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Pandemia, capitalismo y miedo

29/09/2020 | España

El gobierno ha declarado 179 muertos en las últimas 24 horas. No dejan de decirnos que ésto no es marzo y argumentarlo con que mueren menos personas. Pero los supervivientes tampoco quedan indemnes. Y hay ahora mismo más de 11.000 personas hospitalizadas. España es el segundo país europeo en muertes por habitante y el primero con más incidencia a día de hoy. En Madrid la incidencia supera ya 775 casos por cien mil habitantes, en Navarra 683, en Rioja 443 y en el total del país 290.

Los nunca exagerados colegios médicos piden el confinamiento total de Madrid y restricciones serias de la movilidad en toda España. Pero el estado está a otra. Otra muy distinta. Gobierno central y madrileño se reparten los papeles para discutir entre dos paquetes de medidas a todas luces insuficientes. Sería cómico si la variable con la que se jugara no fueran vidas humanas: el capitán y la sobrecargo del Titanic discutiendo si deben achicar el agua con cuchara o con cazo. Para tener una referencia, en Alemania se imponen las restricciones que ahora se discuten en España a partir de 50 contagiados por cien mil, en Madrid estamos llegando a los 800. Ya no cuela el teatrillo ni del gobierno madrileño ni del español. Si la izquierda madrileña no consiguió movilizar a nadie este fin de semana fue porque los trabajadores se dieron cuenta de que a lo más lejos que llegaba -unos cuantos trenes más, no servir bebidas en barra, aumentar el número de barrios con restricciones y poco más- era puramente cosmético. El mensaje de fondo era el mismo que el que la presidenta madrileña enunciaba sin pudor: esto va de salvar inversiones, no vidas: «Madrid no se puede cerrar», «porque nos arruinamos».

Por eso, su problema es el miedo a contagiar y contagiarse. Les preocupa que caiga la densa venda tejida por los medios, claro. Y están dispuestos a infinitos teatrillos sedantes para mantener abiertos sus negocios caiga quien caiga. Evidentemente, si no les paramos los pies, caerán muchos.

Pero no todos nuestros miedos les disgustan tanto. Es cierto que el miedo al desempleo está tan fundado como el miedo al contagio: millón y medio de trabajadores perdieron su empleo en la primera mitad del año. Pero éste lo alimentan. Porque paraliza. Como alimentan el miedo a llegar a la vejez con una pensión de miseria, bombardeando día sí y día también con la urgencia de la reforma de pensiones. Una urgencia que es en realidad urgencia por erosionarlas y privatizarlas parcialmente vendiéndonoslo como mal menor.

El capitalismo y el miedo

Todos los ‎ sistemas basados en la explotación del trabajo‎ han recurrido e inculturado el miedo. ‎ Después de 8.000 años‎ lo llevamos en los huesos. En los sistemas antiguos o en el feudalismo, la explotación se llevaba a cabo mediante la coerción física. Se debía temer al señor, al guerrero, al cobrador de diezmos e impuestos... pero también a la magia de su capa burocrático-sacerdotal capaz de predecir lo inexorable, salvar cosechas o sanar a los enfermos. La burguesía impuso entonces un sistema en el que la explotación tomaba una forma fundamental y casi únicamente económica. La Humanidad ya no temería a los elementos. Pero ahora lo inexorable, sería el mecanismo económico y sus enfermedades: las crisis, el paro, las caídas de salarios. La nueva clase dirigente se relata como si se tratara de un grupo de nuevos magos, se llaman a sí mismos creadores de riqueza y demuestran su especial relación con el ‎capital‎, administradores y oráculos de una nueva capa de la ‎ religión social‎. Ya sus primeros teóricos, como Malthus o Bentham, insistieron en que la nueva moral social debía fomentar el miedo al hambre y la escasez para poner y mantener en marcha el motor económico. El temor a las contracciones del capital sustituía al temor al dios medieval, e igual que en los momentos difíciles del mundo agrario feudal había que unirse en torno a la iglesia para penitenciar y ganar intercesión ante las fuerzas divinas y sus castigos, en las crisis había que unirse entorno a la burguesía y aceptar sacrificios para que la economía se recuperara.

