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Por qué la burguesía convierte el racialismo en ideología de estado en EEUU y en Europa sin embargo opta por el feminismo

31/01/2021 | Crítica de la ideología

Después de bucear en la historia de EEUU y el papel histórico del Partido Demócrata podemos entender por qué el racialismo se está convirtiendo en ideología de estado en aquel país... y por qué no cuaja en Europa pero sí el feminismo. Y sobre todo, qué significan históricamente estos movimientos en la ideología de la clase dominante.

¿Por qué el racialismo es tan potente en Estados Unidos?

1 Las huelgas masivas en el Sur en la década de 1890 aterrorizaron a los capitalistas y amenazaron con romper el control disciplinario con el que habían evitado las consecuencias de la formación de una clase trabajadora moderna. La segregación fue entonces implementada y justificada por los demócratas como una medida necesaria para mantener la paz social... es decir, para garantizar la subordinación de las necesidades de la clase trabajadora a las exigencias del capital.

Funcionó. Y desde entonces y durante casi un siglo, la inculturación del racismo y la generalización de la segregación pasó a ser considerada una de las bases de la paz social. Y por tanto de la identidad nacional estadounidense. En la extensión de la segregación y la institucionalización del racismo, el partido demócrata fue fundamental. Su estructura clientelar, su ligazón con las mafias, el lumpen organizado y la policía, su lógica de control barrial está en el origen de la violencia policial racista.

2 Cuando F.D. Roosevelt descubre que puede apelar a los votantes negros con su New Deal, está intentando al mismo tiempo construir las bases de un encuadramiento de la clase trabajadora en el estado mediante los sindicatos, ligados a través del partido demócrata a la imposición de la segregación en el puesto de trabajo. La contradicción entre el encuadramiento para la guerra de la clase trabajadora como un todo -que está en el origen del New Deal- y la segregación racial, solo podía mantener la división en el puesto de trabajo si se optaba por dar voz a la pequeña burguesía negra y se la integraba en la estructura clientelar de control barrial levantada por el partido demócrata desde sus orígenes... para asegurar la segregación.

La contradicción entre el encuadramiento para la guerra de la clase trabajadora como un todo y la segregación racial, solo podía mantener la división en el puesto de trabajo si se optaba por dar voz a la pequeña burguesía negra y se la integraba en la estructura clientelar de control barrial levantada por el partido demócrata desde sus orígenes... para asegurar la segregación.

La evolución de las huelgas durante la segunda guerra y la inmediata posguerra sin embargo, llevan al capitalismo de estado estadounidense a prescindir de los sindicatos y desviarse del modelo que está consolidándose en Europa. La necesidad de evitar la aparición de la clase trabajadora como sujeto político al mismo tiempo que se la encuadra en el estado impulsa la tendencia demócrata a mantener las divisiones de una nueva forma... que además es coherente con la vieja identidad nacional racista.

La presidencia de Kennedy, demócrata de origen irlandés, una minoría que fue la última en ser considerada parte de la América blanca, acaba de decantar al partido por apoyar el Movimiento de Derechos Civiles, expresión de la pequeña burguesía negra y a replicar el modelo identitario con el feminismo... contra los propios gobernadores demócratas del sur.

La forma en que los demócratas intentaron superar el racismo sin renunciar a la división desde la raíz de los trabajadores en el puesto de trabajo y en los barrios fue apostar por el identitarismo.

En la práctica significaba entregar la gestión clientelar y la representación de los trabajadores negros y las mujeres trabajadoras a segmentos especializados de la pequeña burguesía. Estas facciones son las más interesadas en que las reacciones frente al racismo y el machismo no superen nunca el marco de su propia promoción como clase en el mercado y aparato político y corporativo.

3 A partir de ahí el alma de América entra en conflicto. Es decir, se pone a debate la concepción de la nación en el seno de la propia clase dominante. O lo que es lo mismo, la clase dirigente se divide sobre cuál es la definición de la sociedad que le permite dirigirla de una manera efectiva, imponiendo las necesidades del capital sobre las necesidades particulares de sus facciones y, sobre todo, de las necesidades universales latentes en cada lucha de los trabajadores.

