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22/09/2018 | Crítica de la ideología

Como vimos en las entregas anteriores, la «economía» capitalista moderna es el producto de un cumulo de fanáticos, teólogos y filósofos morales... Un grupo así lo que funda es una nueva religión y no algo que denominaríamos una economía, pero ¿Qué es realmente una economia? Las definiciones modernas parecen apuntar hacia un método o ciencia, pero no es a una ciencia a lo que nos referimos cuando hablamos de la «economía» de un país o grupo humano.

Si los romanos, los incas o los griegos clásicos -de donde viene la palabra- tenían una «economía», ciertamente no era la ciencia abstracta moderna. Lo que nos ha interesado desde el principio han sido las ‎ relaciones de producción‎ entre las unidades -no necesariamente individuos, como veremos mas adelante- que conforman a la sociedad humana y el resto de la Naturaleza. No las abstracciones confusas y retorcidas que como ya vimos desconectan al Hombre en abstracto de la Naturaleza y hacen parecer que el trabajo lo crea todo sobrenaturalmente.

La desconexión del Hombre en abstracto del resto de la Naturaleza, la obsesión por la pureza, el parecerse a seres angélicos... Suena todo muy puritano. El sueño de ascender terrenalmente hacia un nuevo plano casi divino de existencia no empieza con la burguesía inglesa, de hecho ya se intenta en la Florencia de finales del siglo XV. El monje Girolamo Savonarola se hace inmensamente popular tras la vergonzosa rendición del príncipe Medici frente al rey de Francia, rendición que el propio Savonarola había anunciado en una profecía. Girolamo ofrecerá a los burgueses ascender al cielo terrenal a cambio de aceptar vivir mas modestamente y redistribuir su riqueza hacia los pobres:

Vivirán en libertad, que es cosa mas preciada que todo el oro y la plata. Estarán seguros en su ciudad, ocupándose con seguridad y alegría de sus lícitos negocios y del gobierno de sus bienes y haciendas. Y cuando Dios multiplique sus bienes y honores, no temerán que les sean arrebatados; en efecto podrán ir a vivir a sus villas sin que tengan que pedir permiso al tirano.[...]

Ni se vera obligado nadie, debido a la escasez, a realizar trabajos deshonrosos, porque siendo bueno el gobierno de la ciudad se multiplicará la riqueza y habrá abundante trabajo para todos; y los pobres podrán ganarse el sustento, y podrán dar de comer dignamente a sus hijos e hijas.

Girolamo Savonarola, Trattato Circa el reggimento e governo della città di Firenze

Es una visión realmente revolucionaria para la época, no solo Savonarola defiende los negocios, la propiedad y la vida burguesa, sino que -al igual que Petty pero esta vez de forma abiertamente religiosa- llama al pleno empleo. Y al igual que en Petty y los economistas «liberales» actuales, la riqueza se genera -mágicamente, como la multiplicación de los panes- por la reducción del consumo extravagante de los ricos. Todo en nombre de la libertad.

Cuando el cielo terrenal empiece a retrasarse, Girolamo llamará a acumular grandes «hogueras de las vanidades» con objetos de lujo como ofrendas para acallar a dios. Sus visiones empiezan a ser cada vez mas apocalípticas y la Iglesia, que había tolerado a Savonarola para defenderse del rey de Francia, acabará perdiendo la paciencia. El Papa amenaza con excomulgar a la ciudad entera de Florencia. Ipso facto la alta burguesía agarra a Savonarola, lo tortura y lo quema en publico... porque la excomunión significaría la expulsión de la ciudad de Florencia de todos los intercambios comerciales. Todavía es la Iglesia la que decide quién esta dentro y quién esta fuera del cuerpo de la religión y, por lo tanto, con quién se pueden efectuar intercambios legales. Si hoy nos parece que moral y religión no tienen nada que ver con las relaciones productivas de la Humanidad, es porque la religión capitalista está tan extendida que se ha vuelto invisible por su propia automaticidad. Pero es algo reciente y ni siquiera es así en todas partes.

