Plan de choque en respuesta a la guerra
El gobierno presentará hoy su «Plan de Choque en respuesta a la guerra»: 6.000 millones de euros que irán en su mayoría a las grandes empresas energéticas y de comunicaciones, una parte a calmar a la pequeña burguesía y finalmente, en menor medida, a poner una tirita a los sectores más empobrecidos de los trabajadores, que están ya en una situación insostenible. Para el grueso de los trabajadores una lección: las guerras y sus consecuencias se pagan con la vida de los trabajadores que las sufren directamente pero también con las condiciones de vida de los del resto del mundo.
Obertura: electricidad, combustibles y camioneros
Con la producción cada vez más tocada por el paro patronal de los pequeños propietarios de camiones y el precio de la electricidad, el gobierno luchó toda la semana pasada en dos frentes: neutralizar la revuelta de la facción más ahogada de la pequeña burguesía -transportistas, armadores, agricultores- y arrancar fondos en Bruselas con los que compensar a las eléctricas de los efectos sobre sus beneficios extraordinarios del «tope de precios» que quería imponer.
El fracaso en el Consejo Europeo cierra el paso a cambios de fondo, por temporales que fueran, en los precios eléctricos
El resultado de la batalla en el consejo europeo, que fue vendido como un triunfo por la prensa oficialista, en realidad no fue tal. El gobierno español y el portugués pretendían que se aprobara un fondo europeo para hacer frente a unas indemnizaciones a las eléctricas que nadie puso en cuestión (Pacto Verde manda). Obtuvo en cambio vía libre para pagar de sus propias cuentas y a su propio riesgo durante un periodo limitado. Es decir vía libre para endeudarse en un momento en el que se anuncia ya un encarecimiento de la financiación. Un regalo envenenado.
El resultado que presentó la ministra de Transición Ecológica ayer es un verdadero encaje de bolillos en el diseño del ya tramposo mercado eléctrico: reduce al mínimo el coste para presupuestos de las indemnizaciones y sólo erosiona los «beneficios caídos del cielo».
Así que, además de que tardará todavía en implementarse unas semanas, el resultado tampoco será drástico. Generará una ligera bajada de precios a una parte de los consumidores -los de tarifa regulada- pero sobre todo a las grandes empresas industriales que compran electricidad directamente en las subastas diarias.
La esperanza de Moncloa es que la llegada del buen tiempo y la evolución del mercado especulativo se unan para bajar los precios internacionales del gas y el resultado pueda presentarse como un producto de la acción de gobierno.
Nada inmediato, nada capaz de frenar significativamente la violencia de una sangría de rentas desde los salarios a los dividendos de las eléctricas que siempre fue el objetivo del Pacto Verde pero nunca se pretendió tan evidente. Nada que colocar como pilar del «Plan de choque en respuesta a la guerra».
La neutralización de los camioneros en revuelta
Donde el gobierno jugaba en su propio terreno era con los transportistas. Sabía que el tiempo iba a su favor: precisamente por ser las empresas más frágiles tampoco podían aguantar indefinidamente un cierre patronal. La estrategia frente a ellos, un doble engaño, fue una adaptación de los viejos trucos sindicales usados mil veces contra los trabajadores cuyos resultados sólo podían acabar en éxito para el gobierno.
Por un lado el gobierno «pactó» con las patronales que no convocaban una ayuda de veinte céntimos por litro en los combustibles ocultando que ese era su plan no para los transportistas, sino para el conjunto de consumidores. Por otro, tras negar su existencia y descalificar reiteradamente a la plataforma convocante finalmente la invitó al ministerio... sólo para comunicarle lo «pactado» con las patronales amigas.
Los transportistas, como pequeños propietarios que son, no tienen un interés colectivo. La reducción de 20 céntimos por litro ya hacía rentable volver a operaciones para un cierto porcentaje de las empresas paradas: las de mayor escala y por tanto más impacto. Era de esperar que abandonaran el cierre patronal inmediatamente. No son trabajadores con un interés colectivo, son empresarios y cada cual defiende su negocio, no unas necesidades comunes.
La suerte estaba echada: la plataforma y su mal llamada huelga caerían exánimes en cuestión de horas. Y el gobierno, ayudado por los medios amigos, recuperaría la imagen de normalidad industrial y de abastecimientos. Dicho sea de paso, éste es el tipo de comportamiento que los sindicatos esperan generar en las plantillas de trabajadores con sus «referendums» y convocatorias sin asamblea. Nada más manejable.
Las medidas del «Plan de choque en respuesta a la guerra»
Con demasiado poco que presentar sobre el mercado eléctrico, pero cerrado el capítulo de los transportistas, el siguiente paso del «Plan de choque en respuesta a la guerra» era presentar el acuerdo con las petroleras como una «ampliación» de la «conquista» de los camioneros al conjunto de consumidores. El gobierno subvencionará 15 centimos por litro y las petroleras reducirán 5 céntimos más.
No es ningún sacrificio para ellas, reducen minimamente el margen en porcentaje pero lo aumentan en términos absolutos. De hecho había espacio incluso para más, por mucho que Sánchez fingiera ayer sorpresa: «Algunas de ellas ya han anunciado rebajas superiores y quiero agradecerles ese compromiso con su país», declaró ayer.
