«Proletkult» de Wu Ming
El planteamiento no podía ser más atractivo: retomar Estrella Roja de Bogdanov durante la revolución de 1917. El protagonista, Leonid, en realidad un trasunto del propio Bogdanov, habría tenido una hija en el Marte comunista. La joven vuelve para buscarle en plena revolución mundial. Pero no. Nos encontramos con que la trama empieza en 1927, en plena contrarrevolución stalinista, poco antes de empezar las matanzas y purgas de la generación que había hecho la revolución. Y que los autores sustituyen el contexto histórico por una maraña de prejuicios y distorsiones... nada inocente.
En este artículo…
La maraña de Wu Ming
El libro se abre con el famoso atraco de Tiflis. Es la única manera de colocar a Stalin con alguna relevancia en la historia de los bolcheviques rusos. El foco en aquel atentado, permite además presentar a un Lenin de moral maquiavélica que en teoría acepta una línea política marxista -no robar bancos- mientras ejecuta la contraria. El nacimiento del partido obrero que llegará a articular a centenares de miles de trabajadores militantes se reduce así a una aventura de Far West caucásico.
Cambio de escena: Bogdanov se encuentra con Lunacharski y Krupskaia en 1927. El relato insinúa que el Proletkult fue incorporado al estado por la lógica totalitaria bolchevique. Primeras referencias a la ruptura entre Bogdanov y el núcleo bolchevique. Lenin, por motivos espurios -haber quedado en minoría en el curso de una discusión- carga contra el empiromonismo de Bogdanov llevando a su expulsión del partido.
El libro sigue avanzando. En un tono quejoso recoge la vieja tesis liberal-libertaria: la revolución rusa no fracasó porque la revolución mundial fuera derrotada y el proletariado ruso se agotara y prácticamente disolviera por efecto de la guerra civil. Según esta teoría tradicional anarquista, no tuvo nada que ver con la lucha de clases, sino con el centralismo del partido bolchevique, el supuesto autoritarismo de Lenin y Trotski y una concepción del partido y la revolución que rechazaba el pluralismo. Todo ello habría creado una dictadura infame por propia dinámica por sí mismo porque... el proletariado ruso carecía de formación cultural suficiente. Harían falta no una sino un centenar de revoluciones, dice la joven extraterrestre protagonista. O lo que es lo mismo: mejor lo dejamos... Y el libro sigue avanzando, enredando la maraña y transmitiendo una sensación fatalista, derrotista y en realidad legitimadora del stalinismo y las expresiones políticas de la contrarrevolución.
Desenredando un poco la maraña
Antes de la revolución de 1905 es evidente el peso de la tradición populista entre los que luchaban contra la autocracia feudal tratando de impulsar una revolución democrático-burguesa. El populismo ruso, un movimiento de la pequeña burguesía había tenido todas las derivadas nihilistas y románticas posibles. Entre ellas el bandolerismo. Los marxistas en general, no solo los mencheviques, eran conscientes del carácter contraproducente de ese tipo de políticas para el desarrollo de la consciencia de clase, incluso en lo que empezaban a definir como una revolución permanente. Rechazar los atentados armados y los atracos y poner en el centro la acción de masas -huelgas, movilizaciones políticas- y por tanto en la clase misma era lo que señalaba la diferencia de objetivos y moral de los marxistas frente a populistas y anarquistas.
¿Qué fue el atraco de Tiflis? Un error político gravísimo que dejó 40 muertos, 50 heridos y un rechazo masivo y persistente de la entonces joven tendencia bolchevique del partido socialdemócrata entre los trabajadores georgianos. La república menchevique de Georgia y su papel reaccionario durante la guerra civil se cimenta entonces. El robo-atentado aprisionó el desarrollo de la consciencia de clase por el proletariado georgiano con más fuerza que la que jamás consiguió la represión zarista.
¿Y Lenin, presentado en el libro como padrino de la acción? No está clara su posición durante la planificación. Es posible que en principio no le diera significación política y lo valorara solo como una forma de conseguir financiación. En cualquier caso, podemos inferir que incluso si se opuso, no valoró lo suficiente la importancia de lo que estaba en juego. Eso sí, corrigió inmediatamente -cuando todavía no era conocida públicamente la implicación bolchevique- y desde entonces rechazó con claridad y vehemencia cualquier tipo de actividad partidaria armada.
