Por qué los migrantes son sobre-explotados en el campo
En Italia la huelga de braceros sijs y sus denuncias contra la sobre-explotación y el robo descarado de salarios han abierto los ojos a muchos sobre un sector que ha matado literalmente de agotamiento a 1500 trabajadores en los últimos seis años. No es, ni mucho menos, un fenómeno exclusivamente italiano.
Concentración de braceros sijs en Italia[/caption]
Generalmente el protagonismo en prensa lo tienen las quejas de la pequeña burguesía agraria, sea la británica protestando por las restricciones a la importación de temporeros que vinieron impuestas por el Brexit, o la española por la subida del salario mínimo a 900€ al mes. La información agraria en la presa generalista se «completa» con los casos de explotación más infame. No son «extremos», son dos elementos fundamentales para entender qué está pasando en el campo de los países desarrollados, donde el recurso a los trabajadores migrantes, las jornadas inacabables y los salarios por debajo o justo en el mínimo legal son moneda corriente. No es solo en Gran Bretaña, España, Portugal, Grecia o Italia, en EEUU, Quebec o Francia, los relatos son prácticamente calcados.
¿Por qué el sector primario sobre-explota inmigrantes?
Trabajadores recogiendo sandías en un invernadero. Ellos no son campesinos, son obreros agrícolas. El campesino es el propietario.[/caption]
La productividad del capital en la producción agraria es, a estas alturas de la historia, sensiblemente menor a la industrial y a la de los servicios. La tecnología aplicada a la producción agraria -salvo durante la extensión de la industria química y los fertizantes, la «revolución verde»- no evolucionó nunca tan rápido, y a fin de cuentas los «rendimientos decrecientes» se conceptualizaron precisamente para explicarlo. Esto se ve bien en el último estudio sobre el sector agroalimentario en España: del total del valor añadido bruto, la producción directa (agricultura, pesca, ganadería) supone solo el 31,1%, el resto es el valor añadido por la industria (31,4%) y los servicios de distribución (37,5%).
Pero ¿qué significa ese «valor añadido»? El «valor» generado por una empresa no es un hecho físico, algo que los trabajadores «incorporan» a través de su trabajo al producto. Ningún producto tiene un valor de mercado intrínseco. El «valor agregado» por una empresa es el nombre que el sistema da a la parte de la explotación total que le toca en función de su participación en el capital total.
Los capitalistas tienden a repartirse entre ellos (tendencia en la que consiste precisamente la competencia) la cantidad de trabajo no retribuido que estrujan a la clase trabajadora -o los productos de esa cantidad de trabajo- no en la proporción en que un capital específico produce directamente plustrabajo, sino, primero, en aquella en que este capital específico representa una parte alícuota del capital global y, segundo, en la proporción en que el capital global produce plustrabajo. Los capitalistas se reparten el botín del trabajo ajeno apropiado como enemigos fraternales, de tal modo que por término medio, el uno se apropia de la misma cantidad de trabajo no retribuido que el otro.
Carlos Marx. Teorías de la Plusvalía, capítulo VIII.
¿Qué significa eso para la producción agraria? Como su productividad física crece más lentamente que lo que la de la industria para una inversión extra dada, puede absorber proporcionalmente menos capitales extra cada vez. Es decir su peso en el valor agregado total tiende necesariamente a decaer conforme se capitaliza una economía, es lo que vemos en el siguiente gráfico.
Valor añadido bruto por sectores entre 1930 y 2000 en España.[/caption]
Eso significa que los propietarios de explotaciones han tenido y seguirán teniendo cada vez menos oportunidades de reinvertir en ellas y que perderán porcentaje en el pastel global de la explotación del trabajo. Es más, puede que lo que les toque se reduzca a un punto en el que ni siquiera permita mantener la rentabilidad de las tierras, barcos y cabañas menos productivos. Esta es la razón de la tendencia a la reducción de la tierra cultivada total, pareja a la concentración de la propriedad en un menor grupo de empresas integradas, cooperativas de propietarios y latifundistas. ¿Qué queda a los pequeños propietarios?
