Para entender el capitalismo de estado
Los nuevos nacionalismos «de izquierdas» nos dicen que el estado-nación es la única resistencia posible al capitalismo, a veces abiertamente, otras bajo la fórmula «democracia vs mercado». En realidad el capitalismo hoy solo puede organizarse desde el estado y el estado solo puede ser capitalismo concentrado. Basta una panorámica histórica para darnos cuenta. Por otro lado varios lectores nos han escrito preguntándose si el «neoliberalismo» y su supuesto «no intervencionismo» no supondría una negación o cuando menos un cierto grado de reversión de la tendencia al capitalismo de estado. Intentaremos hoy hacer una panorámica sencilla y rápida para dar una primera respuesta y alimentar la conversación.
Son las propias tendencias del capital, presentes desde el primer momento del sistema las que llevan a su concentración. Históricamente esa concentración va transformando la organización de la burguesía y su relación con el estado. El modelo teórico liberal del capitalista individual y su resultado global como un «capitalismo de empresarios» empieza a desdibujarse ya con las primeras sociedades anónimas.
En la actualidad una empresa capitalista no corresponde, como antes, a un único propietario de capital sino a una serie de capitalistas. En consecuencia, la noción económica de «capitalista» ya no corresponde a un individuo aislado. El capitalista industrial de hoy en día es una persona colectiva, compuesta de cientos, inclusive miles de individuos. La categoría de «capitalista» se ha vuelto una categoría social. Se ha «socializado», en el marco de la sociedad capitalista.
Rosa Luxemburgo. Reforma o revolución, 1901
Pero es cuando el capitalismo entra en su fase imperialista cuando la concentración y centralización alcanzan un nivel cualitativamente nuevo: los bancos empiezan, a través del crédito y de participaciones en las empresas individuales, a coordinar la producción con estrategias centralizadas. Los capitalistas industriales que siguen siendo dueños de sus empresas canjean acciones por acciones de los bancos como forma de «socializar» el riesgo aun más. Y todos miran hacia un estado que al final garantiza beneficios mediante una regulación que cercena aun más la competencia, subvenciones y compras públicas, cada vez más ligadas a la industria militar. La tendencia a la concentración y la centralización se está convirtiendo ya en tendencia hacia el capitalismo de estado.
Los capitalistas dispersos vienen a formar un capitalista colectivo. Al llevar una cuenta corriente para varios capitalistas, el banco realiza, aparentemente, una operación puramente técnica, únicamente auxiliar. Pero cuando esta operación crece hasta alcanzar proporciones gigantescas, resulta que un puñado de monopolistas subordina las operaciones comerciales e industriales de toda la sociedad capitalistas, colocándose en condiciones -por medio de sus relaciones bancarias, de las cuentas corrientes y otras operaciones financieras- primero, de conocer con exactitud, la situación de los distintos capitalistas, después, controlarlos, ejercer influencia sobre ellos mediante la ampliación o la restricción del crédito facilitándolo o dificultándolo, finalmente decidir enteramente su destino, determinar su rentabilidad, privarles de capital o permitirles acrecentarlo rápidamente y en proporciones inmensas, etc.(…)
Paralelamente se desarrolla, por decirlo así, la unión personal de los bancos con las más grandes empresas industriales y comerciales, la fusión de los unos y de las otras mediante la posesión de las acciones, mediante la entrada de los directores de los bancos en los consejos de supervisión (o directivas) de las empresas industriales y comerciales, y viceversa.(…) La «unión personal» de los bancos y la industria se completa con la «unión personal» de unas y otras sociedades con el gobierno. «Los puestos en los consejos de supervisión -escribe Jeidels- son confiados voluntariamente a personalidades de renombre, así como a antiguos funcionarios del Estado, los cuales pueden facilitar en grado considerable (!!) las relaciones con las autoridades». (…)
Resulta, de una parte, una fusión cada día mayor, o según la acertada expresión de N.I. Bujarin, el engarce de los capitales bancario e industrial y, de otra, la transformación de los bancos en instituciones de un verdadero «carácter universal».