Stalin, en cambio, sufrió un largo ostracismo entre los bolcheviques a cuenta del incidente que todos se esforzaron por olvidar. Venía de una trayectoria de robos en Georgia y parece haber sido el organizador del plan. Al parecer reclutó a Kamó, un aventurero armenio sin casi formación política que dirigió la acción sobre el terreno. Acción que acabó en matanza.
¿Sobre el Proletkult? En realidad basta ver los artículos de Lenin, Trotski y Lunacharski sobre este y otros grupos de pretensiones similares para darse cuenta de que era justamente al revés: los diferentes grupos artísticos y especialmente el Proletkult pretendían hacerse normativos y capturar en lo que pudieran el Comisariado del pueblo que dirigía Lunacharski con la excusa de que representaban el nuevo arte proletario. Los bolcheviques en cambio rechazaban la idea de una cultura proletaria -y con misma fuerza lo que luego se llamará identidad obrera- y se opondrán sistemáticamente a la fusión del Proletkult o de cualquier otra escuela o grupo cultural con el estado de los consejos obreros. Donde Wu Ming nos pinta al estado obrero devorando expresiones culturales y homogeneizándolas, en realidad había grupos de artistas y agitadores culturales tratando de ganar poder secuestrando una parte del estado para sus propios intereses y consagración. Artistas buscando rentas públicas y mando político-cultural. Nada más repelente para los revolucionarios bolcheviques. Lógico que vieran a Bogdanov como un caso perdido y recriminaran a Lunacharski su excesiva tolerancia.
Respecto a Materialismo y empirocriticismo, la crítica que Lenin hace de Bogdanov, se pueden decir muchas cosas pero desde luego no que no fuera pertinente ni políticamente relevante. El empiromonismo de Bogdanov, es bien resumido en la novela.
- ¿Ves esta hoja? Tócala, huélela, oye el ruido que hace. A todas esas sensaciones juntas y organizadas las llamas hoja.
- «No solo yo. Todos la llamamos así.
- Exacto. Porque además de tu organización, existe otra colectiva, que nos permite actuar conjuntamente y a la que llamamos realidad.
- ¿Y eso qué tiene que ver con el marxismo?
- Tiene que ver porque la realidad está hecha de nuestras sensaciones y del modo como las juntamos. La materia en estado puro no existe. Si somos marxistas, si queremos cambiar la realidad, tenemos que cambiar las sensaciones y el modo de organizarlas.
- ¿Y eso cómo se hace?
- Cambiando la cabeza de las personas, o sea, la conciencia colectiva, la cultura.
Salta a la vista que confunde la representación de la realidad con la realidad misma. Es, como Lenin bien argumenta, puro idealismo. Si lo pensamos un poco estamos rodeados de ese tipo de idealismo. Incluso en ciencia. ¿Cuántos papers y teorías confunden el algoritmo o las funciones matemáticas con las que describen un sistema con supuestas leyes internas de ese sistema? ¿Cuántas veces escuchamos cosas como que el jugador de billar calcula inconscientemente complejas funciones trigonométricas antes de golpear con el taco? ¿Cuántas veces nos presentan las simulaciones de modelos realizadas en un ordenador como pruebas de resistencia no del modelo sino de la realidad que representa?
A partir de esa confusión, que del esclavismo hasta hoy ha caracterizado la forma de concebir el mundo de todas las clases explotadoras, la Historia de la Humanidad aparece ante los idealistas como la historia de las ideas en el tiempo. La evolución de las ideas -sea dios como idea original del mundo o sean las ideologías- sería el motor de la Historia. Las ideologías sustituyen a los intereses de clase, la cultura a la consciencia; y la confrontación más o menos violenta de ideas, identidades y formas de entender el mundo a la lucha de clases.
En una concepción idealista como la que desarrolla Bogdanov, las ideologías sustituyen a los intereses de clase, la cultura a la consciencia; y la confrontación más o menos violenta de ideas, identidades y formas de entender el mundo a la lucha de clases.
Es decir, en este nuevo marco, la forma de superar el capitalismo no sería el desarrollo de las luchas de los trabajadores sino la difusión cultural. Wu Ming de hecho lleva al Bogdanov histórico un pasito más allá para convertirlo en una anticipación de Gramsci y su hegemonía cultural e incluso de un Laclau y su crear pueblo.
