Portugal y el significado de «la izquierda»
La amenaza de dimisión del primer ministro portugués, Antonio Costa, y sobre todo, las razones que esgrime, son el mejor desmentido posible del discurso según el cual «la izquierda» es una defensa para los trabajadores.
Portugal es la «historia de éxito» de la UE, el «milagro portugués» que en teoría mostraría la posibilidad de «marcar la diferencia» a las izquierdas en el gobierno. La estable y sólida «gerigonça» -una alianza formada por el Partido socialista, el viejo partido comunista (stalinista) y el Bloco, resultado de la fusión de un par de corrientes trotskistas, los «m-l» pro-albaneses ultrastalinistas y escindidos urbanos del PC- es el modelo que, tras hacerse impresentable Syriza, Podemos y «la Francia Insumisa» proclaman como su objetivo y Pedro Sánchez como inspiración. Resulta una obviedad decirlo, pero el «milagro portugués» en realidad no ha sido más que una reducción del déficit y la deuda del estado hasta los parámetros de la «austeridad» exigidos por la UE, un aumento del PIB -que parece ahora revertirse- y una cierta reducción del desempleo sostenida por el descenso de unos salarios que ya eran bajos y la generalización de la precariedad. Con los objetivos de déficit garantizados por izquierdas y sindicatos, el capital internacional volvió a fluir -en su mayoría a inversiones especulativas- y las recaudaciones de impuestos a subir, permitiendo al gobierno tomar medidas aparentemente positivas para los trabajadores como subir el salario mínimo a 675€, magra concesión en un país donde la cesta básica de la compra es más cara que en España y el gran negocio financiero en alza es financiar el consumo básico de las familias. En pocas palabras, Costa y su «gerigonça» han sido pioneros en la renovación de los métodos socialdemócratas de encuadramiento y ataque a las condiciones de los trabajadores que luego hemos visto esbozarse en España de la mano de Sánchez.
Por eso, a pesar de las mil loas del capital europeo a la «izquierda sensata» portuguesa, la combatividad de los trabajadores ha venido recuperándose en los últimos dos años: profesores, enfermeros y ferroviarios empezaron a apuntar una determinación que iba potencialmente más allá de los angostos límites que la «gerigonça» daba a las necesidades de los trabajadores. Límites que no son otros que las necesidades de la rentabilidad del capital, en este caso no de las cuentas concretas de una empresa, sino del capital nacional en su conjunto, que necesita un estado con «las cuentas equilibradas» para reducir los costes de financiación del estado.
Hasta ahora, los sectores más combativos -enfermeros y profesores- han sido contenidos sin aparentes problemas por el aparato político-sindical. Cuando la huelga de enfermeros amenazó el servicio, Costa no dudó un minuto en darle fin por decreto ley y en cuanto a los maestros, los sindicatos pastorearon a su viejo estilo con un rosario de huelgas inconducentes e interminables «negociaciones» más orientadas a marear y aislar socialmente a los trabajadores manteniendo «firmeza» sin exigir en realidad nada concreto en el presente, que a conseguir ninguna conquista real.
La dimisión de Costa y los profesores
Para poner las cosas en su marco, el salario neto sin antigüedad de un profesor de primaria ronda los 750€ mensuales que solo al final de su carrera, con todos los complementos y antigüedad, pueden llegar a convertirse en unos 1.250€. Pero ¡cuidado! la reclamación de los sindicatos de profesores no es la reversión del congelamiento salarial, ni siquiera la recuperación inmediata de parte del salario. Todo se reduce al reconocimiento de los 9 años de antigüedad perdidos por el congelamiento impuesto por la crisis. Reconocimiento que Costa había prometido conceder y que no significa hoy cobrar un euro más ni recuperar nunca nada de lo perdido, solo que no perderían su antigüedad, dejando para más adelante la negociación sobre cuándo comenzarían a cobrar sus salarios mensuales según su antiguedad real.
¿Qué ha pasado? Con elecciones europeas a la vista y generales en octubre, la derecha decidió dejar en evidencia a la «gerigonça» que dejaba libertad de voto a Bloco y PCP en la tranquilidad de que los votos socialistas unidos a los de conservadores y liberales tirarían la propuesta. El resultado fue que la comisión del Parlamento encargada de los profesores, aprobó el reconocimiento de la antigüedad -sin que significara nada para los salarios reales.
Inmediatamente el primer ministro Costa amenazó con dimitir y en una alocución en cadena nacional transmitida en directo como si fuera una emergencia pública, declaró que solicitaría elecciones al Presidente para julio. Maniobrero como él solo, piensa que así puede quedar de «más riguroso» y morder algunos diputados más entre la pequeña burguesía agraria y urbana del Duero, ganando tal vez una mayoría absoluta o al menos más cómoda.
¿Cuál es el argumento para tanto escándalo? Que con una [deuda pública acumulada que ya pasa del 118% del PIB](http://Deuda https://jornaleconomico.sapo.pt/noticias/divida-publica-aumenta-pelo-terceiro-mes-consecutivo-ultrapassa-os-250-mil-milhoes-em-marco-439513), la perspectiva de que los profesores vayan a salir más caros en el futuro pone en peligro los «intereses nacionales», esto es, los del capital nacional pues «abriría camino» a otros trabajadores públicos que vieron sus salarios congelados. Una señal que «representaría una ruptura irreparable con el compromiso de equilibrio y comprometería la credibilidad internacional de Portugal», según Costa.
Más claro agua, las necesidades de los trabajadores, las necesidades humanas, están supeditadas al capital, ahora y en el futuro. Insinuar siquiera mejoras futuras sin que estén claras las cuentas que demuestren su rentabilidad para el capital nacional es una frontera infranqueable para la burguesía portuguesa, su estado y su izquierda.
¿Cómo reaccionó «la izquierda de la izquierda»? Caterina Marims, líder del Bloco declaró:
No tiene ningún sentido una medida que cuesta cero euros en el Presupuesto del Estado 2019, que garantiza la misma reposición [de la antigüedad congelada de los maestros] que el Gobierno había prometido hacer y que lo que hace es abrir una puerta a futuras negociaciones que permitan continuar un camino hacia el respeto a los que trabajan, sirven para que de repente el Gobierno cree inestabilidad.
De nuevo, más claro agua: el objetivo de la izquierda de la izquierda es servir a que parezca que se está en «camino hacia el respeto a los que trabajan». Siempre en camino, siempre como mal menor, como consolación, nunca en la realidad y la materialidad. Eso son la izquierda y su izquierda, la promesa permanente y siempre inconducente de que el capital nacional, dirigido «de otra manera», «defenderá a los trabajadores». Son, sencillamente, la forma organizativa de una mentira útil a la burguesía, destructiva para la Humanidad entera.