Lenin. El imperialismo fase superior del capitalismo, 1916
La entrada final del sistema en decadencia, inaugurada por las guerras mundiales, llevará esa tendencia hasta el paroxismo. No solo en los países beligerantes, como Alemania, en los que el estado orientará la producción hacia la guerra con una depurada y -para la época- gigantesca maquinaria burocrática; también en los países no beligerantes, como España. El proceso, problemático muchas veces, será global por el simple hecho de que lo que lo impulsaba era un cambio de etapa histórico del capital mundial que se materializaba en cada capital nacional, no un momento o una situación particular en esta o aquella burguesía.
La nueva burguesía
La burguesía, o mejor dicho, las clases burguesas dirigentes, en sus primeras formas «estatizadas» se transforman como resultado de la fusión de terratenientes, burócratas, políticos, financieros, banqueros y antiguos industriales que conservan participaciones y participan en consejos de administración que a su vez participan a otras sociedades en un tejido denso y enmarañado de intereses que se solapan sin dejar de resultar contradictorios y que, al final, son constreñidos por un estado que es al tiempo proyección, guía y garante de esos intereses como conjunto. Si el capital se ha concentrado en bancos y grupos financieros, su dirección se ha centralizado en el estado.
Significativamente, las nuevas naciones que se « liberan» desde comienzos de siglo -como Turquía- hasta hoy nacen ya con capitalismos deformes por la centralización, con poderosas burocracias que intentarán acelerar la acumulación a marchas forzadas, utilizando empresas estatales y monopolios legales.
Algo no muy diferente de lo que pasará en Rusia con la contrarrevolución stalinista. Destruida la «burguesía clásica» como clase, será la burocracia nacida de la reconstrucción por los soviets del aparato productivo -los «gestores estatales» y directores fabriles- la que se hará con el poder político aprovechando las derrotas de la revolución mundial y el agotamiento del proletariado local. Tomará entonces la bandera de la «acumulación socialista primitiva de capital». y dirigirá, bajo una «planificación centralizada», una reindustrialización autoritaria y acelerada que, más tarde, servirá de modelo a las «nuevas naciones» nacidas de la «descolonización».
El capitalismo de estado de hoy
El poder exclusivo de la burocracia, organizada en torno al monopolio del aparato político y sostenida sobre la propiedad estatal del aparato productivo, expresaba al mismo tiempo la debilidad de los capitales nacionales que la adoptaban como forma desesperada de afirmarse en el mercado mundial; y la concentración y centralización máxima de la que la burguesía era capaz. Grado que correspondía al nivel de la amenaza que había sentido en las dos décadas que mediaban entre la revolución rusa y la española.
Las heridas acumuladas en la lucha de clases contra los trabajadores durante décadas, sobre la base de la debilidad de sus capitales nacionales y su propia incompetencia «planificadora», en medio de una competencia imperialista cada vez menos asequible, llevaron a la caída del bloque ruso. Siendo la burocracia una clase burguesa organizada alrededor del poder político -herencia de haber llegado al poder mediante una contrarrevolución exclusivamente política- su crisis como estructura estatal y la crisis de su modelo de acumulación vinieron de a una. Las «reformas» que siguieron «privatizaron» la propiedad de la mayor parte de las empresas. ¿Había habido una regresión las hacia formas «originales» de la burguesía? ¿Dejaron de ser Rusia y sus satélites capitalismos de estado?
