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09/02/2018 | Iglesias y religiones

El escándalo global del día es que el director de Oxfam en Haití, después del terremoto, organizó orgías con prostitutas en la mansión que la ONG pagaba para él con fondos recaudados en solidaridad con las víctimas. Una buena ocasión para recordar qué son las grandes ONGs transnacionales.

Son grandes compañías transnacionales ultrajerarquizadas con sus «country managers» sobre-remunerados (oscilando alrededor de los 350.000€ anuales en España), sus EREs y sus ETTs especializadas en organizarles el trabajo precario. No hay nada nuevo, «alternativo» o «idealista» en este tipo de organizaciones, su relación con los trabajadores es idéntica a la de cualquier gran empresa. Solo cambia el producto y que la fachada suele ser una fundación, aunque casi siempre se mantenga en paralelo una sociedad por acciones.

Son herramientas del imperialismo de cada país. Hay quien se sorprende de que Greenpeace cobre de petroleras americanas y ataque a las europeas, también de que Bernard Kouchner, fundador de Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo, se convirtiera en administrador de la ONU en Kosovo y acabara de ministro de Exteriores francés bajo Sarkozy. No hay que sorprenderse: fue el mismo Kouchner el que creó la teoría del «intervencionismo [militar] humanitario» y del «Derecho de intervención [militar]». Y no son casos aislados, es la cotidianidad en decenas de países dependientes y zonas de conflicto. Para los estados estas ONGs tienen un valor particular: haciendo lo mismo que los fondos de ayuda estatales al desarrollo o catástrofes, como USaid, pueden llegar a lugares inaccesibles bajo una bandera nacional y ganar una legitimidad que bajo el sello estatal es difícil de sostener. Son utilísimas por ejemplo para someter a escrutinio y meter el dedo en el ojo a una fuerza de ocupación «humanitaria» de un país rival o para obstaculizarle la explotación de un recurso natural. Pero también, cómo no, para alimentar divisiones internas o hacerles sordina.

En décadas de «ayuda al desarrollo» por organizaciones privadas no se conoce un solo país, por pequeño que sea, que saliera de la miseria gracias al trabajo de las ONGs.

Hay algo fundamental: en el capitalismo de hoy no faltan capitales para exportar, al revés, sobran. El capital, en masas gigantescas busca como poder colocarse en los lugares más miserables, aunque no tengan ni una simple oficina bancaria ni una acera asfaltada. ¿Por qué iba a ser crucial la donación de pequeñas cantidades de capital a servicios públicos o infraestructuras? Y de hecho, el efecto económico global de las ONGs es anecdótico.

Hay una función que las ONGs y sus admiradores siempre destacan: la «concienciación» en los países desarrollados. ¿Pero de qué tratan de concienciarnos? Sobre todo de que «otro capitalismo es posible», lo que es sencillamente mentira. Pero también de que «en comparación no estamos tan mal», de que «somos verdaderos privilegiados» y accesoriamente de que algo de culpa tendremos por no ser lo suficientemente solidarios. El mensaje que cualquier burguesía querría que creyeran sus trabajadores. No solo para que aceptemos mejor la precarización o la destrucción de nuestros barrios, sino para que estemos abiertos a sus aventuras militares y sus «intervenciones humanitarias».

Es decir, las grandes ONGs son transnacionales que tratan a sus trabajadores como tales, son herramientas de primer orden del imperialismo de los estados, tienen un impacto social y económico anecdótico y pretenden culpabilizarnos y hacernos cómplices del «intervencionismo humanitario» mientras nos hacen creer en un imposible capitalismo sin miseria. ¿Por qué cabría esperar de sus directivos un nivel moral más elevado que el de cualquier otra familia de la burguesía?