- Pedir al estado que les transfiera una parte de la plusvalía mayor de la que les «tocaba» a través de subvenciones agrarias y precios garantizados
- Aumentar la ganancia apurando la explotación en términos absolutos: aumentando el número de horas exigidas por el mismo salario o simplemente pagando salarios hora por debajo del mínimo legal, el de mercado o incluso el de supervivencia física.
A este segundo punto es a lo que se refieren los que pretenden estar «defendiendo» a los migrantes con el famoso «vienen a hacer los trabajos que los de aquí no quieren hacer». Lo que no dicen es que los locales «no los quieren hacer» a los salarios que el propietario agrario puede ofrecer para mantener o elevar su rentabilidad, porque ni siquiera llegan muchas veces a permitir la supervivencia más básica.
Jornaleros en el campo murciano[/caption]
Para un sector relativamente amplio de pequeños propietarios, basta con bajar los mínimos legales o compensarlos con subvenciones extra para que queden debajo de mercado. Así pueden contratar temporeros y pagarlos a precio de los mercados menos capitalizados de los que vienen. Para otros «hay que ir más allá». El marco legal dado por el estado, manteniendo a una buena parte de los migrantes en una precariedad máxima, bajo la amenaza permanente de ser expulsados, se lo pone fácil. En Italia según la prensa «muchos están dispuestos incluso a pagar» porque sin contrato no hay posibilidad de permiso de residencia. En otras regiones, entre ellas no pocas españolas, el régimen de terror del «sin papeles», basta para que «libremente» esté dispuesto a someterse a condiciones inhumanas con tal de sobrevivir... aunque reviente.
Parque industrial de Alhama de Murcia. Pequeños pueblos del Levante español están desarrollando un tejido industrial nuevo y floreciente por la acumulación de capitales en agricultura.[/caption]
Aunque a largo plazo es una batalla perdida, la combinación de estas dos estrategias se ha demostrado muy útil a algunos sectores de la pequeña burguesía rural. La dificultad residía en la imposibilidad de comprar horas de trabajo por debajo de su coste de producción social. Al obtenerlas, han podido acumular capitales a velocidad acelerada y reinvertirlos en otras partes de la cadena (industria y servicios logísticos) hasta producir los nuevos «conglomerados agroalimentarios» y los «milagros regionales» que hoy vemos en Murcia o Huelva, en el sureste francés, en Italia, o en el Norte de Grecia. El que consigue pagar menos en el primario y mover las ganancias hacia industria y servicios, gana peso en el capital total:
En 2017 (último año disponible en la comparativa internacional), la productividad del sector agroalimentario español [ganancias/salarios] era un 57,9% más elevada que en la UE-28 y un 27,8% mayor si se incluye la fase de distribución. En los últimos nueve años, el sector agroalimentario español ha registrado una ganacia relativa de competititividad respecto a la UE-28, ya que la caída acumulada de costes laborales unitarios (-5,2%) ha sido más intensa que a nivel europeo (-4,5%).
Un recordatorio final
Asamblea de trabajadores en huelga salvaje en Jerada, Marruecos, 2018[/caption]
Cuando baja la rentabilidad de los sectores se le cae cualquier careta al capitalismo. El capitalismo es un sistema de explotación, una forma de imponer y ordenar, bajo la apariencia de intercambios voluntarios, el trabajo esclavo de la clase más numerosa de la sociedad. Llegado el caso, como hemos visto, no le importa reventarnos literalmente a trabajar ni pagar salarios por debajo del mínimo de supervivencia. Por otro lado, no es un automatismo económico lo que va a acabar con la sociedad de clases. La esclavitud en todas sus formas es su base... no la tasa de ganancia por bajo que se ponga el listón. No cabe esperar la emancipación de que el sistema colapse, directa o indirectamente, por sí mismo. Las condiciones materiales que permiten su superación hace ya mucho que están dadas y ninguna «mejora de las condiciones» será producto de ninguna crisis o sobresalto en la acumulación. Es el «factor subjetivo», el desarrollo de la la lucha de la clase trabajadora y su consciencia a través de ella, lo único que puede poner fin al sistema. Y tampoco es el producto de ningún automatismo, sino de los procesos que los trabajadores más conscientes seamos capaces de impulsar en el conjunto de nuestra clase.