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¿Por qué Trump despide a Bolton?

11/09/2019 | EEUU

EEUU. Bolton deja la Casa Blanca tras el fiasco de las negociaciones con los talibanes para salir de Afganistán. ¿Significa éso que viene un cambio en la política exterior de EEUU? ¿Qué fuerzas y concepciones estratégicas están en lucha bajo el inacabable baile de secretarios y asesores en la Casa Blanca?

Una larga serie de desencuentros

https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1171452881729228802

Como apunta Trump en su tuit de despedida no era la primera vez que el Presidente chocaba con su principal asesor geoestratégico. Bolton no solo se había opuesto a la negociación directa con los talibanes que proponía Trump también a la idea de una negociación real con Corea del Norte. Bolton era el hombre tras la idea de que la desnuclearización total debía ser una condición de partida para comenzar a negociar... no el punto de llegada. Por si había dudas de la línea Bolton, el reciente derribo de un dron estadounidense en Irán dio la pauta. Bolton preparó una plan de represalias que hubiera supuesto una escalada drástica en la militarización de las tensiones imperialistas entre EEUU e Irán. Trump mandó parar, del mismo modo que a retrasado el paquete de ayuda militar a Ucrania prefiriendo al final la cautela a una aceleración de un conflicto en la frontera rusa.

Pero donde las diferencias han sido más evidentes ha sido en el grado de intervención en Venezuela cuando la «estrategia Guaidó» fracasó en su intento final porque los militares brasileños se negaron a liderar una intervención militar regional. Para Trump una cosa era animar y apoyar un movimiento regional, otra muy distinta, como intentó Bolton, tomar las riendas e invadir.

Dos concepciones de los mismos objetivos imperialistas

No es que Trump sea más «humanitario», ni «pacífico». Es que, como subrayábamos ya hace dos años, entiende que el éxito de la política imperialista de EEUU se mide en términos de balanza comercial. La política militar está supeditada para él a la consecución de resultados económicos inmediatos. Y eso es lo que dice abiertamente el Plan de Seguridad Nacional: el ejército no está para mantener un marco institucional y de equilibrios imperialista global favorable en términos generales a los intereses económicos del capital estadounidense; está para apoyar negociaciones concretas en relaciones uno a uno en las que la superioridad militar, diplomática y de inteligencia de EEUU se ven con claridad evidente y se pueden traducir en «buenos acuerdos» que reporten clientes para los productos norteamericanos y destinos para sus excesos de capital.

Evidentemente, eso no elimina la existencia de escenarios complejos con intereses imperialistas cruzados de distintos países y potencias donde, para rematar, no hay ganancia económica directa posible. Es más, los exacerba, porque invita a las potencias regionales a afirmar sus zonas de influencia ante el colapso de las instituciones multilaterales. La estrategia entonces de Trump es reducir coste. Como en Venezuela, Ormuz o Siria. Que paguen otros, que pongan el cuerpo los beneficiarios directos que EEUU pondrá fuerzas limitadas pero tal vez decisivas si los beneficiarios directos están realmente dispuestos a jugar.

El resultado es un cambio general de las formas del conflicto imperialista y del reparto de papeles en él: muy lejos de la doctrina de la «superioridad militar abrumadora» del «Nuevo Orden Mundial» abierto por Bush en los 90, EEUU pasa a hacer despliegues disuasorios pero limitados, encarando la multiplicación de los puntos de fractura mediante la escenificación de liderazgos políticos regionales pero yendo a la zaga de la capacidad de éstos para armar amenazas militares conjuntas lo suficientemente potentes.

Hacia la generalización de la guerra

Trump marca un cambio histórico en el juego imperialista tal y como fue definido tras la segunda guerra mundial. Un cambio que el «aparato militar industrial» al que representaba Bolton -un hombre de la vieja guardia de «halcones»- no quiere aceptar o al menos tan bruscamente. Con Trump el ‎militarismo‎ se supedita directa y claramente a sus resultados comerciales. No hay cuidado en «negociar con terroristas», ni se pone el acento en vestir de ideología los intereses económicos. Las negociaciones son duras y las amenazas francas y brutales. Pero tampoco el deseo de «mandar un mensaje» genera la tentación de caer por una pendiente de intervención... si no hay la perspectiva de una ganancia mensurable e inmediata.

Entonces... ¿Es mejor? ¿El trumpismo reduce los riesgos de guerra abierta? No, al revés.

  1. Difícilmente la guerra comercial con China, el modelo de «negociación» dura «uno contra uno» de Trump puede generar otra cosa, como estamos viendo, que una proliferación de conflictos locales de todo tipo.
  2. A diferencia de las «coaliciones internacionales» de los Bush, cuyo objetivo era «alinear» a unos aliados cada vez más díscolos, las alianzas regionales de Trump buscan reducir costes y diversificar riesgos. Es decir, multiplican el número de agentes y agendas y por tanto aumentan los riesgos de guerra.

En realidad, el trumpismo no es más que la expresión política de un determinado grado de desarrollo de las contradicciones imperialistas. ¿Podrían haber mantenido los EEUU durante más tiempo un modelo de «control geopolítico» al estilo Bolton o un sistema multilateral rentable como defendían los demócratas? Tal vez a corto plazo, pero no indefinidamente. Aunque Trump perdiera las próximas elecciones, lo cierto es que el juego imperialista global ya no tiene marcha atrás. EEUU, con más o menos vestiduras ideológicas, con unas u otras, mantendrá una política de seguridad en buena medida «trumpista». Es la situación del capital las que cambia las reglas del juego, y aunque cada jugador tenga sus peculiaridades, los objetivos del juego no van a cambiar por ello.


El tema de este artículo fue elegido para el día de hoy por los lectores de nuestro canal de noticias en Telegram (@nuevocurso).