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El nuevo mapa imperialista de Europa es más contradictorio que nunca

04/04/2022 | UE

Después del acelerón hacia el militarismo que acompañó los primeros compases de la guerra en Ucrania y los primeros pasos hacia una economía de guerra, el mapa imperialista de Europa empieza a revelarse mucho más contradictorio y explosivo que lo que se pretendía desde Bruselas. Nunca hasta ahora había sido tan urgente para los trabajadores construir un tejido organizativo propio tanto para enfrentar de manera inmediata las consecuencias del militarismo como para enfrentar su horizonte: la guerra generalizada.

El belicismo nórdico

Dinamarca se ofreció a enviar tropas a la guerra de Ucrania

No solo Polonia y los países bálticos están por una confrontación cada vez más abierta y frontal entre la OTAN y Rusia.

Desde antes del comienzo de la guerra, los dirigentes políticos finlandeses vienen desarrollando un doble juego: intenso belicismo hacia dentro y críticas violentas a la UE por no haber sido suficientemente beligerante contra Rusia. Las primera reacción de la primera ministra a la invasión rusa de Ucrania fue declarar preparado al país para entrar en la OTAN y repensar las recientes inversiones en energía nuclear por su peligrosidad en caso de guerra con Rusia.

Tras participar por primera vez de unas maniobras OTAN la semana pasada las encuestas mostraron que el bombardeo mediático y el clima de histeria bélica funcionaron: el apoyo a la adhesión a la OTAN creció hasta el 61% y al rearme masivo en el 75%, permitiendo al Presidente sentenciar que ya no era necesario siquiera hacer un referendum. Dicho y hecho, la primera ministra anunció este viernes que esta misma primavera se decidiría la integración. Nadie duda en qué sentido.

Suecia, que lleva movilizando a su ejército en un juego de demostraciones con la armada rusa desde enero, no ha quedado atrás en machaque propagandístico sobre su propia población. Y los resultados no han sido distintos: según los sondeos, la incorporación a la OTAN tendría la aprobación de la mayoría de la población.

El gobierno no ha perdido ni un minuto en aprovechar el viento belicista que él mismo creaba: no sólo anunció un incremento del gasto militar, sino la vuelta al reclutamiento obligatorio. A día de hoy, la vieja potencia báltica es el estado que más ha incrementado sus compras y gastos militares de toda la UE.

Por su lado Dinamarca y Noruega no han tenido desarrollos menos peligrosos. Pioneros entusiastas en el envío masivo de armas a Kiev, en el caso danés el ardor bélico ha llegado al punto de proponer enviar también su ejército a Ucrania como «fuerza de interposición». Y el compromiso al punto de hacer un paréntesis, exclusivamente para ucranianos, en su inhumana política de asilo.

Tanta «solidaridad» no ha quedado sin premio. Siendo dos de los países con menor dependencia del gas ruso (menos del 10% de las compras), no sólo han presionado a Alemania para abandonar las compras en Rusia, sino que han obtenido contratos y promesas de inversiones alemanas para su propia industria renovable.

Las dificultades del militarismo en el Sur

A diferencia de España y Francia, donde las expresiones electorales de la revuelta de la pequeña burguesía se han plegado rápida y casi totalmente al discurso bélico, en Italia el aumento del gasto militar amenaza con reanimar la crisis del aparato político. La resistencia de Lega y M5S ha llevado a que el incremento del gasto militar, planeado para 2024 se retrase a 2028 y que la ayuda militar a Ucrania quede en entredicho.

Este contraste es muy importante. Si Macron ha reducido su campaña electoral en la primera vuelta a un único meeting es porque enfatizar en pleno éxtasis del bombardeo mediático sobre la guerra de Ucrania su papel de «figura internacional» y última línea de contacto directo con Putin, ha ahogado a unos candidatos euroescépticos (Melenchon, Le Pen y Zemmour) sobre los que pesaban las evidencias de una relación íntima con Rusia.

Pero la industria de la opinión es cansina y la propaganda de guerra, agotadora. Los medios saben que la atención está cayendo y aunque redoblen el esfuerzo machacante, el efecto tal vez no llegue a ser decisivo siquiera en primera vuelta. Un Macron que tenga que volcarse en la segunda vuelta podría ser seguido por un incremento de las fuerzas más reticentes a la UE y la OTAN en las legislativas, es decir, por un resurgir electoral de la revuelta pequeñoburguesa, como a su modo adelanta ya la situación en Córcega.

Es decir, al menos en los países del Sur, el efecto apaciguador de la guerra de Ucrania sobre la pequeña burguesía podría durar menos de lo pensado y acabar volviéndose un palo en la rueda del avance militarista.

Alemania no quiere comprar en Europa ni crear un sector armamentístico europeo con Francia

Tanques alemanes en una base OTAN. Alemania incrementará drásticamente su dotación y equipamiento con vistas a una eventual guerra con Rusia.

Los militaristas están en su mejor momento en Alemania. Las columnas de opinión no han dejado un sólo día de celebrar «las oportunidades de la guerra» y anuncios como la posible compra de un «escudo antimisiles» a Israel.

Pero cuanto más sufre la industria alemana menos parece apostar el estado por una «solución europea» al estilo de la propuesta por Francia y la Comisión europea. La decisión de comprar aviones F35 en vez de adaptar los Eurofighters a los misiles nucleares estadounidenses ha sentado como una patada en el estómago en París, que ha vuelto a insinuar la «mala voluntad» de Washington.