No es que la moral burguesa esté en la naturaleza humana, es que el arrancar a los campesinos del campo y forzarlos a trabajar a cambio de ‎ mercancías fetichizadas‎ obliga a los habitantes del mundo burgués a obedecer a la religión automatizada y aceptar su moral lo quieran o no, sean ellos mismos religiosos o no. Por eso esta moral parece estar por todas partes, es una «segunda naturaleza».

Fetiches automáticos

Imaginemos, si lo desea, un pequeño gusano viviendo en la sangre y capaz de distinguir visualmente las partículas en la sangre -linfa etc-, y de observar inteligentemente como cada partícula, al colisionar con otra, rebota o transfiere parte de su movimiento. Ese gusano estaría viviendo en la sangre como nosotros vivimos en nuestra parte del universo, y consideraría a cada partícula de la sangre como un todo y no una parte, y no tendría manera alguna de conocer cómo todas las partes están controladas en conjunto por la naturaleza de la sangre y obligadas a una adaptación mutua como la naturaleza [circulación] de la sangre lo requiere.

Baruch Spinoza, Epístola número 32 a Oldenburg

El mundo capitalista es en apariencia un mundo extremadamente extraño, la riqueza en forma de ‎ mercancías‎ parece brotar como la multiplicación de los panes... El numero de horas que trabajan los proletarios no parece tener relación alguna con el precio final de la mercancía que venden las empresas individuales. Aunque a los trabajadores se les paga un salario -supuestamente un equivalente- a cambio de su «trabajo», hay empresas que parecen hacer beneficios enormes independientemente del trabajo de los empleados. Pareciera que la propiedad privada misma y no el ‎trabajo‎ fuese la fuente de la riqueza.

Como indica Spinoza arriba, no es observando el movimiento de la mercancía o empresa individual como entenderemos nada. Es el flujo de mercancías -incluyendo la fuerza de trabajo- entre el total de empresas de la sociedad el que redistribuye algo entre las distintas ramas y obra el «milagro». Es como ser un gusanito en la sangre y no ser capaz de ver la circulación sanguínea en conjunto... Y es que la ‎plusvalía‎ se extrae a partir de los trabajadores en conjunto y se redistribuye luego entre sectores.

‎ La mercancía -el dinero incluido- es un fetiche‎, un objeto con poder social, que esconde las verdaderas relaciones de producción de la sociedad y permite hacer que los otros trabajen para el propietario de sus medios de producción. Este encubrimiento hace que los capitalistas parezcan como bendecidos por la providencia.

¿Qué es un «fetiche»?

Los fetiches son algo muy viejo, que aun se usan en culturas donde su carácter religioso y las reglas morales respecto a su transmisión son abiertamente reconocidas por todos. Veamos a los Maories:

Los taonga [fetiches intercambiables] y todos los bienes estrictamente personales poseen un hau, un poder espiritual. Me das uno de ellos y se lo paso a un tercero; este me da otro a su vez, porque esta obligado a ello por el hau que mi regalo posee. Y yo, por mi parte, estoy obligado a darte esa cosa porque te debo devolver lo que es en realidad el efecto del hau de tu taonga.

Cuando es interpretada de esta manera, la idea no solo queda clara, sino que emerge como una de las principales ideas de la ley Maori. Lo que impone una obligación en el regalo recibido e intercambiado es el hecho de que el objeto recibido no es inactivo. Aun cuando ha sido abandonado por el dueño original, aun posee algo de él.

Marcel Mauss, El regalo.

Un aviso, estos «regalos» no son en nada parecido a los que nos intercambiamos en gran parte del mundo capitalista. Son en realidad fetiches que poseen un poder aparentemente mágico y que deben ser intercambiados según reglas morales muy estrictas. ¿No les suena de algo la descripción?

Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto el mismo. El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos, podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que el saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya.

