Modern Love
«Modern Love» es la columna cultural más leída, tanto en inglés como en español, del New York Times. También es uno de los podcast más escuchados del periódico y desde 2019 una serie en Prime con repartos de lujo que este agosto estrenará su segunda temporada. Bajo la forma de «relatos de vida» y con una exquisita edición de los textos, los 17 años de «Modern Love» no son solo material televisivo, sino una verdadera prospección de la evolución de la moral y la cultura burguesa estadounidense, sus vacíos y sus secuelas.
Los vacíos y los deslizamientos de Modern Love
No nos equivoquemos, «Modern Love» es a «This American Life» lo que una comedia romántica a un curso de etnografía, pero no se puede decir tampoco que en estos años haya esquivado los temas importantes. Las historias han reflejado, entre otras cosas, el ascenso global de las cifras de suicidios o, en la última entrega del podcast, sin ir más lejos, la brutal indefensión en la que la persecución legal deja a los sin papeles en EEUU.
Los distintos cuentos han ido avanzando en un relato de época coral, a veces dubitativamente, como un funambulista entre la trituradora y la ñoñez. El resultado son episodios con un fondo de acritud amenazante y una bruma de soledad permanente. Y muchos vacíos, muchas cosas no contadas, que se dan por hechas y que sin embargo son el centro de lo que nos están contando.
Vacíos. La chica con una pierna protésica que se queja de que las parejas que encuentra en Tinder deciden contactar tras ver las fotos con su cara pero que nunca se fijan en las que cuelga en el perfil en las que puede verse su prótesis.
Vacíos. La chica que tras 12 años de rollos de verano con el mismo chico, a los que no da importancia porque quiere una pareja a la altura de sus expectativas de ascenso social, decide darle una oportunidad. Reconsidera, pero aprende: quedar en el paro sin carrera por delante -y no su experiencia emocional- es lo que le lleva a dar una oportunidad al amante al que siente socialmente inferior.
Vacíos. La chica que realmente se harta de su pareja cuando queda cojo y pasa a depender de ella para moverse por la ciudad. La protagonista eleva la tensión hasta que alquilan un apartamento en un edificio tipo Melrose Place en el que una gran cocina compartida sirve para que se encuentren con otra gente y haya quien se ofrezca a ayudar. Comuna, llama a ese escaso compartir y se maravilla de sí misma.
Primera pista: estas tres narradoras, arquetípicas del discurso de Modern Love, relatan esperando un aplauso, un reconocimiento, al final. No son ni mucho menos las únicas.
Otros vacíos. ¿Dónde está la familia de la chica bipolar interpretada por Anne Hathaway durante sus crisis? No está. Sencillamente, no está. La familia en la mayor parte de los relatos es una referencia de infancia y adolescencia. No es comunidad ni sirve de apoyo. Cuando dicen familia se refieren a tener hijos, no a tener padres, hermanos, primos y parientes -consanguineos o no- formando una red de seguridad material y emocional.
El cierre de esta última historia -tercer episodio en la primera temporada de la serie de Prime- es toda una confesión también. ¿El personaje necesitaba una pareja o necesitaba un amigo? Ese deslizamiento sobrevuela prácticamente la mitad de los episodios a lo largo de estos 17 años de Modern Love. Leyendo alguno de los más significativos de este último año es inevitable preguntarse si es una serie sobre el amor y la amistad o en realidad trata sobre la ausencia de relaciones comunitarias y la incapacidad para interiorizar y desarrollar compromisos no mercantilizados.
El verdadero de drama de Modern Love
En una primera lectura, el verdadero protagonista de Modern Love parece ser la soledad. En la serie de TV las puestas en escena y los juegos de luces lo subrayan. Pero en realidad, en conjunto, el universo Modern Love es un mural coral de las contradicciones y cegueras selectivas del individualismo. Como esas fotos en las que al hacer zoom descubrimos que los píxeles son en realidad primeros planos de personas de todo tipo.
