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¿Por qué ganó Bolsonaro en Brasil?

08/10/2018 | Brasil

La materialización de la crisis capitalista en el Mercosur, evidenciada y multiplicada por la guerra comercial, no solo está golpeando a Argentina. El real ha sufrido las mismas presiones cambiarias desde mayo con los primeros aranceles de EEUU al acero y a pesar de la mayor diversificación de la economía brasileña, ha enfrentado una devaluación que, mes a mes ha erosionado al capital nacional no menos que a Argentina, colocando al capital brasileño en su peor crisis en un siglo.

Esta crisis no produce sino que sucede y acompaña a la crisis del aparato político de la burguesía brasileña. La caída del PT de Lula y Dilma Roussef en medio de un culebrón de escandalosos juicios por corrupción, los autoindultos de su sucesor Temer, las marchas adelante y atrás de la legalización del sistema de las haciendas... casi dos siglos después, las huelgas policiales... nos hablan de una burguesía incapaz de acomodarse confortablemente en el sistema político, incapaz de reinventar su legitimidad política, sin iniciar cruentas guerras intestinas por las rentas del estado.

La crisis del aparato político de la burguesía brasileña se multiplica con la ‎lumpenización‎ de sectores sociales enteros y la consolidación de las mafias y «comandos», que se insertan en el estado a través del control de las elecciones en los barrios en descomposición. Ni que decir tiene que ese control se produce a través del terror y la violencia sobre los trabajadores que en ellos viven, muchos de los cuales se refugian en las iglesias evangélicas y pentecostales. Las nuevas iglesias son, desde hace años, el último elemento de cohesión social en muchos lugares y están integradas con honores -como en tantos países- en el estado y la burguesía. La derrota cotidiana de muchos trabajadores frente a la descomposición y el lumpen organizado de los comandos explica su capacidad de encuadramiento. El capitalismo brasileño tiene pocas ilusiones que vender, hasta el nacionalismo futbolero resulta difícil de masificar después de que la «redistribución» lulista quedara en una distribución de ingresos en la que el 1% de la población recibe el 23% de la renta. Para los trabajadores, del «optimismo» y los «milagros» del capital brasileño no ha quedado más que una pauperización masiva a la que el crecimiento del desempleo con un sistema de asistencia social desastroso no puede sino alimentar.

En ese contexto de crisis, pauperización y violencia tan brutal y difusa, la entrega de Rio de Janeiro al ejército por el presidente Temer es un símbolo más de la incompetencia del estado para enfrentar su propia descomposición y «limpiarse» de sus adherencias más repugnantes... y un motivo más para la desesperación de la pequeña burguesía, cuyos hijos huyen del país escapando del miedo cotidiano. Porque, como en Europa, la pequeña burguesía brasileña lleva una década en una deriva que es un verdadero catálogo de despropósitos políticos.

La huelga de camioneros del pasado mayo contra las subidas del precio del combustible, sirvió sin embargo de catalizador para lo que ahora vivimos. La respuesta del gobierno militarizando las rutas de abastecimientos de Sao Paulo incrementó la imagen de caos y descontrol producida por el desabastecimiento. Temer tuvo que ceder, convirtiendo a los camioneros, epítome de la fusión entre una pequeña burguesía contra las cuerdas y el proletariado atomizado, en héroes nacionales. ¿Para quién fueron los réditos políticos? Para Bolsonaro.

Porque a pesar de lo que dice la prensa anglosajona, Bolsonaro no es «un Trump». Su campaña y su posicionamiento no se han basado en propugnar un imposible proteccionismo generador de empleo. Al revés, es tan globalista y neoliberal como puede serlo la burguesía brasileña. Bolsonaro es un Duterte que promete un verdadero «holocausto lumpen» y un parejo tifón sobre el aparato político brasileño, reivindicando abiertamente los años de dictadura militar. Conecta con la desesperación de una parte muy amplia de la pequeña burguesía y crece sin oposición real por el desfondamiento de los sectores más débiles del proletariado brasileño.

Como resultado ha arrasado en la primera vuelta al delfín de Lula. No ha sido poco importante en el resultado su capacidad para aglutinar al voto evangélico. Lo que se dibuja, un desarrollo exponencial del autoritarlismo, el ‎militarismo‎ y el control social de las iglesias es realmente siniestro. Un ejemplo de como la lumpenización masiva puede desorientar al proletariado dejando el camino expedito al rearme del estado bajo los peores delirios distópicos de la pequeña burguesía.

En sus repercusiones para el equilibrio imperialista, no es de extrañar que incluso gobiernos como del de Macri se inquieten. No tanto por las rivalidades actuales, un duelo agónico entre dos gigantes en caída. Sino porque el triunfo del nacionalismo autoritario concurre a que en la región y por primera vez desde principios de los ochenta, se vuelvan a dar condiciones para una guerra imperialista.