¿Por qué vuelve «la mili»?
La «idea» la planteó Macron durante la campaña electoral y ha empezado a tomar cuerpo este año: un «nuevo servicio militar» obligatorio para todos los jóvenes desde los 16 años. En un principio la resistencia vino de los propios militares, que temían ver reducido su presupuesto y verse convertidos en «educadores». En Alemania, que había abolido el «servicio obligatorio», que podía ser civil o militar, hace tan solo siete años, las encuestas apuntaron pronto que había una opinión pública favorable a la reinstauración y el tema se ha convertido en el debate de política interior del verano en los medios. No tardó mucho tampoco el gobierno de di Maio y Salvini en Italia en anunciar que estaba «estudiándolo» también. Una vez más, como en Alemania y Francia antes, las críticas en el seno de la burguesía se centraban en la inutilidad y el coste -a veces incluso el peligro- para el militarismo actual de los sistemas de conscripción.
Pero Salvini estaba en otra lógica, la misma de Macron y de un sector creciente de la burguesía europea. A ellos no les importa que la participación del ejército se reduzca a unas cuantas conferencias y el contenido del «servicio obligatorio» se reduzca a aprender primeros auxilios y ayudar anecdóticamente a los servicios sociales en parte de los periodos hasta ahora vacacionales de los estudiantes. Lo importante es otra cosa. Citando el ejemplo Sucoreano, «The Economist» llegaba incluso a recomendar no limitar el servicio militar a los jóvenes
El servicio nacional tiene mucho de recomendable. Crea una experiencia compartida en sociedades que de otro modo estarían fragmentadas, rompiendo barreras de clase, raza y género. Puede utilizarse para inculcar los valores de un país en su población. Fomenta el respeto por las fuerzas armadas, enseñando a los civiles que su libertad depende en última instancia de la aceptación voluntaria por otros de matar y morir. Y somete a una población mimada a una dosis estimulante de vida limpia y espartana, lejos de iPads y alcopops.
Ante tan grácil y sutil razonamiento no es de extrañar que Theresa May se sumara al coro menos de una semana después y antes de que acabar el mes el Rey de Marruecos descubriera las virtudes educativas del ejército para hombres y mujeres por igual.
¿A qué responde el nuevo «servicio nacional»?
Basta escuchar a Macron o a Salvini para entender cuales son los verdaderos móviles de este pentecostés de la leva obligatoria. Los jóvenes serán «mezclados» y colocados en internados con otros jóvenes de distintas clases sociales, esos internados estarán por todo el país y se les mandará con prioridad a lugares distantes de sus regiones de origen, donde recibirán formación en «valores cívicos y republicanos» y «aportarán» a trabajos sociales. Es decir, se trata de crear una experiencia interclasista que favorezca la identificación con el territorio nacional y la asociación entre estado y necesidades sociales.
Este ha sido siempre un componente fundamental no solo del servicio militar, sino sobre todo del sistema de enseñanza público, interclasismo desde la escuela y salida del nido para ir a la universidad en la capital. Pero hace unas décadas que ya no es así: la pequeña burguesía abandonó masivamente la escuela pública y las enseñanzas medias son socialmente mucho más homogéneas que hace medio siglo. Además, hay universidades en prácticamente todas las regiones, si no en todas las provincias, el efecto nacionalizador de la enseñanza universitaria se ha reducido prácticamente a la nada. Los intentos de crear «Erasmus» entre regiones de un mismo país, han tenido un impacto bajísimo, casi nulo.
La cuestión en realidad es por qué se da ahora este giro, este verdadero «pentecostés» de políticos tan distintos en países tan diferentes en el peor momento posible para hacer grandes alardes presupuestarios. Pero si vemos lo que hemos escrito este último año sobre Francia, Marruecos, Italia y Alemania el elemento común aparece una y otra vez: una pequeña burguesía en rebelión que se ha convertido en un verdadero palo en la rueda de las clases dominantes de medio mundo en un momento histórico de azuzamiento de la crisis, guerra comercial y crecientes tensiones imperialistas. Impotentes políticamente para llevar a puerto sus revueltas, como se ha visto en España con el independentismo catalán, las pequeñas burguesías en rebelión son el principal problema de «gobernanza» de una burguesía que ve venir ya una nueva recesión y teme que el proletariado de los países centrales se persone como sujeto político.
La nación no es más que la sociedad articulada de un modo efectivo en torno a los intereses del capital nacional. Cuando la burguesía ve que empieza a perder ese control, cuando la nación entra en crisis, recurre al nacionalismo en primera instancia. Por eso la burguesía ve ahora tan perentoria la necesidad de «reformar» y «re-educar» a la pequeña burguesía interesándola en el «proyecto nacional»... y de paso «vacunar» una vez más -por si recibieran poco bombardeo- a los jóvenes de clase trabajadora. Tan claro parecen verlo todos que, aunque sin duda se sientan tentados a expandir este tipo de programas de nacionalización forzosa al conjunto de la población. Como decía el artículo citado de «The Economist»:
Lo extraño es que esta maravillosa oportunidad deba reservarse sólo para los jóvenes. Los límites de edad son comprensibles si el objetivo del reclutamiento es repeler a los acechantes rusos. Pero no tiene sentido cuando el objetivo es la cohesión social.