Moción de censura
La semana en España se cierra con la condena del PP en el juicio a la Gürtel y el PSOE presentando una moción de censura. El PSOE de Sánchez es, a día de hoy, el cuarto partido en intención de voto y junto con el PP la víctima de la renovación del aparato político que la burguesía española tiene a la cabeza de su agenda. Es pues, su última oportunidad. Su objetivo: formar un gobierno en solitario, resolver «a su manera» la cuestión catalana y recuperar la fuerza perdida frente a «Ciudadanos»... y especialmente frente a «Podemos». Sin embargo, la dificultad de la suma de escaños necesaria para que prospere no viene esta vez del tira y afloja con el bloque de Iglesias y Montero, que ha dado inmediatamente su apoyo incondicional, sino de la dependencia de los votos de nacionalistas vascos e independentistas catalanes.
¿Gol robado o cambio de estrategia?
La «extraña coalición» de PSOE, Podemos e independentistas podría salir adelante: el PNV apoyó los presupuestos de Rajoy aduciendo que era la única forma de evitar un inminente gobierno neocentralista de «Ciudadanos», temiendo que unas elecciones anticipadas pusieran en peligro «el cupo» pactado con el PP al tiempo que introducía el derecho de autodeterminación en el boceto de nuevo estatuto vasco; ERC no tiene dudas y el PDCat se suma viendo una ventana para reducir la erosión de la batalla de la Generalitat contra el estado y de paso descarrilar los intentos de Puigdemont para asaltar la dirección del partido desde el exterior.
«Ciudadanos», consciente de que la renovación del aparato político español es instrumental al disciplinamiento de la pequeña burguesía regionalista, no ha tardado en declarar que la foto del PSOE con los independentistas les dará el triunfo electoral en las siguientes elecciones. Lleva razón en una cosa: es verdad que la «operación Rivera» era el camino lineal para el plan que la burguesía española se había trazado: renovar el aparato político a derecha... e izquierda; solventar la «cuestión catalana» antes de que una nueva crisis cambie la correlación de fuerzas que, de momento les favorece; cortar las alas de la pequeña burguesía regional recentralizando competencias territoriales y modificando el sistema electoral y, con todo ya atado, enfrentar una nueva oleada de «reformas estructurales», es decir, de ataques cada vez más directos a una clase trabajadora asfixiada financieramente y cada vez más depauperada. Para la burguesía española el presupuesto recién aprobado ha sido toda una concesión a su propia debilidad y quiere volver cuanto antes a acelerar la precarización y la bajada de salarios reales.
Sin embargo, también es verdad que el camino que representa C's, la exacerbación del nacionalismo español, ha tocado techo... y es un techo demasiado bajo como para que sea indiscutible para el poder. Por otro lado, aunque el independentismo se mantenga intacto en los sondeos electorales sigue sin poder encuadrar a los trabajadores y a día de hoy se empieza a desinflar su capacidad de movilización en las zonas rurales. Buena parte del independentismo, con ERC a la cabeza, empieza a dudar de la viabilidad de una estrategia de mera resistencia en espera de que la crisis económica que viene debilite decisivamente al estado y la burguesía española.
Es decir, en este momento podría haber una ventana para una negociación que, manteniendo en lo fundamental la actual estructura de poder territorial, incrementando quizás competencias lingüísticas -y por tanto la opresión cultural a las mayorías hispanoparlantes- y rediseñando los sistemas de financiación a costa del gobierno central, permitiría reclamar victoria a todos los partícipes de la «extraña coalición» afirmando una nueva «unidad constitucional de España» sobre el cadáver del PP y el orillamiento de Ciudadanos. La opción Sánchez representaría una suerte de pacto temporal entre la burguesía española y la pequeña burguesía catalana (y vasco-navarra) en el que ambas partes optarían por un acuerdo con tal de «no empeorar» y poder aprovechar los últimos meses antes de una nueva crisis. Podrían emprender así, cuanto antes, la ofensiva contra las condiciones del trabajo, una nueva oleada de «reformas estructurales» centrada en los contratos laborales, las pensiones y los servicios públicos. Dicho de otro modo, Sánchez tendría una oportunidad real si la necesidad recentralizadora de la burguesía y el ansia centrífuga de la pequeña burguesía independentista reconocieran un agotamiento y erosión mutuas casi irresolubles.
