No es racismo, es explotación
«Fariña» o la historia novelada del nacimiento de un capital regional.[/caption]
Solo ahora, décadas después, gracias a «Fariña», una serie de TV, los españoles empiezan a descubrir cómo fue posible que una región sin infraestructuras ni grandes concentraciones urbanas, donde los grandes bancos se habían negado históricamente a financiar el desarrollo industrial, tuviera el excedente de capital suficiente de la noche a la mañana como para alumbrar a la principal industria textil de Europa.
No fue algo menor la inyección de capital que la droga supuso para Galicia. La abundancia de capitales permitió al famélico y estrecho sistema financiero local dar alas a una industria que a día de hoy articula no solo Galicia sino que tiene poco menos que partida propia en el PIB portugués. Como vimos en el «milagro» chino de las últimas décadas y seguimos viendo, el desarrollo capitalista de las regiones rurales solo se produce de una manera: sobre una acumulación brutal de capital previa.
Parque industrial de Alhama de Murcia. Pequeños pueblos del Levante español están desarrollando un tejido industrial nuevo y floreciente.[/caption]
Y en la España que lleva ya diez años de crisis, fractura social creciente y recortes en todas las industrias clásicas, de repente aparecen regiones y provincias con crecimientos industriales de dos cifras e incluso por encima del 20%... trimestre tras trimestre.
Nadie sin embargo nos cuenta el «milagro mediterráneo» español. Se llenan los polígonos, nuevas empresas hasta ayer locales entran en las grandes batallas por contratos de distribución. Todo eso en un marco en el que los bancos no han dado crédito llevando a una epidemia de quiebra de PYMEs en todo el país. Y lo que es aun más llamativo, en medio de una crisis del sector bancario en la que el tejido financiero local, las tradicionales cajas de ahorro, implosionaron arrastradas por la burbuja inmobiliaria.
Aquí si que habría que gritar: ¡¡milagro!!
Trabajadores recogiendo sandías en un invernadero. Ellos no son campesinos, son obreros agrícolas. El campesino es el propietario.[/caption]
Pero no hay milagros en el capitalismo. La acumulación de capitales sale de algún lado. Y en general el capital, trabajo muerto, solo puede salir del trabajo vivo no remunerado, de la plusvalía. Y la forma más rápida es simplemente... aumentar la plusvalía absoluta: pagar lo mínimo por hora y aumentar las horas hasta la extenuación. Para evitar el conflicto social y la destrucción masiva de demanda interna que eso conllevaría de generalizarse, pero sobre todo la «competencia desleal» entre contratantes... existe toda una legislación laboral que tampoco es ajena a la lucha de clases, a la capacidad de los trabajadores para enfrentar la lógica del capital levantando la bandera de sus necesidades.
Pero... ¿os imagináis que un grupo de empresarios pudiera dar con un grupo de trabajadores que por una situación particular no pudiera enfrentarles? Un grupo de trabajadores que de plantear cualquier resistencia pudieran simplemente ser expulsados del país con toda la fuerza de los cuerpos de seguridad. ¿Hasta dónde bajaría su salario? En principio hasta el coste físico de su mantenimiento con vida... siempre que no fuera más barato reemplazarles. En ese caso la reproducción del capital, sin necesidad de invertir en máquinas nuevas, llegaría a su máximo.
El «mar de plástico» de El Egido, Almería.[/caption]
Y eso es lo que ha pasado en el mundo de «los plásticos», de los invernaderos levantinos y meridionales: masas de trabajadores hacinados en galpones sin agua ni servicios mínimos, trabajando 14 horas por salarios de verdadera miseria muy por debajo de los mínimos legales, sin coberturas sanitarias básicas, fuera del sistema de protección y de la Seguridad Social y siempre bajo el temor permanente a ser deportados... porque el secreto de su sobre-explotación no era otro que su «irregularidad». Y estamos hablando de decenas de miles precisamente en las «regiones milagro».
Hoy la policía y la inspección de trabajo han desarticulado en Castilla la Mancha una red que proveía trabajadores bajo esas condiciones. La técnica que utilizaban era, en lo fundamental, la de una ETT o empresa de «servicios múltiples». La diferencia: jugaban con pasaportes y contratos de trabajo que pasaban de mano en mano, quedándose parte de los salarios que declaraban pagar. Nos dejan dos cosas para aprender:
Jornaleros en el campo murciano[/caption]
Ya sabemos de dónde sale el capital que ha permitido el sorprendente desarrollo industrial de ciertas regiones del mundo rural español... que coinciden a grandes rasgos con el desarrollo del cultivo intensivo de «los plásticos» y las bolsas de trabajadores migrantes «irregulares». Cualquier economista que se hubiera basado en los datos oficiales hubiera dado unas posibilidades bajísimas a ese «milagro» industrial de campesinos tornados en capitanes de industria.
«Explotados en el paraíso murciano», titulaba «el pajarito» esta foto.[/caption]
El esquema y la estructura de la precarización de los migrantes sin papeles es en lo esencial idéntico al de cualquier trabajador precario con nacionalidad española y al día de Seguridad Social. Lo que vemos en su forma más monstruosa es en realidad la misma fórmula que está desangrando las pensiones españolas y vendiéndose como el «milagro español» de una supuesta «salida de la crisis». La esclavitud de los jornaleros migrantes sin papeles no es un problema «particular», una «situación», es un indicador de lo que el capital impulsa para todos los trabajadores.
El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza
Carlos Marx, El Capital, Capitulo XXIV, «La llamada acumulación originaria», 1857