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La mujer trabajadora en Asia Central 1 La Revolución rusa y la emancipación de la mujer

23/04/2022 | Historia

En ninguna región del mundo la situación de la mujer trabajadora se ha degradado tanto en la última década como en Asia Central. En esta primera entrega nos acercamos al punto de partida: el impacto de la Revolución rusa sobre la situación de las mujeres en lo que entonces eran repúblicas soviéticas de nuevo cuño creadas sobre una base fundamentalmente precapitalista.

Asia Central en la Revolución Rusa

Revolución Rusa. Manifestación del 1 de mayo de 1917 en Bakú. Punto de arranque de la liberación de la mujer trabajadora en Asia Central.

Hoy no suele recordarse que el proceso de auto-organización y toma de consciencia masivo de los trabajadores que fue la Revolución Rusa tuvo como epicentros no sólo a las regiones industrializadas del occidente del imperio ruso (Petersburgo, Moscú, Ucrania, Polonia, Moldavia, Finlandia, las grandes ciudades bálticas...) sino también al lejano Bakú, capital de la industria petrolera.

Y sin embargo, más allá de Bakú, hacia el Este, se extendía un gigantesco territorio en el que las relaciones sociales pre-capitalistas eran dominantes. Un territorio que los triunfos de la guerra civil colocarían definitivamente en manos de los soviets y para el que los trabajadores necesitaban dotarse de una perspectiva y un programa propio... sin contar con un proletariado local en el que apoyarse para defender un programa de clase.

En principio el análisis de los bolcheviques colocaba a los «pueblos del Este» ante la tarea de la liberación nacional, ésto es, ante la perspectiva de una revolución burguesa. La referencia inmediata era el nacionalismo turco, pero como ya había señalado Rosa Luxemburgo, la misma revolución turca estaba dando lugar a un capitalismo concentrado y centralizado alrededor del estado con todos los signos y deformaciones del imperialismo... cuyas expresiones políticas a su vez acababan indefectiblemente intrumentalizadas por imperialismos mayores.

Las contradicciones se hicieron evidentes en el «Congreso de los Pueblos del Este» que la Internacional organizó en 1920, inmediatamente después de su segundo congreso, para intentar articular una alianza entre los nacionalismos emergentes en Asia Central y el Cáucaso y el proletariado que había tomado el poder desde Bakú a Finlandia.

Los comunistas «jugaban en casa», en Bakú, capital del proletariado de Oriente, que había sufrido verdaderos intentos de genocidio por los ejércitos blancos, pero también por fuerzas locales alimentadas por estos. Por ejemplo, si a alguien le quedaba dudas sobre lo poco que se podía hacer con el nacionalismo pan-túrquico, le desaparecieron tras escuchar la declaración de Enver Pachá.

La mujer trabajadora, la emancipación de la mujer y «los pueblos de Oriente»

Najiye Hanum (Naciye Hanīm) interviene en el Congreso de los Pueblos de Oriente. Bakú, septiembre de 1920.

Más descorazonador aún para la perspectiva bolchevique fue encontrarse con los movimientos de las regiones musulmanas centroasiáticas.

Desde el primer momento las interrupciones para rezos, el contenido de los discursos y las continuas trifulcas callejeras en Bakú dejaron claro que lo que movilizaba a aquellos grupos, que llevaron a la mayoría de los casi 2.000 delegados presentes, no era el programa revolucionario de una burguesía casi inexistente... sino una reacción clerical, feudalizante cuando no tribal, ante las relaciones capitalistas con las que el imperialismo les había puesto en contacto.

Es decir, eran, como luego serían el primer nacionalismo palestino y los Hermanos Musulmanes, movimientos reaccionarios que expresaban los intereses de los cacicazgos precapitalistas, no las semillas de una revolución democrático-burguesa.

La cosa quedaba clara ya en la composición de las delegaciones: cargadas de imanes y casi exclusivamente masculinas, sólo 8 delegadas no bolcheviques eran mujeres. Y evidentemente, la decisión de la fracción comunista del congreso de imponer mujeres en todas las vicepresidencias no fue bien recibida.