Algo hay. Aunque desde luego Bogdanov nunca fue el podemita que le gustaría encontrar a Wu Ming, las bases idealistas de su teoría llevan hacia ahí necesariamente. Es decir, hacia la negación de la clase trabajadora como sujeto político. Algo que nadie parece comentar demasiado pero que se ve claramente en la secuela de Estrella Roja, titulada El Ingeniero Menni (1913). En ella, se nos cuenta la transformación comunista en Marte que ya aparece concluida en la primera novela. ¡Sorpresa!, no es una transformación revolucionaria, sino el producto de una reforma desde arriba liderada por un ingeniero que aplica el sentido común para resolver los problemas de la especie marciana. El Ingeniero Menni es la demostración material de que la crítica de Lenin en Materialismo y Empirocriticismo (1908) era vital para los bolcheviques. Del discurso epistemológico de Bogdanov solo podía nacer una ideología que deshiciera al partido y le inutilizara para servir al desarrollo de la consciencia de clase de los trabajadores.
¿Qué hay detrás de todo esto?
En realidad, la cuestión hoy es a cuento de qué viene esta reivindicación de Bogdanov. Y para eso hay que entender qué representa Wu Ming.
Para entender Wu Ming es necesario examinar las sinopsis de las novelas colectivas del grupo. Si las reducimos a las traducidas a español, francés e inglés, el marco queda aun más claro. Wu Ming es arte colonizador que ha tomado el papel de bardo y predicador cultural del radicalismo democrático anglosajón entre los hablantes de lenguas latinas. Pero no son solo el hijo rebelde de Berlusconi y la anglificación de la universidad y la pequeña burguesía corporativa italiana. También son hijos de Umberto Eco. Aunque discretamente, no quieren dejar de contar el colapso setentero del stalinismo y sus epígonos universitarios. Contárselo a la izquierda anglosajona, por supuesto. Siempre dentro de los relatos que esta puede reconocer y entender como propios. Es decir, no solo son colonizadores son también arte colonial que intenta explicar la historia del colonizado como caso particular, como aplicación concreta de la estructura ideológica del patrón ideológico al que envidian y que aspiran a representar en funciones de capataz.
Este propósito, consciente o inconsciente, lleva inevitablemente al seguidismo. Y en 2018, cuando la novela fue publicada originalmente en italiano, Bogdanov estaba poniéndose de moda de la mano de Paul Mason.
https://youtu.be/kUi85TBVKGs?t=349
Paul Mason, un ex-trotsko-stalinista británico que fue el editor de Economía en The Guardian, no habla de comunismo sino de post-capitalismo. Puede parecer lo mismo, porque lo describe como una sociedad de abundancia, recupera citas de Marx y se recrea en ellas utilizando las intuiciones de la novela de Bogdanov. Pero no lo es. Para Mason, la abundancia no es el resultado del derrocamiento del capitalismo, sino de una evolución del sistema impuesta por haber puesto a la sociedad en el límite de la extinción. Mason se ve como un ingeniero Menni del Pacto Verde y avanza una reforma al margen de la lucha de clases hacia una economía descarbonificada con elementos de lo que llama economía del regalo. Es más, recupera de Bogdanov una idea -profundamente errónea- extraída de Estrella Roja: en el comunismo las contradicciones sociales se superan, pero no la contradicción entre Humanidad y Naturaleza.
No es el momento de entrar en una crítica detallada de Mason, pero necesitábamos señalarlo porque su papel de propagandista del Pacto Verde -un plan que en realidad es una transferencia brutal de rentas del trabajo al capital- moldea desde el principio el argumento, comenzando con conversaciones anacrónicas sobre combustibles fósiles... ¡¡en 1927!!
Un balance decepcionante
Si _Wu Ming_ no ha conseguido superar todavía su primera novela (Q) es sobre todo porque su forma de trabajo somete férreamente los andamiajes literarios al mensaje político que quiere transmitir. Eso no hace las novelas ni mejores ni peores. Simplemente hace más evidentes sus contradicciones. Y si en las últimas novelas esas contradicciones y anacronismos se han ido ampliando, en esta -que parece una novela de encargo- estas contradicciones hacen saltar por los aires el engendro sin conseguir levantar el ritmo o el ánimo oscuro de la narración. No son los extraterrestres los que erosionan la verosimilitud. Es la densa maraña de escoras y trampas necesaria para intentar vendernos pacto verde y feminismo desde un derrotismo falsario y llorón. Ni el peor Bogdanov se merecía esto.