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Proletariado, xenofobia y lumpenización

15/08/2018 | Actualidad

De Cataluña al Medio Oeste americano, de «brexiters» e independentistas corsos a Salvini y la AfD alemana, por todo el mundo la ‎pequeña burguesía‎ ha protagonizado y dirigido -hacia la nada- «revueltas» reaccionarias al socaire de la crisis. No solo éso, ahora entra en una nueva e inevitable fase tras el choque con la realidad: no tiene alternativa, no tiene un ‎ futuro que ofrecer a la sociedad‎. Su única opción es revitalizar la fantasía del «‎pueblo‎», entelequia interclasista, versión cutre y utópica de la ‎nación‎, convertida a estas alturas en puro delirio, en sujeto político zombi.

Y sin embargo... lo está consiguiendo o se aproxima mucho a ello. La «confluencia» sobre la base del cierre de fronteras con la que el post-stalinismo alemán de Sahra Wagengnekt y Oskar Lafontaine pretenden «opar» al SPD y el discurso de seguridad y xenofobia de Salvini que alinea ya al 60% de la opinión italiana, tienen una fórmula en común por encima del tradicional y mentiroso eje derecha-izquierda: la asociación entre migraciones y ‎lumpenización‎.

En un contexto en el que el ‎proletariado‎ no existe más que puntual y germinalmente como sujeto político, en el que la descomposición de las relaciones sociales y del trabajo mismo es galopante, la gran mayoría de nuestra clase siente muy cercano el aliento de la ‎lumpenización‎. Es lo primero que te cuenta cualquiera en el barrio. Es el miedo de todo padre ante la evolución del entorno de sus hijos, el abandono de las escuelas y la violencia creciente en los entornos más cercanos.

El miedo que produce la llegada masiva de inmigrantes en Europa entre los trabajadores, es que alimenten aun más ese proceso. Sin posibilidades laborales reales, sin lazos reales con la clase -la inmensa mayoría de los sirios y africanos llegados en los últimos años pertenecían a la pequeña burguesía urbana o campesina- muchos de ellos serán quemados en la pira de la exclusión y la lumpenización.

¿Cómo juega la propaganda xenófoba? Ocultando que esas masas de parados que serán lumpenizadas, que pasarán al circuito infame de la economía ilegal y la delincuencia menor, en su mayoría están ya aquí y tienen pasaporte local desde que nacieron: son ellos mismos, somos nosotros, son los chavales que dejan pasar el tiempo en la plaza. Culpando de la lumpenización a una parte de sus víctimas inminentes, la xenofobia invisibiliza la responsabilidad de un capitalismo que ya ni siquiera tiene capacidad para explotarnos a todos.

Y sin embargo, los internacionalistas no parecen darse cuenta. Es más, parece que los goles que no les meten de cabeza se los cuelan entre las piernas.

No es casualidad que los mismos textos que definen a la clase trabajadora como un «frente multi-género, multi-nacional y racial» bendigan los saqueos como expresiones de la «espontaneidad explosiva del elemento proletario». No entienden que el ‎proletariado‎, en su proceso de constitución como clase no solo se afirma «hacia arriba», contra la pequeña burguesía y la burguesía, sino contra el orden burgués como un todo. Y que el ‎lumpen‎, esa amenaza permanente de descomposición de la propia clase «hacia abajo», es una parte esencial de las fuerzas intentan contenerlo y disolverlo.

¿Por qué pasa ésto? Paradójicamente muchos grupos jóvenes siguen ligados en sus concepciones a un momento fabril de la vida de la clase que no volverá. Otros tal vez confundieron la ‎precarización‎ con la lumpenización sin poder entender ni una ni otra. Pero el hecho, es que la mayor parte de la clase trabajadora vive ya en la precarización y su miedo cotidiano es la lumpenización.

Los ataques ideológicos más duros que en este momento sufre la clase trabajadora han sido cocinados en los fogones de la pequeña burguesía. Por un lado el ‎feminismo‎ y su voluntad incansable de romper en dos a la clase: desde de las «huelgas de género» a la propuesta de convenios diferenciados por sexo.

Por otro, la vuelta del «identitarismo obrero» que se alimenta directamente del miedo a la ‎lumpenización‎ presentándose como una forma de resistencia. El identitarismo obrero difunde la creencia ilusoria, alimentada durante décadas por el stalinismo, en que el nacionalismo es una garantía contra la lumpenización. Es esta mentira heredada del stalinismo y no el fin del PCI, lo que empuja a una parte de los trabajadores italianos a dejarse embaucar por Salvini. Y es esa misma receta, tan fácil como falsa, la que torna atractivo para muchos jóvenes precarizados el neo-stalinismo antifascista, interclasista y matonil. Es el mismo agua sucia y revuelta en la que intentan pescar Iannone o Melisa.

La «alternativa» «integradora» no es menos peligrosa para los trabajadores. Sobre la misma lógica estéril y divisiva de las «identidades», nos intenta colar a las pequeñas burguesías migrantes explotadoras como defensoras de los derechos civiles mientras presentan la explotación salvaje de la parte más débil de la clase no como lo que es, capitalismo en acción que nos amenaza a todos, sino como racismo, como prejuicio caduco e irracional. Al desarmar a la clase para entender a qué se enfrenta, el «progresismo» alimenta en realidad la división, ocultando la naturaleza común de las luchas y echando a los trabajadores migrantes en brazos de los explotadores con los que comparten un supuesto «origen». En realidad, y por si no bastara con todo lo anterior, alimentan el prejuicio reaccionario de la «imposibilidad de las fronteras abiertas» ocultando su fondo real: el fracaso global del capitalismo en ‎decadencia‎.

Históricamente el lumpen y la lumpenización han sido fuerzas destructivas contra los trabajadores y su afirmación como clase, disolvente de la lucha de clases y carne de cañón a disposición de las opciones más reaccionarias de cada momento. Sin recordar y reconocer ésto, que sabe y vive cotidianamente cualquier trabajador desde las villas de Buenos Aires a los barrios de Colonia, desde las barriadas de Argel a las de Shanghai, no será posible para los internacionalistas elaborar ningún discurso útil. Y útil significa aquí útil para denunciar el encuadramiento, sea neo-fascista o neo-stalinista, xenófobo o «integrador». Pero para hacerlo, para vencer la impotencia, hay que distinguir antes y con igual claridad la ‎precarización‎, que forma parte esencial de la vida de la clase, y la ‎lumpenización‎ que nos niega y amenaza.