¿Por qué crecen los partidos xenófobos en distritos que votaban a los PCs?
El auge del identitarismo y el nacionalismo en Europa es expresión de la rebelión de una pequeña burguesía cada vez más asfixiada tras una década de crisis. La revuelta de las «clases medias» ha cruzado el continente provocando el estancamiento político de la burguesía en el poder. En algunos lugares, como la Gran Bretaña del Brexit, ha llegado a fracturar a la burguesía mísma. Hoy, en Alemania, está propiciando una crisis institucional sin precedentes desde hace más de setenta años. En otros como España o Italia ha dejado claro la impotencia política de sus sectores más radicales.
Que sean movimientos de la pequeña burguesía no quiere decir que no intenten encuadrar a los trabajadores y que no tengan éxito muchas veces. Si la «nación» es la burguesía dirigiendo al conjunto social como si fuera un sujeto político único, alrededor o en pos de su estado nacional; el «pueblo» es la pequeña burguesía intentando hacer lo propio cuando la burguesía no puede mantener la cohesión social alrededor de su propio programa. Los movimientos de la pequeña burguesía, desde el «populismo de izquierdas» al nacionalismo xenófobo, pasando por el feminismo, o se convierten en «populares» o quedan en la marginalidad anticapitalista más reaccionaria y lastimera. Es decir, los movimientos de la pequeña burguesía tienen siempre y necesariamente por primer objetivo político encuadrar a los trabajadores, diluyéndolos y descarrilando sus propias reivindicaciones en un programa «popular», esto es, interclasista y «nacional».
Y sin embargo ni toda la clase trabajadora sucumbe al discurso «popular», ni siquiera la mayoría de los que caen lo hacen en el discurso xenófobo. Mientras en España, Portugal y parte de Francia se ha consolidado una nueva izquierda populista, en buena parte de las zonas desindustrializadas del Noroeste francés y los arrabales de París y Marsella, en distritos tradicionalmente considerados «feudos» del Partido Comunista Francés, triunfa ahora Lepen. Pasa lo mismo en no pocas cincunscripciones italianas y en el Este de Alemania, donde la AfD se nutre de antiguos votantes de «die Linke», heredero del partido stalinista que gobernó la RDA.
Es muy significativo que aunque no saliera adelante, que una parte de la dirección de «die Linke» respondiera a la erosión de votantes planteando en el congreso de la formación adherir a una política de fronteras cerradas a refugiados y migrantes. Y es significativo porque representa en una continuidad orgánica (KPD stalinista, SED de la RDA, PSD de los años de la unificación, «die Linke») la identidad de un largo viaje por el nacionalismo que comienza con la famosa doctrina del «socialismo en un solo país». Esta doctrina que fue la bandera de la contrarrevolución en Rusia, dio paso en los PCs a toda una serie de teorías, de las más burdas a las más sofisticadas, como la «identidad obrera», para hacer de la clase trabajadora, una «clase nacional» siempre dispuesta a ir a la matanza imperialista y renunciar a su propio programa a favor de programas y frentes «populares».
Los PCs contrarrevolucionarios y sus sindicatos se convirtieron en una verdadera escuela de nacionalismo para la clase trabajadora durante más de 80 años. Con la caída de la URSS, el stalinismo, sus descendientes y derivaciones -de iu en España al PDS italiano- se acomodaron en el aparato político sin preocuparse ya demasiado por mantener un maquillaje que se veía ya ajado y «antiguo», sientiéndose a veces incluso un poco avergonzados por él. Es natural que algunos apostaran por renovar el maquillaje, cambiando del rojo al morado, adaptando las formas «bolivarianas» y peronistas en el caso español o rejuveneciendo el viejo populismo republicano en Francia. Otros jóvenes stalinistas como Salvini, decidieron quitarse el maquillaje completamente y dejar que el fondo nacionalista se manifestara en todo su esplendor. El nacionalismo xenófobo de un Salvini, las leyes antimigraciones que hoy se discuten en «die Linke» y el «hacer pueblo» de Errejón son solo tres continuidades posibles del viejo nacionalismo stalinista pintarrajeado de rojo.
Lo que es seguro es que el nacionalismo xenófobo y repugnante del identitarismo de derechas en Europa no prende como resultado de un supuesto «desconcierto» de partes consistentes de la clase trabajadora ante la para ellos incomprensible desaparición de los partidos stalinistas*, sino por la labor «educativa» de los viejos PCs y su entorno durante ochenta años. Un nacionalismo que ahora, según la táctica que mejor se adapte a la forma de la revuelta pequeñoburguesa en cada lugar, se manifiesta brutalmente xenófobo o hipócritamente «solidario» con el trabajador migrante.