La forma en que los demócratas intentaron superar el racismo sin renunciar a la división desde la raíz de los trabajadores en el puesto de trabajo y en los barrios fue apostar por el identitarismo, es decir, entregar la gestión clientelar y la representación de los trabajadores negros y las mujeres trabajadoras a segmentos especializados de la pequeña burguesía, los más interesados en que las reacciones frente al racismo y el machismo no superen nunca el marco de su propia promoción como clase en el aparato político y corporativo

Una parte del partido demócrata -en especial los llamados demócratas del sur- se empecinan entonces en mantener los viejos mitos y divisorias racistas para separar a la mayoría blanca de cualquier tentación universalista y migran para ello al partido republicano.

El núcleo principal del partido demócrata apuesta sin embargo por una identidad multicultural es decir, por presentarse y representar a la sociedad como un conglomerado de grupos identitarios con intereses propios, característicos y contradictorios al que solo la nación (=la dirección de la burguesía) puede dar un destino común.

Cada grupo vendría representado y controlado por un segmento especializado de la pequeña burguesía que debería a su vez verse representado en la administración del estado, las grandes empresas y disfrutar de un pequeño segmento de mercado cautivo para sus propios negocios.

Los incentivos y orientación de estos movimientos serían capaces de evitar la aparición de movimientos de clase unificados de manera mucho más efectiva que los sindicatos... a los que por otro lado el partido reforma a la medida de la nueva identidad.

https://youtu.be/vST61W4bGm8

4 El cambio de orientación que la presidencia Trump impuso al desarrollo estratégico de los intereses imperialistas de EEUU reflejaba una división profunda en el capital estadounidense. Su centro, por supuesto, no estaba en la identidad. Bajo el trumpismo latían los intereses de esa parte de la burguesía industrial orientada al mercado interno que había visto cómo la deslocalización y la erosión del poder imperialista global de EEUU había socavado su base de consumidores y su potencial de capitalización.

Trump fue instrumental para construir la alianza entre esos sectores -desde una parte del textil, pasando por el carbón hasta el fracking- con la pequeña burguesía agraria empobrecida, los sindicatos ligados a ellos y una parte resentida y nostálgica de la pequeña burguesía corporativa y comercial. Su programa priorizó reforzar el mercado interno. La guerra comercial contra China y la ruptura de las instituciones multilaterales en favor de negociaciones uno a uno para aumentar las exportaciones prometió a estos sectores del capital participar también de la hegemonía imperialista estadounidense.

Cuando llegó la pandemia y la clase dirigente como un todo pasó a obligar a los trabajadores a arriesgar sus vidas para mantener la rentabilidad de las empresas, el horizonte de un triunfo electoral comenzó a quedar cada vez más lejos de los demócratas. Los trabajadores empezaron a resistir, a despecho de los sindicatos y en confrontación directa no solo con los políticos trumpistas sino con gobernadores demócratas.

El resurgimiento de Black Lives Matter en marzo no fue casual, llegó justo en el momento en que el coronavirus comenzó a extenderse masivamente en Estados Unidos y el aparato demócrata cifraba en el voto negro sus últimas expectativas electorales. Inmediatamente, cuando comenzaron las protestas contra la brutalidad policial, los medios aprovecharon al máximo y saturaron toda la prensa con informes sobre las protestas y artículos de opinión sobre la necesidad de realizar una conversación a nivel nacional sobre el problema del racismo. Las grandes compañías comenzaron inmediatamente a anunciar su apoyo a Black Lives Matter y su intención de donar dinero a la organización. Los sindicatos tampoco tardaron en unirse al movimiento. La pequeña burguesía estaba preocupada por el efecto acelerador que la pandemia estaba teniendo sobre sus beneficios. El cambio de foco informativo le dio una oportunidad de oro para exigir su derecho a ser protegidos de esta pérdida de beneficios. La estrategia identitarista demócrata se exacerbó y retomó también su eje feminista, que se había quedado corto electoralmente. Para los demócratas poner por delante los negocios de propiedad negra y femenina, fue el -modesto- precio de recuperar expectativas electorales y sacar del foco de atención de la pandemia y la respuesta anti-humana de la clase dirigente a la que pertenecen. Y, una vez más, funcionó.