Pero no ha sido una elección aislada: Berlín también optó por una lanzadera de SpaceX para lanzar su nuevo satélite en vez de por apostar por reforzar la industria aeroespacial europea (básicamente francoalemana con participación italiana y española). Los fabricantes de armamento franceses temen ya lo peor -que los grandes pedidos vayan a EEUU- y la prensa de París se lamenta de que, para el nuevo gobierno alemán, «más que nunca, solo cuenten los intereses de Alemania».

Pero sería erróneo pensar que Alemania «se separa» del proyecto militarista de la UE para pasar a ser un mero escudero de EEUU. Scholz, como Macron, no secundó los llamamientos de Biden a un cambio de régimen en Rusia y se resiste -por motivos obvios- a cortar las compras de gas como pretende EEUU. Es más, es más cauteloso que nunca en sus relaciones con China, convertida con la guerra en un socio imprescindible para que el capital alemán mantenga su capacidad exportadora.

Tampoco se puede decir que se esté desentendiendo del juego imperialista intraeuropeo. Al revés, está pisando el acelerador de la expansión de la UE hacia el Este, intentando cortar el paso a la expansión de la influencia rusa y crear una zona de desarrollo industrial de bajo coste. Primera etapa: arrancar cuanto antes la adhesión de Albania y Macedonia del Norte. Son dos países que han apoyado con especial énfasis la política estadounidense contra Rusia, lo que nos da una idea del tipo de geometrías con las que Berlín está reconfigurando su perspectiva sobre la Unión.

Hungría, Serbia y el fantasma de una nueva guerra en Bosnia

Vuĉic celebra anoche su triunfo electoral en Serbia.

Anoche tuvieron elecciones Serbia y Hungría. En ambos casos los resultados fueron los contrarios a los deseados por Bruselas, París y Berlín... a los que no se puede acusar, desde luego, en ninguno de los casos de haberse mantenido inmóviles ni de no haber apoyado, unido y promocionado a la oposición «europeista». Pero en ambos casos los candidatos oficialistas movilizaron una participación electoral casi récord y obtuvieron triunfos más que holgados.

No es de extrañar que Orban lo celebrara haciendo la peseta a Bruselas, los medios internacionales, Soros y Zelenski. Vuĉic, más sereno y sutil, hizo lo propio con lenguaje diplomático, recordando que «mantendremos la política que es importante para los europeos, rusos y estadounidenses, y esa es… la neutralidad militar». Más que «neutralidad» cabría hablar de no beligerancia armada porque Vuĉic es hoy el principal aliado de Moscú en Europa y de hecho, el único presidente europeo que se atreve a descartar como propaganda de guerra las denuncias de las atrocidades del ejército ruso en Ucrania.

Por su lado Hungría es, más que Alemania, el principal bastión contra la imposición de sanciones energéticas a Rusia dentro de la UE. No ha dudado en enfrentarse a su habitual aliado polaco al respecto. La interrupción del gasoducto búlgaro a finales del año pasado convirtió a Hungría en suministrador de gas (ruso) de Serbia y a través de ella de la república serbia de Bosnia.

Bosnia es, como advertimos ya en noviembre y reconocieron la OTAN y la propia UE tan pronto como comenzó la guerra en Ucrania, el punto de conflicto más peligroso de las tensiones imperialistas entre Rusia y la UE.

El estado serbio está animando abiertamente y movilizando a su propia opinión pública para apoyar la ruptura de Bosnia y la eventual anexión del la república serbia de Bosnia. Rusia no sólo apoya las ambiciones serbias, amenaza con intervenir «a la ucraniana» si Bosnia se incorpora a la OTAN. La Comisión Europea no ha quedado atrás en amenazas. Bruselas muestra su voluntad de redoblar su presencia económica y militar con una mano mientras prolonga sus sanciones con la otra para sostener a su enviado como verdadero virrey de un estado que es poco más que una ficción jurídica.

Los trabajadores y el nuevo mapa imperialista europeo

Inflación en la eurozona

El mapa imperialista europeo no ha alcanzado ni mucho menos la estabilidad. Una vez más, la «salida hacia más Europa» acaba multiplicando las tensiones imperialistas entre estados y las contradicciones entre clases dentro de cada uno de ellos. El resultado es doble:

  1. Cada vez hay más capitales nacionales con menos recursos para sacar la cabeza del agua; hace 10 años la Comisión podía todavía pretender que la crisis afectaba sólo a la díscola Grecia o a los «imprevisores» países del Sur, pero a día de hoy ni siquiera Alemania puede sentirse segura de su horizonte de acumulación.
  2. Cada vez la guerra está más cerca de las grandes concentraciones de trabajadores. En el mismo periodo hemos pasado de la guerra en el Sahel a la guerra en Siria y Libia, y de ahí a Ucrania, y todavía antes de que termine la matanza están ya agitando banderas de guerra sobre Bosnia.

Las consecuencias directas para los trabajadores ya las estamos viendo: una presión contra los salarios vía inflación no vista en décadas (7,5% en la eurozona en marzo), parones industriales y reducciones forzadas de jornada, bases de una transferencia de rentas que tanto el Pacto Verde como el militarismo, cada vez más unidos en una única cosa, sostendrán y aumentarán en el tiempo.

Y por si fuera poco, conforme el militarismo se desarrolle aumentará inevitablemente la presión hacia su socialización: volverá el servicio militar obligatorio a algunos países y en todos abastecimientos y políticas productivas -empezando por la agricultura, la alimentación y el transporte- estarán supeditadas a la perspectiva de guerra.

Nunca hasta ahora había sido tan urgente para los trabajadores construir un tejido organizativo propio tanto para enfrentar de manera inmediata las consecuencias del militarismo como para enfrentar su horizonte: la guerra generalizada.