Uno de los momentos clave de aquel congreso fue la intervención de Najiye Hanum (Naciye Hanīm, según la transcipción turca actual), una joven maestra y militante comunista turca que esbozó el programa que la Internacional proponía en la «cuestión femenina» a los movimientos de Oriente.

Hanum orientó su discurso a los potenciales movimientos democráticos -esto es, pequeñoburgueses- que los bolcheviques esperaban encontrar. Por eso empezó criticando una perspectiva feminista que incluso en Turquía había que buscar con lupa y que se limitaba -en el caso turco- a apoyar la «modernización de costumbres» sin tocar lo esencial de las relaciones sociales bajo la discriminación de la mujer.

Cartel de propaganda bolchevique en Uzbekistán.

El movimiento de mujeres que comienza en el Este debe ser visto no desde el punto de vista de las feministas, frívolas que se contentan con ver el lugar de la mujer en la vida social como el de una delicada planta o una elegante muñeca. Este movimiento debe ser visto como una consecuencia vital y necesaria del movimiento revolucionario que se desarrolla en todo el mundo.

Las mujeres de Oriente no luchan simplemente por el derecho a caminar en la calle sin usar el chador, como muchos suponen. Para las mujeres de Oriente, con sus altos ideales morales, la cuestión del chador, se puede decir, ocupa el último lugar en prioridad.

Najiye Hanum (Naciye Hanīm) en el Congreso de los Pueblos de Oriente. Bakú, septiembre de 1920.

El programa de cinco puntos que desgranó inmediatamente era de hecho el enarbolado por el Llenotdel (Женотдел), el departamento de mujeres del Secretariado del Comité Central del partido fundado el año anterior por Kollontai, Armand y Krupskaya.

  1. Igualdad total de derechos.
  2. Garantizar a las mujeres el acceso incondicional a las instituciones educativas y de formación profesional establecidas para los hombres.
  3. Igualdad de derechos de ambas partes en el matrimonio. Abolición incondicional de la poligamia.
  4. Admisión incondicional de mujeres al empleo en instituciones legislativas y administrativas.
  5. Establecimiento de comités para los derechos y la protección de la mujer en todas partes, en ciudades, pueblos y aldeas.

Es claramente un resumen de tareas básicas de la revolución democrático-burguesa respecto a las mujeres, pero en Bakú sólo los grupos comunistas lo abrazaron como propio. No podía ser de otra manera.

Las «esclavizadas entre las esclavizadas, oprimidas entre las oprimidas», cabeza de la Revolución en el Oriente precapitalista

Cartel educativo sobre el aborto (1919)

«¡Ahora yo también soy libre!» dice la bandera que lleva una joven en este poster de 1921. La joven se une a un club de jóvenes revolucionarios tras abandonar a la familia, liberarse del imán y del velo, que queda rasgado en el suelo.

Menos de un año después la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas que siguió al Tercer congreso de la Internacional, dedicó largos debates a «las mujeres de Oriente». En un territorio inmenso sin prácticamente proletariado, dotar a las «esclavizadas entre las esclavizadas, oprimidas entre las oprimidas» (Lenin) de herramientas para su propia emancipación bajo la protección de los soviets locales era una estrategia fundamental para desarraigar las relaciones sociales feudales y precapitalistas. La resolución final de la Conferencia instó al Partido y a los soviets a:

Librar una lucha contra todos los prejuicios, costumbres morales y religiosas que oprimen a las mujeres, dirigiendo esta agitación igualmente a los varones

La herramienta fundamental para esta estrategia serían los «clubs de jóvenes» y, donde hubiera talleres o actividad industrial, los de «mujeres trabajadoras». Estos organismos se dedicaron, donde pudieron levantarse, a crear las bases para la incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo. Organizaron guarderías cooperativas, campañas de alfabetización y cursos de formación profesional.

Kollontai, Shlyapnikov y Lenin vieron claro que mantener una agitación permanente en este sentido era fundamental para mantener la inicitativa política en manos de los trabajadores... y no sólo en Asia.