La burguesía tiene músculo presentándonos las embestidas a las que la ‎acumulación‎ la empuja contra nuestras condiciones de vida como hechos de la Naturaleza. Sus sindicatos enseñan una y otra vez que sin beneficio para las empresas no puede haber empleo ni satisfacerse necesidades.

Pero no olvidemos el papel de la ciencia en el ‎capitalismo ascendente‎. La promesa de ‎progreso‎ del sistema incorporaba un cierto canje: se debía temer a una economía libre, incontrolable, llena de lo que Keynes llamó espíritus animales. Pero no se temerían más a los hechos de una Naturaleza que el desarrollo de las ‎fuerzas productivas‎ por el capitalismo tendía a dominar.

El problema es que ya no estamos en aquel ‎ capitalismo juvenil y expansivo‎. Este sistema es ‎ ya anti-histórico‎ hace demasiado... y su propia gramática del miedo empieza a ser inmanejable. Los últimos dos años son un ejemplo apabullante. Con una tendencia permanente a la crisis en marcha, el capital necesitaba una perspectiva de transferencias masivas de rentas desde el trabajo. Sacrificios. La forma de pergeñarlo: un cambio tecnológico impuesto por una amenaza natural apocalíptica que imponía una unión sagrada, el pacto verde. Consigna: fabricar miedo, vender si hacía falta una amenaza de extinción humana insostenible.

El mensaje sigue siendo positivo: el sistema puede salvar la Naturaleza para bien de la especie. Pero hay una diferencia sustancial con la fe en el ‎progreso‎ de hace doscientos años: no es el desarrollo provisto por el capitalismo el que lo conseguirá, no se producirá espontáneamente en el mercado y acompañado de un desarrollo del bienestar, el conocimiento y las libertades de toda la sociedad. No, esta vez, según el relato, el peligro habría sido causado por el abuso de la Naturaleza, por el desarrollo pasado. Por su culpa tenemos que hacer sacrificios ahora, nos dicen. ¡¡Vuelta a los sacrificios para apaciguar a las fuerzas naturales!!

Y ahora con el covid tenemos una fuerza de la Naturaleza -la pandemia- que plantea una dicotomía. Para parar la masacre hay que reducir drásticamente la actividad económica durante un periodo limitado, pero no tan breve como muchas empresas, endeudadas tras una década de crisis, podrían resistir. No hay otra. La cosa está clara desde el primer momento para toda la clase dirigente. Salvar inversiones no está en discusión. Salvar vidas se supedita a mantener las empresas sin quebrar. Donde el capital nacional tiene dimensiones suficientes y el estado capacidad, como en Alemania, Italia o China, tras unas dudas iniciales -que cuestan no pocas vidas- se aceptan restricciones aunque generen coste a las inversiones. El capital nacional como un todo distribuye las pérdidas a través del estado. En otros lugares, como Brasil, EEUU o Irán, se deja campar el virus y se coloca todo en la responsabilidad individual con el único objetivo de salvar hasta la última empresa. Otros, como España, quedan en el medio y solo consiguen alimentar una segunda ola de la matanza sin llegar a salvar con certeza la integridad del capital nacional. Tras un primer momento de confinamiento, se reabre de forma precipitada y la nueva consigna es... no se puede volver a confinar porque vendrían más pérdidas... y mucho paro para vosotros. Quieren que no temamos la pandemia y que nos acostumbremos, como nueva normalidad a cientos de muertes diarias.

Es decir, el capital nos dice, como siempre, que no temamos a la Naturaleza. Pero esta vez no porque vaya a corregir su curso destructivo, sino precisamente porque renuncia a doblegarlo. Y esa renuncia es la ‎ expresión más clara posible de que va a contracorriente de la Historia‎. Ya no representa una forma de organización de la sociedad capaz de impulsarla al desarrollo. En la dicotomía entre matanza por pandemia y necesidades del capital, se contrapone abiertamente a las necesidades humanas más básicas. Ya no libera a la Humanidad de viejos miedos a la Naturaleza. Ahora compite por crear aun más miedo a sus reflejos empobrecedores, a su capacidad destructiva.