Por qué no cuaja el racialismo en Europa y sin embargo sí lo hace el feminismo

No todas las burguesías nacionales tienen la misma historia. No solo en relación con la esclavitud y la invención de la raza blanca -o cualquier otro constructo similar- como forma de dividir a los trabajadores, sino en relación a las bases de su propia legitimación como clase dirigente y el papel de esta frente a las redes clientelares barriales. El ejemplo más claro es Francia, donde el estado y el núcleo del aparato político ha reaccionado ante la posibilidad de que la revuelta de la pequeña burguesía tome una forma identitarista racial, sea la xenófoba -que se llama a sí misma comunitarista- o la islamista -autodenominada indigenista. Entre otras cosas porque inmediatamente identificó que debilitaba su capacidad de cohesión interna y socavaba su posición imperialista global.

La recepción del racialismo y el feminismo anglosajón por las burguesías fuera de EEUU depende de la relación entre redes clientelares, estado y territorio en cada lugar. Lo mismo que hace que el feminismo no baste al partido demócrata -su incapacidad para generar encuadramiento barrial- y que se oriente a convertir el racialismo en ideología de estado, lleva a los estados europeos a convertir en ideología de estado el feminismo y marcar distancias con el racialismo.

La situación es similar en muchos países europeos. Incluso en Alemania, origen de la concepción esencialista y romántica de la nación, poner en cuestión la pretensión de universalidad -en términos burgueses- del estado y su aparato político es peligroso en ambos planos. Bastantes problemas crea ya a las burguesías europeas el identitarismo nacionalista de las pequeñas burguesías regionales como para dar cancha al segregacionismo, o como lo llaman en Francia, el separatismo de pequeñas burguesías -como la articulada por los Hermanos Musulmanes- que, bien financiadas desde el exterior, no disputan ya regiones sino barrios.

Esta es la principal diferencia en la recepción del feminismo y el racialismo fuera de EEUU: la relación entre redes clientelares, estado y territorio en cada lugar. Lo mismo que hace que el feminismo no baste al partido demócrata -su incapacidad para generar encuadramiento barrial- y que se oriente a convertir el racialismo en ideología de estado, lleva a los estados europeos a convertir en ideología de estado el feminismo y marcar distancias con el racialismo.

Por eso la maquinaria ideológica de la mayoría de estados europeos se limita a comprender el racialismo demócrata como un fenómeno nacional estadounidense y reorienta la parte de bombardeo ideológico que le cae desde EEUU hacia el anti-racismo democrático: haciendo bandera de la igualdad de derechos y convirtiendo la idea anglosajona de diversidad -las cuotas para la pequeña burguesía que representa a minorías- en una estética de la pluralidad de aspectos físicos que caben en la identidad nacional.

El feminismo, en cambio, demuestra su utilidad potencial para dividir a los trabajadores en el puesto de trabajo, sexualizando el significado atribuido a los conflictos de un modo similar al racialismo en EEUU. Que algunos sindicatos traten los despidos de mujeres trabajadoras en una sección feminismos como si tuvieran una naturaleza distinta al despido de un compañero varón es solo un síntoma de una tendencia que apunta hacia los convenios separados por sexo. El estado y la clase dominante felices. Además, el feminismo lejos de alimentar la perdida de control territorial del estado, reorienta las aspiraciones de más de la mitad de la pequeña burguesía -empezando por la ministra de Trabajo española- hacia la renovación de cuadros en la clase dirigente, rotulada ahora como feminización de las empresas. El cambio de consejeros por consejeras en el IBEX y el aumento de mujeres en los puestos directivos son presentados sin recato como la clave para reducir la brecha salarial de género. Una causa hacia la que se pretende redirigir la atención abandonando o moderando las reivindicaciones salariales de los trabajadores más precarios -entre los que hay ya más mujeres que varones.

El identitarismo y el momento (anti)histórico de la burguesía

La cuestión no es a qué identitarismo o a qué cesta de identitarismos recurra cada burguesía en estos días. Lo importante es que todas están haciéndolo porque el identitarismo se ha demostrado una herramienta útil para dividir y acallar a los trabajadores en momentos críticos.