El gran vacío, el individuo aislado, es el punto de partida de Modern Love. Normalmente percibe que su problema es la pareja. Puede que busque una nueva -y si la consigue la presentará como un triunfo/hallazgo- o puede que quiera que su pareja responda a las expectativas originales frustradas o desgastadas con el tiempo. Tras leer una docena de historias queda claro cual es esa expectativa: la pareja y eventualmente los hijos que se tengan con ella, han de aportar pertenencia y sentido.
Pero el individualismo impide toda pertenencia real. Los protagonistas de los relatos miden la pertenencia en una contabilidad perversa donde lo que aportan tiene signo negativo. Es al revés, en cualquier comunidad humana la pertenencia aparece y se hace satisfactoria porque permite aportar a objetivos comunes previamente existentes. Aportar a eso que ni siquiera hace falta explicar porque es un objetivo compartido es lo que crea sensación de sentido, de ir hacia algún lado en esa relación de varios.
Ni un cuentito de Modern Love sin su anticlimax. La frustración y con ella la amenaza de la soledad, aparecen en cada relato. La gracia de la serie está en lo que el narrador hace entonces. Al más puro estilo TED talk, cuando acabe, en el 80% de las historias, el tono final estará pidiendo desesperadamente un aplauso, un reconocimiento. Mal síntoma, el reconocimiento se pide precisamente cuando uno se siente frustrado al aportar. Si siente que ha aportado a los demás en algo compartido por todos obtiene satisfacción, no angustia por ser reconocido.
Y esa es la clave. El cambio, el famoso e inevitable «crecimiento personal» del relator de una historia de Modern Love rarísima vez toca lo esencial.
Cuando lo hace, como en el episodio 4 de la primera temporada de la serie de TV, basada en una historia publicada en 2013, aparece como resultado de una cesión y de un «pedir perdón» que precede a aceptar una cierta pérdida, un cierto déficit individual a favor de la relación interpersonal. La perversa contabilidad emocional que era el problema de partida sigue ahí: lo que recibes puntúa en positivo, lo que aportas en negativo. Y el desolador mensaje individualista se refuerza: las relaciones humanas se construyen sobre sacrificios en algo que, en el fondo, es un intercambio mercantil con explotados y plusvalías (generalmente simbólicas pero no siempre).
Modern Love y la moral capitalista
Desde sus orígenes el capitalismo ha sabido detectar en lo comunitario un foco de resistencia: solo pudo implantarse tras arrasar las comunidades agrarias basadas en el comunal y proletarizar a los hasta entonces campesinos pobres como jornaleros y obreros fabriles.
Pronto descubrió en los lazos de solidaridad que surgían en las huelgas y las luchas de los trabajadores una barrera formidable. Lo comunitario en los trabajadores iba más allá de la familia extendida campesina. Alimentaba y se reproducía en un verdadero tejido organizativo de clase que a través de mil instituciones, colectividades y agrupamientos puso la base de esa democracia obrera que fue la verdadera fuerza de la II Internacional y que la III Internacional luchó por convertir en fundamental del movimiento revolucionario global.
No solo es que la moral capitalista, sustentada sobre la religión de la mercancía, dependa de la afirmación del individuo como un ser atomizado y enfrentado a lo social y lo colectivo. Es que toda expresión de moral comunitaria entre los trabajadores no podía sino ser vista con suspicacia y al final, atacada ideológicamente con todas las fuerzas de la industria de la opinión.
Pero Modern Love no es ya eso siquiera. Es la muestra de sus resultados en una ciudad y un entorno social donde hace ya mucho que el mensaje hegemónico, el de la moral individualista de la burguesía y sus afectos contables, es prácticamente el único que se articula en voz alta.
Por eso es también la historia de un naufragio permanente, de una frustración vital que se ha hecho cansina y omnipresente, de una soledad que se presupone y de una solución, la mitología del amor romántico como unión de seres únicos y aislados contra el mundo, en la que se comulga pero no se cree.
Modern Love lleva ya más de 850 entregas, 850 formas de contar el mismo universo. A veces lo hace de manera emocionante, otras informativa, nunca satisfactoria. 850 formas de las misma inquietud insatisfecha sin dar un solo paso hacia delante. No, el problema no está en los colaboradores de Modern Love. El estancamiento está en otro lado. Una sociedad estancada para el ser humano no puede destilar más que una moral encenagante.