En realidad ni una cosa ni otra. El capitalismo de estado ruso -a costa de las condiciones de vida más básicas de una clase trabajadora confundida en el caos económico y la desorientación ideológica- simplemente «modernizó» su estructura al modelo de los capitales «occidentales» más potentes. Porque en los países centrales, la concentración y centralización tampoco habían cesado. Las tendencias ya francas abiertas con las guerras mundiales habían transformado todo el sistema de propiedad y con él la organización y estructura de la misma burguesía. Recientemente, un directivo de banca, autor de novelas pulp bastante entretenidas, ponía en boca de dos de sus personajes una buena descripción de cómo funcionan hoy las grandes empresas y monopolios de «capital privado»:
- En primer lugar, los accionistas, como individuos, han dejado de existir. Las Marcas Globales Financieras han conseguido, por un lado, canalizar todos los ahorros de los ciudadanos, bien sea a través de planes de jubilación, fondos de inversión, emisiones de bonos y hasta de humildes depósitos a plazo fijo, y, por el otro, invertir esos dineros en las acciones de las otras Marcas Globales propiamente dichas. En este sentido ya no existen propietarios de acciones, o de empresas, sino ejecutivos que gestionan carteras de inversión y cuyos objetivos no tienen porque ser los mismos que los de los pequeños accionistas, tal como se conocían antaño. En otras palabras, son los ejecutivos de las Marcas Globales Financieras quienes actúan como propietarios de las empresas sin haber arriesgado ni un solo céntimo de su patrimonio personal y, a su vez, son los que supuestamente deben controlar a otros ejecutivos, que son los que gestionan la operativa de las Marcas Globales.[...]
- ¿No hay nadie que pueda actuar como propietario?
- Es posible que eso ocurra en el caso de una marca menor donde una de las Marcas Globales Financieras haya conseguido un paquete de acciones importante, pero esto sería la excepción más que la regla. Los procesos de fusiones y adquisiciones, que han tenido lugar, diluyeron a cualquier accionista en una empresa original hasta tal punto que su participación en las actuales sería ridícula. [...]
- ¿Qué hay del poder del consejo de administración?
- ¿Qué poder? -me sonrió Ezpeleta- los miembros del Consejo de Administración son refrendados por los accionistas, o sea por otros directivos de las Marcas Globales, y son seleccionados por el propio presidente de la empresa. El ser consejero es una autentica bicoca, da prestigio, acceso a todos los actos de relevancia, y no requiere ningún tipo de trabajo que no sea el asistir a reuniones en lugares privilegiados donde los tratan a cuerpo de rey. Además de la falta de esfuerzo, los pagos que reciben en concepto de dietas son, cuanto menos, generosos. Hay cola para pertenecer a los consejos de administración de las Marcas Globales, y es el presidente quien decide qué individuos formarán parte de él. Con esto en mente es difícil que ninguno de los elegidos se muestre beligerante con el presidente, le deben su cargo y, además, son conscientes de que si optan por una actitud díscola, éste les cesaría y perderían sus prebendas. Hace ya mucho tiempo que los consejeros no ejercen la labor para la cual fueron instituidos [...] A un presidente de una Marca Global se le reemplaza como a cualquier dirigente en una autarquía: después de una lucha de poder interna, de confabular, mentir y traicionar. Utilizando las mismas artimañas que en la antigua Persia, en la Florencia del Renacimiento o en el Politburó de la desaparecida Unión Soviética.
Daniel Bilbao, «Marca de fuego».
A esta descripción, bastante realista de cómo funcionan las grandes empresas, solo habría que añadir el papel del estado (políticos y burócratas). Varias investigaciones periodísticas y académicas muestran sin género de dudas que nada puede estar más lejos de la vieja burguesía liberal que la actual clase dominante. Resumiendo el resultado de lo que hemos podido estudiar:
- Existen al menos tres circuitos: la alta burocracia del estado, el aparato político y los directivos -que no fundadores- de grandes empresas, bancos, etc. Cada uno de ellos forma una red densa: muchos consejeros «tienen» varios consejos o se mueven de unos a otros, la alta burocracia se interconecta y hasta se «hereda», etc.
- En conjunto forman una red su vez muy interconectada a través de relaciones personales fruto de vecindad o estudios, ONGs, fundaciones, think-tanks, instituciones estatales... y en su dirección a través de la composición de los gobiernos y altas instituciones del estado.
- La alta burocracia estatal es el principal conector entre el aparato productivo-financiero y el político. Existe una cierta fluidez también, por supuesto -jueces y directivos acaban en el gobierno, militares y políticos en consejos de administración- pero al final el papel de los burócratas de estado es imprescindible para mantener la cohesión de la clase dirigente.