A pesar de todo, este camino no parece convencer a sectores centrales de la burguesía española a los que el órdago de último recurso de Sánchez ha cogido con el pie cambiado. A la burguesía española no solo no le gusta la idea de renunciar a una victoria clara sobre la pequeña burguesía periférica, teme debilitarse aun más en Europa y América en un momento en el que el eje franco-alemán la necesita y puede ponerse en valor. Su apuesta es la convocatoria «cuanto antes», de elecciones, desalojar a Rajoy y seguir con el plan previsto. El editorial de «El País» lo expresa con voz de oráculo decimonónico en el plural mayestático de los comunicados de la clase dirigente española:
No apreciamos en la actual composición del Parlamento ninguna combinación estable y coherente que ofrezca la alternativa de Gobierno que se precisa cuanto antes. Es un momento de emergencia nacional que no se puede resolver con meras componendas partidistas. Es el bien supremo de la gobernabilidad del país, claramente amenazado en este momento, el que hay que preservar por encima de todo. Por lo tanto, cualquier acuerdo ha de pasar por unas elecciones anticipadas que pongan fin a una legislatura que, en la actual situación, sería agónica, toda vez que Ciudadanos ha retirado su apoyo al Ejecutivo. (...)
Llegados a este momento, lo menos lesivo para la estabilidad política y económica es forzar un adelanto electoral lo antes posible. Es prematuro pronunciarse sobre el mejor instrumento para alcanzar ese fin, pero lo que es seguro es que las principales fuerzas políticas deberían ser capaces de llegar a un acuerdo sobre ello. La atomización parlamentaria y la concurrencia de partidos que han apostado por la independencia unilateral a costa de vulnerar las leyes son elementos que dificultan la toma de decisiones. Hacer concesiones a los secesionistas es cruzar una línea roja. Pero es necesario pensar en una mayoría capaz de obligar a Rajoy a consultar a los ciudadanos. La Bolsa y la prima de riesgo ya han alertado hoy mismo sobre el peligro de mantener la incertidumbre política.
¿Doblará Sánchez la mano de la burguesía española?
Sánchez necesita elevarse para librarse del cerco mudo de las fuerzas contrarias en su partido, pero no va a enfrentarse directamente a lo que le indican desde el poder económico. Es un aventurero político, pero no un suicida. Como buen aventurero, lleva meses tejiendo complicidades y apoyos en el seno de las clases dominantes en espera de su oportunidad. Su objetivo es construir un poder personal sobre el agotamiento de las dos principales fuerzas en conflicto en este momento: la burguesía que quiere centralizar la administración del estado y la pequeña burguesía en su espiral centrífuga. Su objetivo principal es llegar a la presidencia y arañar todo el tiempo que pueda allí.
Por eso mandó a Abalos, su mano derecha, a la palestra para garantizar a todos que no pactará con los independentistas y ofrecer a C's elecciones si apoya la moción de censura. A las pocas horas, envía a Carmen Calvo a «aclarar dudas»: el «plazo razonable» en el que convocará elecciones se ha estirado ya a «unos meses». La excusa es a medias formal -no existen «mociones instrumentales»- y a medias de contenido: la supuesta y urgentísima «agenda social» del PSOE. Sánchez está pidiendo a la burguesía española un «minuto de poder» para remozar la imagen del PSOE. Les vende que así podrá pasar a la nueva etapa como eje central de la reinvención de la izquierda y no a la zaga de un Podemos que no acaba ni de romperse ni de ser confiable como partido de gobierno para la mayor parte de la burguesía española.
En realidad, Sánchez está jugando a ser un pequeño Bonaparte, aprovechando oportunidades rocambolescas, haciendo equilibrios entre fuerzas antagónicas y usando el poder para generar una ilusión reformista atada a su propia persona. Es un juego de márgenes estrechos, velocidades vertiginosas y malabares que fracasará ante cualquier traspiés. La cuestión es si la burguesía española está a estás alturas tan paralizada como para dejarse llevar o si le pondrá algún palo en la rueda. El elemento decisivo bien podría ser la presión de los principales aliados internacionales de la burguesía española. En ese caso, seguramente Sánchez lamente pronto su desidia y Rivera su torpeza buscando valedores en el eje franco-alemán.