El Código de Familia de 1918 había reconocido a las mujeres derechos iguales a los de los varones, otorgó a los hijos «naturales» los mismos derechos legales que a los de padres casados, secularizó el matrimonio y permitió que una pareja tomara el nombre del esposo o de la esposa una vez casada. Algo que los mismísimos Trotski y Natalia hicieron, por eso sus hijos llevarían el apellido Sedov.

El divorcio se volvió fácil de obtener, el aborto se legalizó en 1920 y por iniciativa de los grupos de fábrica y los soviets barriales se construyeron todo tipo de instalaciones comunales para el cuidado de los niños y las tareas domésticas con el objetivo de liberar a las mujeres de las tareas domésticas.

Pero desde muy pronto, todos estos cambios y la moral que implicaban, chocaron contra los elementos de la burocracia naciente. Stalin, primero desde la secretaría general y luego desde el comisariado para las nacionalidades, saboteó por ejemplo la «Conferencia de Mujeres de Oriente» una y otra vez. Cuando se le preguntó por qué arguyó que «molestaría a los maridos» alienando a los campesinos de los soviets.

Pero todavía quedaban unos años para que la burocracia se hiciera con el poder total de los soviets y el partido. Mientras tanto, los soviets centroasiáticos, bajo dirección de los pocos bolcheviques locales, en su mayoría campesinos y artesanos educados políticamente en el Ejército Rojo durante la guerra, prohibieron y casi eliminaron completamente la poligamia, el matrimonio concertado y el confinamiento doméstico de las mujeres a pesar de las fuertes resistencias de las capas «ilustradas» musulmanas.

Mientras las estructuras soviéticas imponían el cumplimiento del Código de Familia de 1918, república a república la edad mínima para el matrimonio de las mujeres se elevó legalmente de los nueve a los dieciseis años, se eliminaron las dotes y se estableció, con la ayuda de los clubes, la primera red médica básica de atención y consejo sobre sexualidad y salud reproductiva.

La ofensiva general, dirigida por el Llenotdel, ganó a miles de mujeres para el apoyo al poder soviético aunque propiciara más de una algarada y levantamiento reaccionario. El éxito fue indudable. Cuando en 1925, el estado soviético afirmó con valor legal los «derechos de las mujeres del Este soviético», consagraba una situación que estaba conquistándose ya ciudad a ciudad y pueblo a pueblo en el inmenso Este.

Sería una lucha abierta hasta el final. El 8 de marzo del 27 en Tashkent el Llenatdel dio su última gran batalla: conseguir la prohibición del hujum (el velo de cuerpo completo) en el espacio público.

La contrarrevolución stalinista, las mujeres trabajadoras y el ala femenina de la burocracia

El stalinismo creo una nueva capa femenina burguesa dentro de la burocracia.

Pero para entonces el stalinismo y los intereses que representaban se apuraban ya a tomar el poder político. Con la contrarrevolución en marcha, la reacción burocrática se lanzó sobre las mujeres trabajadoras para reinstaurar el viejo modelo familiar que tan útil resultaba para el encuadramiento de los trabajadores.

El Llenotdel se cerró en 1930 bajo la excusa de que dado que, como se estaba ya construyendo el socialismo en un solo país, era obvio que la fase burguesa de la revolución estaba ya concluida y por tanto, por definición (¿?), la emancipación e igualdad de la mujer trabajadora era un hecho. Casi inmediatamente, el retroceso sexual abierto por la contrarrevolución se tradujo en la derogación de buena parte del Código de Familia de 1918: se prohibió el aborto, se hizo extremadamente difícil obtener el divorcio y se derogó la ley sobre los derechos de los hijos «ilegítimos».

Eso no quiere decir, ni mucho menos, que las mujeres como un todo perdieran el poder. Nunca es así en una sociedad de clases. La nueva clase burguesa dirigente, la burocracia, tuvo desde el primer momento su rama femenina, incubada en las organizaciones de mujeres y representada en los órganos estatales, los soviets stalinistas (que como consagró la Constitución de 1937 solo eran soviets en el nombre) y, en menor medida (alrededor del 8%) en los órganos de dirección del PCUS.

(Continuará)