- Los tres circuitos tienen capacidad de captación de «talento»... pero es limitada, la pertenencia de clase es hereditaria y eso se refleja hasta en los gobiernos, gracias sobre todo al papel socializador de algunas escuelas y universidades privadas.
Para entender el «neoliberalismo»
Con el breve paseo histórico y sociológico que ya hemos hecho podemos empezar a poner en su lugar el verdadero significado del neoliberalismo. En primer lugar, no significa una transferencia de poder hacia la una supuesta burguesía «emprendedora» que ansiaría «espacio» para tomar la «iniciativa individual». No hay nada de individual aquí. Cuando se privatiza una empresa pública, se transfiere la dirección de un vehículo del capital nacional de un circuito a otro, pero no sale de ahí. Cuando se desregula un sector o se invita a empresas de otros capitales a «competir», no se está deshaciendo el monopolio, mucho menos el monopolio de la clase que dirige la producción, solo se están diversificando riesgos en un modelo igual de monopolista pero... con dos, tres o como mucho cuatro vehículos (es lo que pasó con telefónicas, eléctricas, etc.) que servirán a la burguesía nacional para recapitalizar el capital nacional como un todo a cambio de que algunos retornos de beneficios vayan a los países de origen.
Pero ¿no se reduce el «intervencionismo» acaso? ¿No pasa a jugar un papel menos determinante el estado y los flujos económicos que articula? ¿No significa eso algo? En realidad, basta ver la serie histórica en EEUU y Gran Bretaña para darse cuenta un par de cosas: en primer lugar el tremendo salto en el peso del estado producido entre la primera gran guerra y el final de la segunda; y en segundo, que desde 1950 el peso del estado se mueve arriba y abajo en un rango relativamente estable. Los gobiernos de Reagan y Thatcher no supusieron en términos cuantitativos cambios drásticos.
Ni en los gráficos de gasto estatal de los gobiernos neoliberales ni en los de sus supuestas antítesis se aprecian cambios drásticos porque en realidad el «neoliberalismo», en lo que respecta al gasto, fue ante todo un discurso que justificó su reorientación más que su reducción. El estado siguió siendo, y no podía ser de otra forma, el articulador del conjunto de la burguesía en un momento en el que el militarismo era esencial en la estrategia contra el bloque ruso. Sirvió además para transferir a los sectores «empresariales» de la burguesía la gestión de monopolios hasta entonces estatales y sobre todo para empujar las condiciones de trabajo por una pendiente de precarización con un discurso «positivo». Pero no cambió nada estructuralmente. La misma clase seguía al mando y con los mismos intereses, acentuando lo corporativo para poder jugar en mercados más amplios -es la época en la que se prepara la «globalización»- y romper las cadenas productivas en pedazos «deslocalizados» que aprovechaban a su favor las diferencias salariales y de costes de materias primas. El capitalismo de estado no se vio puesto en cuestión ni por un segundo. A pesar de algunos excesos y éxtasis anarco-capitalistas de los ideólogos, seguía tan intacto que la corrupción -fenómeno endémico resultante del fin de la asociación entre propiedad legal y dirección/gestión efectiva del capital nacional- se multiplicó como nunca.
Conclusiones
No hay oposición entre estado (nacional) y capital (supuestamente global). El capitalismo hoy es capitalismo de estado... y no puede ser otra cosa. Reforzar al estado para intentar resistir a las necesidades del capital y lo que significan -la negación de las necesidades humanas más básicas cada vez más abiertamente- es como hacer ayuno para quitar el hambre.
Lo contrario, desmantelar servicios públicos en la confianza de que eso permita a una supuesta burguesía «individual y emprendedora» aparecer de la nada y reanimar una economía estructuralmente incapaz de desarrollo es igualmente absurdo. El reloj de la historia -especialmente cuando se mide en concentración del capital- no va a ir hacia atrás.
Si queremos volver a conocer el progreso no hay otra opción que dejar atrás el capitalismo y orientar la producción exclusivamente a la satisfacción de las necesidades humanas.
El tema de este artículo fue elegido para el día de hoy por los lectores de nuestro canal de noticias en Telegram (@nuevocurso).