La «Patria Grande» a la vista de los fracasos de Mercosur
Treinta años de Mercosur... y puede que ni uno más. Después de meses de tensiones azuzadas por la radicalización de los intereses agroexportadores ante la crisis y las condiciones de la pandemia, el eje Brasil-Uruguay-Paraguay ya no habla de flexibilizar, sino directamente de ignorar los tratados. El fin de Mercosur es un hecho... de momento, pues el continente no se rige por bloques de países con estrategias estables sino que se debate en la fractura entre dos corrientes transnacionales que fracturan cada capital nacional. La sincronía y el paralelismo dan un fondo de realidad al viejo proyecto de la «Patria Grande», pero también deja al descubierto su carácter utópico y reaccionario.
Las variantes del modelo semicolonial...
Más allá de la retórica de la Patria Grande, lo que une a todo el continente y sus capitales nacionales es un lugar similar en la estructura global del capital. Todos son países semicoloniales que desarrollan la acumulación de un modo estructuralmente igual... aunque no idéntico ni exento de contradicciones entre sí. No es lo mismo que la exportación principal sea el cobre como en Chile, que el que lo sean los productos del sector agro-exportador como en Uruguay o Colombia. No es lo mismo el desarrollo industrial y financiero alcanzado por Brasil dentro del modelo, que tener industrias dependientes del sostenimiento estatal del mercado interno como en Argentina o Bolivia.
Son esas particularidades dentro del mismo modelo las que condicionan la estrategia de cada capital nacional, su engarce en los conflictos imperialistas globales y regionales y la respuesta que obtiene de los capitales globales. Y en un momento histórico como el actual, con la irrupción de una demanda masiva china de materias primas y alimentos, dan forma a las contradicciones y zozobras de cada capital nacional.
Por ejemplo, en Chile, con los precios internacionales del cobre en alza sostenida gracias al Pacto Verde en la UE y EEUU, el capital global ve oportunidades de inversión. Resultado, un desempeño sorprendente en los índices de estabilidad para un país en proceso constituyente y unas buenas expectativas económicas por delante. En Argentina en cambio, el aumento de demanda internacional de carne y soja genera contradicciones internas -básicamente inflación y hambreo- y obliga al cierre temporal de exportaciones alimentando un nuevo conflicto entre el estado y los grandes propietarios agrícolas.
...y sus constantes
Y sin embargo los distintos intereses en conflicto dentro de cada burguesía nacional vienen a ser constantes. Por un lado un sector exportador que no tiene reparo en desproteger un mercado interno -tanto nacional como regional- del que no depende y que sin embargo sostiene, si le permite acceder a nuevos mercados. Por otro, aquellos sectores vinculados al estado y el frágil sector industrial, mucho más propensos tanto al nacionalismo económico y el proteccionismo como a la idea de una Patria Grande regional. Entre uno y otro, un capital financiero que se decanta en función de las oscilaciones de la política exterior y los mercados globales.
Es esta fractura la que ha mantenido la vigencia de la división ideológica entre derecha e izquierda a nivel continental. A su vez, el turno político entre un sector y el otro en cada país ha producido que las alianzas institucionales permanentes entre países -UnaSur, ProSur, ALCA, Grupo de Lima...- hayan fracasado una y otra vez al cambiar el signo político de los gobiernos, convirtiendo el discurso de la Patria Grande en un continuo lamento del que siempre se culpaba a la debilidad o inconstancia de las clases dirigentes nacionales, invisibilizando sus contradicciones.
Solo Mercosur permanecía hasta ahora. Pero la crisis global, el desarrollo de la presencia china y las restricciones de importaciones en EEUU llevaron la tensión hasta un nivel insoportable. Con el mercado de materias primas y productos agrarios al alza a medio plazo, mantener las fronteras cerradas con un tipo medio arancelario de más del 12% para proteger la industria regional se convirtió en un coste inaceptable para Brasil, Uruguay y Paraguay cuyos gobiernos habían virado hacia expresiones duras de los intereses del sector agroexportador como Bolsonaro y Lacalle.
¿El fin del horizonte de la «Patria Grande»?
La paradoja es que la simultaneidad y similaridad de los agentes, sus objetivos y sus conflictos apunta a que hay una realidad material bajo el discurso de la Patria Grande... al mismo tiempo que hace imposible que cuaje la formación de un mercado unificado, base a su vez de cualquier fusión de capitales y cualquier desarrollo político supranacional.
Ayer, Lacalle lanzó lo que parece un acta de defunción de Mercosur al mostrar su intención, con independencia de las negociaciones que tengan lugar con Argentina, de ignorar los tratados cuando le convenga. Algo que, por cierto, ya viene haciendo Bolsonaro desde su llegada a la presidencia. Sin embargo, como apuntaba ayer el expresidente Mugica, aunque MercoSur desaparezca virtualmente como bloque comercial, se trata solo de un momento de la misma lucha de intereses a nivel continental... y dentro de cada país.
La prensa argentina destacaba estas semanas el apoyo que la posición argentina había recibido del empresariado industrial y los sindicatos brasileños. Y lo corroboraba a su modo también la Folha de Sao Paulo, verdadero medium de la burguesía financiera brasileña, cada vez más decidida a librarse de Bolsonaro:
Biden reconoce que Estados Unidos tendrá que luchar para recuperar el espacio perdido en América Latina para China. Los gobiernos de la región aprendieron a explotar la rivalidad entre las superpotencias durante la pandemia. En este contexto, tiene todo el interés de que Brasil vuelva a ser un actor racional y predecible que siga mínimamente las reglas del sistema internacional
El golpe de Bolsonaro nunca será reconocido. A Folha de Sao Paulo.