Siguiendo el libro de trampas aritméticas habituales de este gobierno, cifró el «Plan de Choque en respuesta a la guerra» en 16.000 millones, algo que solo reprodujo la televisión estatal, a la que no se le cae la cara de vergüenza ya por nada. Hasta El País habla de 6.000 millones, tan obvio es que la mayor parte del gasto presentado estaba ya presupuestado y aprobado.
Y ¿adónde van esos 6.000 millones de nuevo gasto real del «Plan de choque en respuesta a la guerra»? La parte del león se reparte entre la pequeña burguesía y las grandes empresas.
- Al saco del gran capital van: una cantidad todavía indeterminada en las compensaciones a las eléctricas que comentábamos arriba, 1.125 millones a las petroleras, 500 para la gran industria electrointensiva ligada al capital financiero y 1.020 millones a un plan de ciberseguridad que comprará servicios a grandes telecos y subvencionará la mejora del 5G que ofrecen mientras les pagan por mejorar los procedimientos de seguridad de las PYMEs y la administración
- En el de los pequeños y medianos propietarios: 450 millones a transportistas, taxistas y empresas VTC, 362 millones para el sector agrario y 68 millones para los armadores de pesca.
Y lo que queda del «Plan de choque en respuesta a la guerra»... se dedica a paliar -insuficientemente- el efecto sobre los trabajadores más precarizados: 600.000 familias más tendrán acceso al «bono social eléctrico» y los que cobran el «ingreso mínimo vital» lo verán actualizado en un 15%, lo que suena a mucho pero llega a pocos y ni siquiera suple las subidas de precios que ya se han producido. Lo llamarán «justicia social».
El precio de las guerras lo pagan los trabajadores del mundo
¿Cabía esperar otra cosa del «Plan de choque en respuesta a la guerra»? No hay que olvidar cómo hemos llegado aquí: una larga escalada de tensiones imperialistas «pacíficas» que acaba haciendo que salte por los aires el equilibrio establecido en los 90, la guerra vuelva a Europa y se abra una nueva fase de militarismo con su correspondiente tendencia hacia la economía de guerra y lo que conlleva para los trabajadores y su acceso a los consumos más básicos.
Estamos pagando ahora solo la primera letra de la hipoteca que nos carga ese capitalismo volcado ahora abiertamente hacia la guerra: el resultado de la primera andanada de sanciones y combates.
Las sanciones reflejan con claridad la naturaleza tanto de la guerra imperialista como de la «integridad nacional»: las clases dirigentes atacan los «negocios» de sus rivales, su «libertad» para mover, colocar y rentabilizar capitales a nivel personal y colectivo, es decir como estado.
En el curso de la matanza armada y en el cálculo del impacto de las sanciones, las vidas de los explotados son meros instrumentos de cada clase dirigente para conseguir mejores condiciones «estratégicas» en guerras futuras, mercados, infraestructuras, materias primas y, a fin de cuentas, rentabilidad.
Los «sacrificios» que todas las clases dirigentes anuncian ahora con distintas excusas no son sino sacrificios por la rentabilidad de sus inversiones actuales y por las expectativas futuras de cada capital nacional.
Seamos claros: Los soldados rusos van al frente a morir y matar a sus iguales para que la gigantesca finca de sus explotadores esté mejor «posicionada» en conflictos futuros. Los soldados ucranianos para que la finca de sus explotadores no se vea saqueada y dividida por los rivales vecinos.
Los trabajadores del resto de Europa y América son llamados a tragar sacrificios en sus condiciones de vida más básicas (calentarse, cocinar, iluminar sus casas) en «solidaridad con Ucrania». Pero la palabra Ucrania, en ese contexto no señala a la gran masa de los habitantes de su territorio, sino al negocio de sus dueños y aliados.
La invasión de Ucrania y los trabajadores del mundo, 24/2/2022
¿Qué nos recuerda el «Plan de choque en respuesta a la guerra»? Que las guerras y sus consecuencias las pagan los trabajadores. Con la vida los que la sufren directamente pero también con las condiciones de vida los del resto del mundo. Por muy lejos que parezcan estar Ucrania y Rusia la guerra es, queramos o no parte de nuestra vida y nuestra condición social.
Por eso, cuando los gobiernos dicen que van a enfrentar «las consecuencias de la guerra» no están hablando de garantizar nuestras necesidades, se refieren a que van a intentar reparar los daños que suponga para los beneficios de las empresas... a nuestra costa.
Si dejan fondos para evitar que el golpe destruya completamente y envíe a la marginalización total a los sectores más empobrecidos de los trabajadores no es por su buen corazón, es porque tampoco es bueno para el sistema destruir y mermar físicamente a la clase a la que explota. Además... basta con cargarlo sobre los demás sectores, cínicamente presentados como «más afortunados», colocándolos los siguientes junto al precipicio.
El «Plan de choque en respuesta a la guerra» es todavía parte del primer acto. Vendrán momentos menos revueltos. Pero las cosas se mueven rápidamente hacia un nuevo escenario que también se montará a nuestra costa y que llevará la lógica de la guerra aun más lejos. Nada de esto «va a pasar». Las cosas no van a volver a «la normalidad» mas que para recrudecerse de nuevo. No podemos esperar pasivamente. Tenemos que organizarnos.