ejercicios de razonamiento. Ganar cultura, decía la vieja pedagogía burguesa y con ella las primeras pedagogías alternativas de la decadencia, era trabajar intelectualmente para ganar conocimiento que permitiera hacerse nuevas preguntas por uno mismo.
La lógica de la democratización del conocimiento a lo Google era todo lo contrario: decía eliminar la necesidad de contextos previos, hacía inmediato el acceso a todo lo necesario para responder a cualquier pregunta. ¿Querías saber por qué se producía una crisis? Lo buscabas. ¿Querías saber qué era una dicotiledonia? Estaba a un click. Todo estaba simplemente ahí y de lo que se trataba, nos decían, era de saber buscarlo.
Pasados los años, lo que dicen los estudios es que esta nueva relación con el conocimiento produce un exceso de confianza en las propias capacidades externalizadas en la información on-line.
En comparación con aquellos que usan solo su propio conocimiento, las personas que usan Google para responder preguntas de conocimiento general no solo tienen más confianza en su capacidad para acceder a información externa; también tienen más confianza en su propia capacidad para pensar y recordar. Además, quienes usan Google predicen que sabrán más en el futuro sin la ayuda de Internet, una creencia errónea que indica una atribución errónea de conocimientos previos y destaca una consecuencia prácticamente importante de esta atribución errónea: el exceso de confianza cuando Internet ya no está disponible. .
Un exceso de confianza que otros estudios muestran como pura y simple reafirmación de los prejuicios sociales (y mediáticos) cuando no de supersticiones o falsedades alimentadas por redes identitarias y entornos de opinión cerrados.
Mostramos que tres de cada cuatro estadounidenses sobrestiman su capacidad relativa para distinguir entre titulares de noticias legítimos y falsos; los encuestados se sitúan 22 percentiles por encima de lo justificado en promedio.
Este exceso de confianza está, a su vez, correlacionado con diferencias consecuentes en las creencias y el comportamiento del mundo real. Mostramos que las personas con exceso de confianza tienen más probabilidades de visitar sitios web no confiables en datos de comportamiento; no distinguir con éxito entre afirmaciones verdaderas y falsas sobre eventos actuales en las preguntas de la encuesta; y para informar una mayor disposición a dar me gusta o compartir contenido falso en las redes sociales, especialmente cuando es políticamente afín.
Otra vuelta de tuerca
Cambridge Analytica
Sobre ese ambiente intelectual, la nueva vuelta de tuerca de medios, propagandistas e industria de la opinión, como hemos visto, es la «visualización». El nuevo mantra lleva la lógica de la inmediatez del conocimiento hacia su conclusión más brutal y falsaria, «ver es aprender», para celebrar el paso de la búsqueda de información estilo Google a la búsqueda de información visual estilo TikTok o YouTube. La misma sintaxis de la cita lo dice todo.
Yo y mis amigos, todos más o menos de la misma edad, todos somos aprendices visuales y con TikTok es fácil y rápido ver un vídeo de algo sobre lo que quiero saber más.
Sin embargo, la falsedad del «ver es aprender» es dramática cuando se aplica como sustitutivo al aprendizaje escolar colectivo y las horas de estudio personal. Se intuyó tras los confinamientos cuando los índices de evaluación educativa de los chicos que habían sustituido clases por materiales audiovisuales en la red cayeron en picado en todo el mundo.
De hecho, cuando se analiza el efecto de los contenidos producidos por los pioneros de la enseñanza audiovisual de ciencia básica y matemáticas en Internet, Khan Academy, los resultados son demoledores. Los espectadores creen que han aprendido algo cuando de hecho se han reforzado sus prejuicios.
Y si esto pasa en el aprendizaje básico, ni hablemos en la interiorización de la información sobre las noticias. Los grandes medios denuncian a TikTok como el principal canal de desarrollo y propagación de teorías conspiranoicas delirantes y fake news. Pero al mismo tiempo que ponen en agenda adoptar sus formatos. A día de hoy, periódicos como el New York Times y revistas como Spiegel, utilizan regularmente en sus portadas el formato stories para ligar sus contenidos y enfoques a sus propios gestores de redes.