Y un hecho que en cualquier otro lugar del mundo resultaría chocante: el gobierno argentino de Alberto Fernández denunció ante los tribunales a su antecesor, Mauricio Macri y su entonces ministra de interior y hoy secretaria del principal partido opositor, Patricia Bulrich, por exportar armas al gobierno de Añez en Bolivia.
La paradoja es que la simultaneidad y similaridad de los agentes, sus objetivos y sus conflictos en Colombia, Ecuador, Perú, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia e incluso Chile y Brasil, apunta a que hay una realidad material bajo el discurso de la Patria Grande... al mismo tiempo que hace imposible que cuaje la formación de un mercado unificado, base a su vez de cualquier fusión de capitales y cualquier desarrollo político supranacional.
La «Patria Grande»: un proyecto que llegó demasiado tarde
La independencia de los virreinatos americanos no fue producto de unas burguesías locales desarrolladas con un mercado interno unificado pujante o siguiera esbozado. Las colonias de las coronas ibéricas conformaban un territorio heterogéneo, mal comunicado y con una demanda interna poco desarrollada en comparación con la demanda externa latente en Europa y en especial de la potencia dominante en el siglo: Gran Bretaña.
Por eso con la independencia no se abre un proceso de construcción nacional continental, sino un largo periodo de definición de fronteras externas y equilibrios internos en el seno de las clases dirigentes locales. Será el caudillo más tardío y poco relevante en la definición de las Américas, Artigas, el único en utilizar el término Patria Grande en algún momento. El discurso de la Patria Grande, no fue parte real del lenguaje político del XIX americano.
Las raíces de la Patria Grande están en el auge del uso de Hispanoamérica primero y Latinoamérica después como parte de la reacción de las clases dirigentes sudamericanas al expansionismo de EEUU abierto por la anexión de México y reconocido como amenaza con la guerra de Cuba y Puerto Rico del 98, la imposición de la segregación de Panamá en 1903 y la invasión de Nicaragua de 1912. Es decir, nace de las respuestas ideológicas al desarrollo del imperialismo estadounidense.
Con todo, el término Patria Grande no ganará carta de naturaleza política hasta después de la guerra mundial, cuando en los años 20 del siglo XX, Manuel Ugarte en Argentina y Victor Raúl Haya de la Torre en Perú, lo conviertan en parte de una retórica nacionalista de nuevo tipo -el socialismo nacional- ligada ya al objetivo de un capitalismo de estado. Es decir, la Patria Grande no se colocaba a la estela de los grandes movimientos de unificación nacional (Italia, Alemania...) del capitalismo ascendente, sino que se veía como la proyección a las condiciones americanas del nacionalismo reaccionario del Kuomintang chino.
No aspiraba ya a crear un mercado nacional suficiente para el desarrollo independiente de un capitalismo nacional latinoamericano, sino que partía de la imposibilidad de independencia económica en la etapa imperialista y proponía como alternativa una concentración acelerada de los capitales nacionales en torno los estados ya existentes... que ya se fundirían luego en una especie de COMECON sudamericano avant la lettre.
Por eso, cuando el socialismo nacional argentino relegue la consigna de la Patria Grande a la retórica y el APRA abandone sus pretensiones continentales, el stalinismo la mantendrá. Lo hará en un primer momento para adornar sus intentos de Frente Popular, después, en los sesenta, para vestir las aspiraciones imperialistas de la Cuba castrista, demostración de libro tanto de la falsedad de las pretensiones socialistas del régimen como de la imposibilidad de un desarrollo capitalista nacional en la etapa histórica que sigue a las guerras mundiales.
Es decir, el proyecto de la Patria Grande no fue nunca parte del impulso revolucionario de las burguesías americanas. Llegó demasiado tarde, cuando el capitalismo como un todo era ya anti-histórico, dentro de un paquete ideológico en el que se amalgamaban la tendencia reaccionaria del capitalismo a la superconcentración en el estado y la contrarrevolución stalinista.
«Patria Grande»: un proyecto utópico y reaccionario
Hoy, todos los proyectos que pretenden impulsar la Patria Grande no pueden sino ahondar y en el mejor caso, ampliar la escala del modelo semicolonial para favorecer la acumulación y concentración de capitales e intentar así ganar competitividad para el capital nacional. Pero sabemos lo que eso significa: más explotación. Por otro lado, consolidar estructuras permanentes capaces de impulsar un mercado unificado implicaría el sometimiento previo de unas facciones burguesas a otras... una pelea en la que es difícil pensar que rivales imperialistas mayores no iban a intentar entrar para defender sus propios intereses globales.
Por lo mismo que Lenin decía en 1915 que los Estados Unidos de Europa o son imposibles o son reaccionarios en el capitalismo, la Patria Grande lo es en las Américas hoy. O la libertad de movimientos y la unidad continental nacen de la negación del capitalismo -y por tanto es utópica, imposible, bajo el actual sistema- o nace de un rosario de batallas en el interior de las distintas clases dirigentes de cada país y guerras entre los países. En ese caso, manifestaría con aun más violencia el carácter reaccionario, antihistórico, del sistema al llevarse por delante a cientos de miles de personas y destruyendo buena parte de las capacidades productivas.
Los trabajadores no tienen nada que ganar con ninguna patria, ni con una grande ni con una pequeña, ni en las Américas ni en ningún otro lado. Las patrias solo tienen hoy sacrificios que imponer por el bien de la acumulación. Mañana tendrán guerras que librar. Los trabajadores tienen en cambio un mundo por ganar: sin explotación, guerras, ni escasez.