Históricamente las clases explotadoras, cuando juegan un papel progresivo, como el que jugó la burguesía durante el siglo XIX, son capaces de expresar sus intereses como intereses universales... porque en el gran trazo lo son. Su ideología se hace humanista y universalista en esas fases: da culto a la capacidad transformadora del trabajo y el conocimiento humanos, descubre en la Naturaleza un aliado para soñar con un crecimiento eterno y se identifica con sujetos colectivos que presentan sus propios objetivos como objetivos comunes a toda la sociedad.

En cambio, cuando su dominio sobre la sociedad se convierte, por el desenvolvimiento de su propias contradicciones internas, en una traba para el desarrollo humano, las ideologías de época cambian: el trabajo empieza ser visto como un problema a gestionar, la Naturaleza como un enemigo para la Humanidad y la sociedad como un conjunto de intereses contradictorios irresolubles que hay que domeñar para mantener un frágil equilibrio a partir del que ya no espera crecimiento indefinido sino estabilidad.

Estamos en una de esas fases históricas que en lo ideológico siempre son deudoras de ideas y temas de las clases reaccionarias del pasado. La institucionalización del racismo fue en EEUU el precio pagado por una burguesía triunfante, pero debilitada por la guerra civil, a las oligarquías de sur para evitar el peligro constante de una contrarrevolución. Cuando un par de décadas después ella misma empezó a temer al movimiento obrero, es decir, cuando empezó a mostrar los elementos que luego harían de ella una clase reaccionaria, dio luz verde a la segregación racial.

Tres cuartos cabe decir del sexismo en tanto que reflejo ideológico de la discriminación sistemática contra las mujeres. La apertura original de su momento revolucionario hacia la ciudadanía universal se convirtió en recato y cuidado en cuanto apareció el movimiento obrero. La Comuna de París reforzó su resistencia a permitir el sufragio universal. Y solo cuando el movimiento socialista hizo explícito en su programa que no entendía el sufragio universal sin el voto de las mujeres obreras, la burguesía empezó a considerar al feminismo... porque limitaba su aspiración sufragista a las mujeres propietarias y esperaba separar del movimiento de clase a una parte de su base. Y de hecho, Gran Bretaña amplia el derecho a voto a las mujeres de la pequeña burguesía durante la guerra -cuando todo vale para llevar al matadero imperialista a los trabajadores. Alemania es el primer país desarrollado que impone el sufragio universal mixto, y lo hace inmediatamente después y solo como parte de la renovación del aparato político que se ve obligada a hacer para intentar afianzar la contrarrevolución.

Entre el racismo oligárquico-colonial y el racialismo, entre el sexismo que ataba a la burguesía a los últimos restos morales del Antiguo Régimen expresando su miedo al mundo que ella misma estaba creando y el feminismo, hay algo más que simetrías.

Las contradicciones históricas del sistema han convertido a la burguesía en una clase tan reaccionaria como las que se resistieron a la implantación del capitalismo. Como ellas, es incapaz de mantener su hegemonía uniendo a la sociedad como un todo para llevarla a un lugar mejor. El capitalismo ya no tiene nada mejor que ofrecernos. Así que, como las aristocracias y oligarquías feudalizantes del XVIII y el XIX, la única manera y los únicos discursos que le sirven para hacer valer las necesidades del sistema son divisivos, fraccionan la sociedad, aumentan y desfiguran al mismo tiempo contradicciones y conflictos con un halo de negro pesimismo sobre nuestra especie y su naturaleza.

Esto es lo que hace al racialismo y al feminismo significativos como ideologías de época: la burguesía ya no puede levantar un ideal igualitario, ni siquiera en sus términos. Ya no puede vender un futuro mejor para toda la sociedad, no puede satisfacer mejor las necesidades universales sino que se enfrenta directamente a ellas con cada vez más crueldad. Necesita dividir en identidades a los trabajadores y colocarlos bajo la tutela de la pequeña burguesía para desviar los cauces de su descontento.

La adopción como ideologías de estado de distintos identitarismos -racialismo, feminismo, etnicismo, utopías religiosas...- nos recuerda que el tiempo histórico del capitalismo y de la clase que lo dirige está finiquitado. No hay ideología, moral ni discurso capaz de dar línea a un verdadero desarrollo humano dentro del sistema, sencillamente porque no hay futuro dentro del sistema. El único futuro posible para la Humanidad como un todo no vendrá de la mano de la burguesía, sino de los trabajadores.