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08/06/2019 | Mercosur

Fue la noticia del día ayer. Bolsonaro sorprendió una vez más: de hablar abiertamente de disolver el Mercosur y dinamitarlo en los hechos pasó, en su visita a Buenos Aires, a plantear una moneda común. La prensa argentina recibe la noticia con cautela -no es bonito imaginar a Brasil como la Alemania sudamericana- cuando no ironía y cierto desprecio. Pero ¿cuánto de sólido hay tras las declaraciones? ¿A qué éste cambio tan drástico de la política continental brasileña?

El contexto

La burguesía en Brasil se debatió hasta ahora entre dos tendencias: la encarnada por Bolsonaro y su equipo económico que perseguía convertir a Brasil en una especie de «imperio delegado» continental en una relación directa con EEUU; y la defendida por los militares en el gobierno que, en línea con el posicionamiento histórico de Itamaraty, pretende navegar en la guerra comercial entre China y EEUU sin comprometerse en exclusiva con ninguna de las dos potencias. El colapso de la situación en Venezuela, que evidenció que EEUU no daba un peso a Brasil a la altura de lo que necesita de él en política continental, llevó a un cambio de juego del gobierno brasileño hacia la segunda opción, encarnada por el vicepresidente Mourao... que es apoyada por la ultrarreaccionaria agroindustria que no quiere ni oír hablar de perder el mercado chino.

La estrategia bolsonarista pasa además, casi exclusivamente por un ataque directo a las condiciones de los trabajadores -pasar el sistema de pensiones a capitalización- como forma de atraer capitales y hacer rentable su sistema financiero. Sin embargo, no acaba de conseguir los votos necesarios en el Parlamento y la burguesía industrial le está pidiendo día sí y día también que se centre en ello dejando el resto de la agenda para más adelante.

En pocas palabras, Bolsonaro necesita ganar tiempo para poder sostener sus objetivos fundamentales: destruir el sistema de pensiones, precarizar aun más el trabajo, dar salidas a la pequeña burguesía y la agroindustria y rediseñar el juego de equilibrios imperialista en la región a beneficio del capital brasileño. Por eso actúa cada vez más como un Bonaparte de su propio gobierno, equilibrando tendencias opuestas, mostrando distancia de Guedes y el aparato económico cada vez que la reforma de pensiones se atasca o enmendando la plana a Itamaraty y los militares cuando se «exceden» en las prisas por pasar página de la crisis venezolana y pasar a la nueva-vieja política exterior.

El momento económico además parece parece fermentar una recesión desde México a Tierra del Fuego. Todo en un ambiente de fragilidad política que puede volverse desestabilizador para las intenciones brasileñas. En Argentina, la semana venía marcada por las encuestas y la reaparición de Cristina Fernández de Kirscher como posible ganadora de una fórmula electoral K a las presidenciales. No es de extrañar que Bolsonaro se aplique a intentar echar un capote a Macri. De la agresividad inicial, el ataque frontal al Mercosor y el pivote sobre el Chile de Piñera, Bolsonaro está pasando a reproducir ese «bonapartismo» interno en la política regional.

La burguesía argentina no puede sino ser receptiva. Se ha convertido en víctima colateral de la guerra comercial casi desde el primer momento y sabe que para ella no hay opción. La situación del capital nacional es tan precaria que si toma partido, pierde. Es más, ni siquiera tiene pulmón financiero para afirmarse en caso que Brasil tomara la opción EEUU y se aplicara a aislarla con el concurso de Chile y Paraguay forzándola al mismo tiempo a una carrera regional de armamentos que los magros presupuestos intervenidos por el FMI no pueden bancar.

¿Hacia una unión mayor con Brasil?

La visita de Bolsonaro a Buenos Aires estaba orientada a marcar un giro de 180º. En lo material e inmediato: usar gasoductos argentinos para importar gas de Bolivia. No solo se trata de un acuerdo importante en sí mismo, resucita un espacio económico transfronterizo sin el que para Argentina es impensable que las inversiones alemanas -muy centradas hoy en el litio- puedan obtener una salida atlántica.