En realidad su queja no es tanto contra las posibilidades de manipulación sino contra que aparezca una competencia con una agenda propia de manipulación, como cuando convirtieron el micro-targeting de Cambridge Analytica en escándalo sólo para bendecirlo como innovación cuando acto seguido se incorporó al arsenal de marketing de sus partidos aliados. Y es que bajo el discurso plañidero de los medios sobre las fake news se esconden las dificultades de los grandes medios de estado para enfrentar a los medios alternativos alimentados por la agitación de la pequeña burguesía.
Porque en el mismo periodo en el que Google transformaba la relación con el conocimiento, animados por la reducción de la escala de inversión necesaria, apareció una nube de confidenciales y digitales, que se abrieron paso utilizando los buscadores para promocionarse y que se presentaron en oposición al moderantismo complaciente de los grandes periódicos con discursos airados y fuertemente ideologizados. Son los orígenes digitales de la nueva política y la alt-right.
Pero sobrevalorar la importancia de ese entorno, que al final, ante la guerra y la crisis desatada vuelve necesariamente al redil de la clase dirigente (véase Podemos-IU y PCE en el gobierno en España o Meloni en Italia), es su cosa, no la nuestra. Nosotros tenemos que estar atentos a los cambios de fondo que modifican las condiciones de las que nuestros compañeros de trabajo y la clase trabajadora en general parten para discutir, ganar consciencia y organizarse.
La virtualización de las relaciones y el refuerzo de la propaganda
Un artículo publicado hoy mismo en New York Times celebraba en China lo que es cada vez más corriente en todo el mundo: el éxito de las apps de citas no se debe sólo a la mercantilización creciente de los encuentros sexuales y las relaciones íntimas. Están sustituyendo a la socialización ligada al trabajo en unos rangos de edad y situación en precarización constante.
Para muchas personas, las aplicaciones se han convertido en santuarios virtuales, un giro del siglo XXI en lo que los urbanistas llaman el «tercer lugar», una comunidad entre el trabajo y el hogar, para explorar pasatiempos, discutir temas populares y conocer nuevos amigos.
El estado chino, que se siente muy cómodo en el uso como herramientas de control social de las tecnologías digitales deja hacer, como dejan hacer los gobiernos del resto del mundo. Nunca van a desaprovechar algo que multiplique la atomización.
Es sobre ese espacio social atomizado que el refuerzo de prejuicios que se produce en la nueva relación información-conocimiento se convierte en refuerzo de los prejuicios mediáticos. Esa es la tendencia de fondo que nos permite explicar por qué la propaganda es más efectiva que nunca siendo además -lo que parecería contradictorio- más burda que nunca.
El mundo delirante de los mensajes de un Zelenski o un Trump y las crónicas de guerra que parecen sacadas de Twich, son hijas del mundo Google, pero sobre todo de las condiciones de precariedad generalizada y atomización creadas por las cosas chulísimas de las reformas laborales y los cambios en la organización industrial. Aunque no podamos tomarnos en serio sus mensajes, debemos tomarnos en serio lo que socialmente les ha permitido ser considerados verosímiles por millones de personas.
¿Qué hacer?
La clave para enfrentar a la industria de la opinión, la atomización y destrucción mercantil de las relaciones humanas más básicas, pasa por organizarnos como trabajadores de todas las formas y en todos los espacios posibles. Ante todo, espacios físicos reales, tangibles. Espacios en los que las formas de comunicación y compromiso superen la lógica venenosa que iguala ver a comprender y expresar individualmente a hacer colectivamente.
Sólo entonces podremos llegar a las luchas, porque vienen luchas, con minorías de clase preparadas para aportar claridad y orientación.