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12/09/2018 | Crítica de la ideología

Ayer noche dimitió la ministra de Sanidad del gobierno Sánchez. La causa: un máster sobre «género» dudoso cursado en la misma universidad cuyo máster en «Derecho regional» había causado la caída de la presidenta conservadora de Madrid, escándalo que a su vez precipitó la caída del gobierno Rajoy. El sucesor de Rajoy al frente del PP, Pablo Casado por otro lado, tiene su liderazgo en cuestión y pendiente de juicio por otro máster y una licenciatura. ¿Qué pasa con los famosos másteres? ¿Por qué producen tanta mortandad política?

Tradicionalmente la universidad formaba parte del circuito de «reciclado» de los políticos de alto nivel. Para eso se otorgaban los «doctorados honoris causa». Como parte de fastos y celebraciones de visitas comerciales internacionales, ministros y presidentes autonómicos recibían doctorados en universidades extranjeras que luego les permitían dedicarse a una cierta «vida académica» de resultón dando conferencias, ocupando cátedras financiadas por empresas o administraciones o dirigiendo algún lobby vestido de centro de investigación.

Ejemplo: el ex-lehendakari Ibarretxe y la universidad de Tiblisi. Parte de los privilegios del poder, en los noventa no hubo ministro sin doctorado aunque fuera a base de tesis escritas por «negros literarios» que tiraban de «corta y pega» como locos. El súbito interés doctoral de tanto político europeo se debió a la reforma del sistema europeo de educación superior, el «proceso de Bolonia» que fijaba como horizonte una universidad en la que solo los doctorados podrían impartir clases regularmente.

Pero Bolonia también creó los «masters», hasta entonces un tipo de formación no reglada orientada al mundo corporativo, como parte del curriculum académico oficial y del camino al doctorado. En un momento de recortes, los másteres tenían matrículas de «precio de mercado», permitían obtener patrocinadores externos a la universidad e ingresos a ésta, además de pagar entre cinco y diez veces más por hora de trabajo a los profesores. ¡¡Una mina!!

Las universidades públicas, hasta entonces renuentes, se pusieron a organizarlos como locas. Los másteres permitían además aumentar el círculo de políticos interesados. Al pasar a estar reglados, daban puntos en la carrera administrativa en el estado. Las subvenciones para másteres que después realizaban políticos de los mismos círculos que las concedían presentando ahora «trabajos fin de master» de copia-pega para justificar el título y obteniendo de los directores del curso una exención a la asistencia a clase, se convirtió en especialidad de algunas universidades. Otras se orientaban a la empresa privada, donde los gerentes y directivos, también veían que «mejorar currículum» podía servirles en el futuro.

El problema de fondo es que la forma actual de organización de la burguesía, el ‎capitalismo de estado‎, hace que buena parte de la clase dirigente no participe de las formas tradicionales de apropiación individual de su cachito de ‎plusvalía‎.

En el ‎ capitalismo «clásico»‎ el derecho a obtener un pedazo de las rentas del capital para disfrute personal venía ligado a la propiedad individual. El capitalista era el dueño de la empresa o cuando menos de un buen porcentaje de sus participaciones. Pero al fundirse el capital bancario y el industrial con el mismísimo estado, la burguesía se transformó. Ya no era la propiedad formal, que había sido «socializada» bajo la forma de monopolio, sino la participación en la dirección global del capital nacional lo que se convirtió en distintivo de la clase dirigente.

El peso de los gestores sobre los propietarios creció, llegando en ‎ algunos países‎ hasta el límite. Y la clase dirigente pasó de definirse y contarse por su «emprendedurismo» y su «capacidad de tomar riesgos» a relatarse como una especie de élite científico-administrativa, como un mandarinato de directores de la máquina social, que lógicamente se distinguía y señalizaba por sus «méritos» académico-científicos. En realidad, la exaltación de los títulos universitarios, la famosa «titulitis» y la «corrupción» tienen la misma raíz: las dificultades de la ‎ forma actual de organización de la burguesía‎ para compaginar su ligazón al estado con los mecanismos de apropiación heredados de su pasado.

En ese marco ¿qué significan todos estos «escándalos»? En realidad lo mismo que los escándalos de corrupción política o las «apropiaciones indebidas» comunes en las empresas privadas: conscientes de que todos tienen el mismo problema, cuando una facción batalla contra otra lo primero que hace es rastrear los «errores» de sus rivales para desacreditarlos hipócritamente.

La ‎pequeña burguesía‎, que participa de lo mismo en los niveles más bajos del estado, el poder local y los monopolios regionales, ha elevado la técnica a discurso moralizante sobre las «puertas giratorias» y «la casta», vendiéndonos una utopía reaccionaria más y tan antigua como la propia ideología burguesa: la idea de un capitalismo que es una mera «máquina social», útil al bienestar común y dirigida por personal profesional y científico donde la pertenencia a la clase dominante es pura cuestión de «mérito».

Según una vieja idea que conecta al bonapartismo francés con el bakunisnismo y el ‎stalinismo‎ pasando con la ideología del «sueño americano», al desaparecer el carácter hereditario de la propiedad y desarrollarse las posibilidades de ascenso social a la clase dirigente para «los mejores», la división en clases misma desaparecerían para convertirse en un sistema de «incentivos».

El «capitalismo del bien común» que nos venden, muchas veces incluso como ‎socialismo‎, no es otra cosa que una versión idealizada, «fluida», del capitalismo de estado a la medida de los sueños de una pequeña burguesía que querría que la meritocracia académica, uno de sus espacios tradicionales, fuera de verdad el trampolín para unirse a la clase dirigente. No es más que un sueño reaccionario, incluso en los países de ‎capitalismo de estado‎ más radical, donde la propiedad individual fue o ha sido sustituida completa o casi completamente por la propiedad estatal, la burguesía tiende a primar a hijos y familiares y formar «dinastías» en el poder.