La primera gran sorpresa fue el anuncio por Macri de que el acuerdo con la UE estaría listo en solo un mes. Un verdadero gol que asegura el terreno para inversiones europeas. Es decir, Mercosur se resucita para conseguir oxígeno en forma de exportaciones y un cierto flujo inversor... a medida de las necesidades de Argentina y Brasil. Vuelta a los orígenes: no hay lugar decisivo para los demás países de la alianza.

Pero lo más llamativo fue la apertura de la perspectiva de una moneda común. La respuesta casi intuitiva de la burguesía argentina al darse a conocer la noticia fue positiva: una moneda común le protegería de guerras de divisas con su vecino. Obviamente, este último anuncio trata más de ofrecer un horizonte común de integración que de ofrecer resultados cercanos. Pero pasar de la pinza y las contundentes zancadillas comerciales brasileñas a un horizonte de moneda única no es en absoluto menor.

Tan interesante como los anuncios en sí han sido las respuestas dentro y fuera. Guedes y su equipo se mostraron de acuerdo pero recordaron a Bolsonaro que antes de hacer nuevos planes hay que cargarse las pensiones que es el centro de la estrategia de gobierno. En Argentina se destacó que el Banco Central brasileño dijo no saber nada y desde la derecha peronista advirtieron que no hay banco central neutral, que si se avanzaba hacia una moneda común la industria brasileña marcaría su ritmo e impondría sus intereses... al estilo de Alemania en Europa. El escepticismo argentino fue recogido en España y Alemania destacando que toda moneda única requiere una «convergencia macroeconómica previa». En Chile, sin embargo, donde la prensa adelantaba un «abrazo del oso», el anuncio ha sido tomado con tensa alarma en círculos gubernamentales... especialmente al saberse que el anuncio nace tras dos meses de conversaciones secretas.

¿Qué significa la promesa del «Peso Real»?

Lo que Bolsonaro ha impuesto es la posibilidad de liberar definitivamente a las importaciones mexicanas automotrices del arancel común, reforzando el polo industrial paulista y ganando atractivo para nuevas inversiones... lo que reduciría las importaciones desde Argentina. Macri sabía que la primera víctima de toda liberalización del Mercosur era su industria automotriz. Pero ha aceptado los hechos consumados y enganchado al carro brasileño con todas las consecuencias esperando, a cambio, conseguir oxígeno -acceso a mercados- de un rápido cierre del acuerdo con Mercosur.

Pero el juego tiene mucho más alcance. Bolsonaro y Macri plantean como horizonte una integración real unida a una liberalización externa y sin devaluaciones competitivas internas. Es toda una promesa al capital argentino que, en caso caso de que asegure a Macri al menos una segunda presidencia tendría abierta una ventana histórica. Eso sí, uniría su suerte a Brasil... que ensayaría un modelo «a la alemana» de imperialismo regional basado en el control de una divisa común, el «Peso Real».

¿Es una amenaza inminente o cierta? El capital nacional brasileño es mucho mayor que el argentino, pero tampoco fue capaz de romper el ciclo de crisis y devaluaciones propio del modelo exportador. En una situación económica general menos apurada es muy posible que las reticencias del capital industrial argentino orillaran el proyecto. Sin embargo a día de hoy, las prioridades imperialistas de ambos capitales son similares: capear entre China y EEUU, abrir juego a Alemania y potencias medias europeas e intentar ocupar espacios dejados atrás por el proteccionismo de EEUU en las economías de la región andina. Hacerlo «mano a mano», conjugángolo con una nueva oleada «liberalizadora» es una opción conventiente a ambos. Poner las bases para un sistema extractivo basado en la divisa favorecería inevitablemente, en un primer momento, a Brasil, pero si la moneda común se expande regionalmente podría favorecer a ambos dando de paso una oportunidad a la industria argentina hoy arrasada. Veremos si el capital argentino toma la apuesta o la sabotea.

¿Qué significaría esto para los trabajadores? Si la burguesía tomara el camino que le proponen Bolsonaro y Macri, tendríamos un despegue acelerado y brutal de las políticas de austeridad que hemos visto durante la última década en Europa: en nombre de la integración y del «alineamiento de las políticas macroeconómicas», bajo la promesa de una prosperidad y estabilidad venideras, caerían nuevos ataques uno tras otro. Las condiciones de vida y trabajo, desde el sistema previsional hasta los contratos laborales, hoy bajo el fuego, se verían cuestionados con fuerzas renovadas.