Pedro Sánchez y el colapso del aparato político creado con la Constitución de 1978
Pedro Sánchez parece verse a sí mismo como el Coyote de los dibujos animados: cree que mientras parezca ignorar que camina sobre el vacío, no caerá. Lo que mostraron las elecciones andaluzas es que mientras él patalea en el vacío, el suelo sobre el que se asienta el aparato político del estado se cuartea y destruye.
Pero Sánchez insiste. Ante cada nuevo síntoma de descomposición, «patadón palante»: tras el descalabro andaluz, presupuestos en enero. Objetivo, desvanecer el fantasma de la convocatoria electoral mientras PP y C's se manchan solitos con Vox. Complementariamente, para desactivar la erosión permanente que supone depender de los independentistas en el Parlamento, se lanza una abrumadora campaña de propaganda aprovechando el 40 aniversario de la constitución en la que CDRs y Vox juegan felices a hacer de espantajo para elevar a los incompetentes y banales cuadros políticos del momento a próceres libertadores.
Pero la verdad es que no funciona. Entre otras cosas porque Sánchez y su mano derecha parecen empeñados en dinamitar sus propios asideros y perder credenciales frente al poder económico. Su primer reflejo tras las elecciones fue segar la cabeza de Susana Díaz. A estas alturas, tras 36 años de gobierno, el PSOE de Andalucía se confunde en tantos puntos con el aparato político del estado en Andalucía que desarmarlo equivaldría a eliminar buena parte de su capacidad de reacción en la región más poblada del país. Y por si fuera poco, con tal de ganar un poco de margen de maniobra presupuestario, ha abierto la puerta a la venta de un paquete, todavía indeterminado, de Bankia. Es decir, cede al chantaje de los fondos bajistas, vendiendo con pérdidas millonarias la joya de la corona y condenándose a vender el resto a precio de derribo.
Es solo la última expresión de los costes directos que para la burguesía y el estado tienen intentar mantener el sistema de equilibrios territoriales y políticos en el que derivó la constitución del 78. Pero por otro lado la burguesía y la propia corona parecen estar dándose cuenta de que son incapaces de conquistar la unidad interna y el liderazgo sobre la pequeña burguesía que necesitan para renovar el sistema político sin sobresaltos. Pero mantenerlo tal cual solo parece servir para alienar a más sectores de la pequeña burguesía y animar nuevas expresiones políticas en conflicto. Por eso el cuestionamiento de la Monarquía y la Constitución por Podemos en las solemnidades institucionales ha sonado este año menos testimonial que nunca.
En cualquier caso, no conviene equivocarse: estamos ante las primeras señales de colapso del aparato político que la burguesía española levantó en 1978. Lo que está muy lejos de significar un colapso de su dominio. A diferencia de los años 30 no está presente todavía el fantasma de la Revolución. En aquellos años el entonces joven capitalismo de estado español jugaba a apoyarse en las mistificaciones republicanas de la pequeña burguesía para enfrentar una amenaza obrera que era para ella un peligro mortal; hoy la pequeña burguesía es un insidioso palo en la rueda de las clases dominantes... pero nada más. Es su incapacidad para plantear una alternativa propia la que está permitiendo a la burguesía española mantener contenido todos sus descontentos en la discusión de su propio aparato político, haciendo parecer que la mayor «radicalidad» imaginable sería la salida del euro o el cambio de la forma de la jefatura del estado. Otra radicalidad, la única capaz de plantear una alternativa real, tomaría formas muy distintas.