John Locke, Second Treatise on Civil Government

Locke dice prácticamente lo mismo al final, son los mismos átomos metafísicos que se transfieren con los fetiches... Pero ¿por qué? De hecho, tanta fijación y atención sobre los fetiches individuales hace desaparecer de nuestra vista el conjunto, su circulación social. Otra vez como el gusanito de Spinoza. Para entender su función social debemos ir a visitar otros dos lugares del Pacifico

El Potlatch

En la costa de Alaska y Canadá aún residen varias tribus famosas por sus riquezas, entre ellas se encuentran los Haida, Tlingit y Kwakiutl. Se ganaron su fama organizando enormes celebraciones donde se intercambiaban «regalos» entre distintas corporaciones de cada tribu. En estas celebraciones, los Potlatch, cada corporación intenta vencer a la otra intercambiando y ofreciendo entre ellas y a los dioses regalos cada vez más costosos. Lo que empieza como una espiral de regalos a veces acaba en una espiral de destrucción donde cada corporación intenta vencer a la otra destruyendo riquezas, edificios y -en el pasado- esclavos. Los regalos no son equivalentes, se añade un interés del 30 al 50% a cada ronda y -como es predecible- siempre tiende a ganar el más rico e influyente. Es en realidad un mecanismo de participación y estratificación social, moral y religiosamente obligatoria.

El que no acepte el carácter recíproco de los regalos será convertido en esclavo, es decir, excomulgado. Y su corporación caerá en deshonra. Los regalos son «donaciones de la naturaleza» y tienen «voluntad propia», pero su efecto social es bien claro en conjunto.

Las leyendas de los Haida y Tlingit afirman que las tribus provienen de Japón. Este es un país donde originalmente la moral tampoco era universalista y cada cual pertenecía a alguna corporación familiar. Hasta el periodo Edo el pais estaba muy descentralizado y esta organización de la vida campesina permitía una cierta autonomía frente a unas clases dirigentes en cambio continuo. Como en Alaska, el intercambio de regalos era moralmente obligatorio y se creía bajo el amparo de una serie de deidades. Cada corporación solo reconocía social y moralmente a las otras corporaciones con las que intercambiaba regalos.

Será así hasta 1945 en el campo japones, a partir de entonces la migración urbana masiva no eliminará los regalos pero sí que transformará su importancia y significado moral. De las reglas del «giri» en las que uno debe sentir desprecio ritual hacia el regalo que entrega en nombre de una corporación familiar se pasa al «ninjo» donde uno entrega regalos por afecto en capacidad individual. Probablemente no sea necesario indicar que el «ninjo» es según la tradición un tabú. Sin embargo, a nadie se le escapan las funciones morales y sociales de los regalos en la sociedad japonesa. Para un individuo es moralmente necesario «regalar» grandes cantidades o bienes de gran valor a los superiores para asegurarse una posición social futura, reafirmando socialmente el orden jerárquico. Y por si el poder social como fetiche de los «regalos» no quedara suficientemente claro, una manera aun practicada de obligar a un inferior a conceder un «favor» social es entregarle un regalo demasiado caro que no pueda rechazar. Aunque sea falsificar notas de exámenes o corrupción pura y dura. Estos comportamientos causan cada vez mas rechazo entre los habitantes de las ciudades y los jóvenes, pero las jerarquías establecidas no desaparecen tan sencillamente.

La moral capitalista no forma la supuesta «naturaleza humana» universal y final

La moral y la religión regulaban y regulan aun los intercambios entre las unidades sociales y el resto de la Naturaleza... Aunque los habitantes de gran parte de la sociedad capitalista parezcan haberse olvidado de ello debido al carácter automático y abstracto de la religión capitalista de la mercancía. No es para nada casualidad que propugnemos una moral comunista basada en el futuro y en nuevo modo de organizar la producción puesto que la moral es también central en la producción y distribución.

Como hemos visto, la mercancía misma, en tanto que fetiche, ciega a los habitantes del mundo capitalista, ocultándoles el funcionamiento y la naturaleza de su propia sociedad y además los ata a una corporación: el cuerpo de la ‎nación‎, contenedor de clases enfrentadas. La moral capitalista también ata a los trabajadores al trabajo asalariado prometiendo un cielo que nunca llegará y, para postre, los lanza a morir contra las trincheras enemigas cuando la misma sociedad delira con el Apocalipsis.