Merkel y la cercanía de la guerra
A mediados de abril, Angela Merkel visitó al grupo parlamentario de la CDU, su partido. Todos esperaban que pasara revista a los grandes temas políticos alemanes de esta legislatura. En cambio, Merkel, dio una lección de historia. Durante más de una hora y media habló a los diputados sobre la «paz de Augsburgo» que selló la paz entre Carlos I y los príncipes luteranos permitiendo cerrar las guerras de religión entre el emperador y la nobleza protestante que siguieron al aplastamiento de las guerras campesinas. Merkel ponderó los sesenta años de paz que siguieron al tratado solo para destacar la gravedad de su erosión y ruptura final con la «guerra de los 30 años» y cómo ésta había arrasado y dejado a Alemania al margen de la historia europea durante un siglo.
Merkel está comparando los estertores de la feudalidad con los del capitalismo. La serie tiene un cierto paralelismo, es cierto: revolución de la clase explotada, seguida de una contrarrevolución sangrienta y finalmente de una guerra desoladora entre dos partes de la clase dominante, una de las cuales había usado elementos y estéticas de la ideología de los explotados como bandera distintiva y marchamo de «progresismo» frente a la otra facción. Finalmente una paz y una larga reconstrucción que se va agotando y tras sesenta años... comienza un nuevo y arrasador ciclo guerrero. Por si alguien no se daba cuenta de cuál era el tema del que en realidad estaba hablando, acabó su discurso diciendo que los próximos años «mostrarán si hemos aprendido de la Historia».
Hoy todos los periódicos alemanes comentan la nueva edición del «índice de paz global». El informe destaca que 23 de los 36 países europeos deterioraron sus perspectivas de paz durante el año pasado. Reduce la puntuación española significativamente tanto por el atentado de Barcelona como por el coqueteo con la guerra que latió bajo la convocatoria de «paro nacional» independentista del 3 de octubre.
Pero no es que haya que hacer un estudio profundísimo. Las noticias son cada día más preocupantes. Cada paso adelante en la guerra comercial la acerca más a una guerra «militar». El Mar de China, Medio Oriente y el Mediterráneo reúnen a los ejércitos de las potencias en una situación explosiva. Hoy mismo, mientras el Banco Mundial alerta de que la guerra comercial empuja hacia un nuevo «crash» como el de 2008, EEUU deja claro qué borrosa es la frontera entre guerra comercial y guerra militar amenazando con enviar buques de su armada al estrecho de Taiwan. Y en las fronteras mismas de Europa, el anuncio iraní de que enriquecerá más uranio para hacer bombas atómicas reordena y apresta las alianzas imperialistas para una guerra inmediata: Turquía obtiene Mambij y cierra su «cinturón de seguridad» en Siria y EEUU, tras asegurar las bases turcas y una retaguardia segura, actualiza y hormona el arsenal israelí. La presión militar turca puede concentrarse ya tranquilamente en Chipre -donde el último movimiento de Repsol con los griegos es considerado «casus belli» por Erdogan- y EEUU e Israel en preparar ataques directos sobre Irán y su industria nuclear.
Como si sintieran el susurro de la canciller, los periodistas de la televisión pública alemana colocan bajo su cobertura de la noticia una presentación de diapositivas de la guerra de los treinta años.
No, la perspectiva de una guerra que se aproxima no es la visión siniestra de una canciller en el último tramo de su carrera política. Aunque los medios nos distraigan con cotilleos partidarios y batallitas parlamentarias locales, la realidad del capitalismo es que la famosa «lógica de los mercados», la guerra comercial y la cercanía de un nuevo rebrote de la crisis, igual o peor que el de hace diez años, marcan la pauta y la evolución en cada país, desde Argentina a Etiopía, desde Suecia y sus planes de «defensa total» hasta Cuba y sus reformas. Por eso, aunque no sea evidente más que en las regiones más «calientes», todos los países son parte de la espiral que conduce a la generalización de la guerra. Todos los trabajadores tenemos un único interés común, enfrentar la guerra enfrentando lo que nos conduce a ella: la lógica de un capital que necesita precarizarnos y pauperizarnos para seguir creciendo. Algo que solo podemos hacer si no caemos en las trampas identitarias y nacionalistas y no olvidamos que no hay guerra distante porque «el enemigo está siempre en el propio país».