Precariedad en serie
La precarización de las condiciones de trabajo sale de refilón en las series, pero últimamente parece que toma un papel protagonista con más asiduidad. ¿Hay algo que merezca la pena ver?
Sweetbitter
En EEUU la serie de más éxito sobre un entorno laboral y las relaciones que en él se producen es «Sweetbitter», una adaptación de la novela de 2016 con el mismo título. La vida agobiante y precaria de la hosteleria aparece ahí moldeada en un mito clásico de la literatura burguesa: presentar la proletarización de los jóvenes de la pequeña burguesía rural al llegar a la gran ciudad como una «apertura de los sentidos». La protagonista aprende que el vino no se bebe como cocacola, que los sabores tienen ritmo y contrastes... y que la vida «real» -la explotación del trabajo- está irremediablemente acompañada de violencia, relaciones de poder y reacciones autodestructivas. Y en alta hostelería, más.
Hay sin embargo otra forma de leer esta reedición del viejo cuento. El origen rural de la protagonista es lo de menos. La serie se dirige a los hijos de la pequeña burguesía urbana. Chicos crecidos bajo la protección de familias que les aseguraron entornos amables pero intelectualmente planos y que los mandaron a la universidad en la idea de que les aguardaba un estupendo futuro de cuadros medios en un capitalismo de estado eterno y eternamente aburrido (el mundo que parodia otra serie relevante, «Corporate»). En esa interpretación, lo interesante de «Sweetbitter» es que, a diferencia de «Friends», esa expectativa de ascenso social tras una incursión pedagógica en el proletariado, ni se espera ni ansía. La máxima promoción a la que se puede aspirar es a ser camarero de sala y para ello -en la novela, no en la serie- hay que pasar por acostarse con el jefe. Bienvenidos a la sordidez del abuso y la trituradora de carne vestida de transacción canónica de la «religión de la mercancía».
Diary of an Uber driver
Consciente o inconsciéntemente, la última serie «gig economy», la australiana «Diary of an Uber driver» trata de evitar el intercambio mercantil en sus formas más explícitas. El resultado es patéticamente alienante: un conductor de Uber, cuidador de casas, mascotas y lo que quiera que la «sharing economy» quiera «compartir», al que nunca se ve cobrar, que nunca entra en un intercambio, que está ahí no se sabe cómo ni por qué. El resultado es un cruce entre «Paseando a Miss Daisy» y el «Androide paranoide». Quisieron hacer un filosófico conductor de Uber y les salió una versión coaching-depresiva de «Autopista hacia el cielo».
Liza on demand
Pero bueno... podía ser peor, podía ser «Liza on demand», seguramente la peor serie de Amazon hasta ahora. Y no anda falto de series infames. Una mezcla de «show de la comedia», «identity politics» y blanqueo pseudo-macarra de la descomposición social y de la falsedad de las relaciones humanas en un entorno mercantilizado hasta el extremo. Como dirían las fuerzas del orden: «No hay nada que ver, aquí».
Cleaning up
Hay que llegar a Europa para encontrar relatos más auténticos y novelescos al mismo tiempo. La británica «Cleaning up» es divertida, agitada y está llena de suspense. Sin embargo, relata muy bien la angustia de una vida laboral de mierda, de una vida personal destrozada por la ludopatía y la banalidad de los escasos sueños que el sistema deja tener a un grupo de amigas que trabajan de limpiadoras en la City de Londres. Las protagonistas descubren que el «inside trading» no es tan cauteloso delante de aquellos a los que se considera invisibles y que por la breve grieta que eso abre puede entreverse una forma de escapar. Eso sí, solo para ellas.
¿Algo que merezca la pena ver?
No hay de qué extrañarse. Desde la mítica «Riff Raff» de Ken Loach allá por 1991 ningún producto de la industria audiovisual ha intentando mostrar siquiera un hilo que condujera desde la precarización y sus miserias a una perspectiva social nueva libre de ellas. No cabe esperarlo.
A fin de cuentas, las creaciones culturales son parte de la ideología que genera el sistema. Más aun las obras audiovisuales, que requieren una estructura industrial y financiera alrededor. Hay buenos trabajos, algunos incluso inspiradores, pueden mostrar una versión crítica de los valores dominantes, pero nunca harán su crítica, es decir, nunca los demolerán de raíz. Dicho de otra manera, creadores como Loach son «pensamiento crítico», proponen versiones «mejores» del sistema, no su demolición. Por eso, todo lo más, las series y películas pretendidamente «críticas» darán salidas individuales (un «buen golpe», una promoción, etc.) o nos dirán que «otro capitalismo es posible», cuando no acaben castigando a los personajes por haber tomado «malos caminos»... pero nunca nos dirán que es posible dejar atrás el sistema como sociedad.
¿Queremos un nuevo Eisenstein? Habrá que poner la revolución de nuevo a la orden del día.