Merkel una dimisión a plazos
Primero fue una filtración: Merkel había comunicado a su partido que no se presentaría a la reelección para presidirlo. Habiendo Merkel defendido que el candidato a la cancillería y presidente del partido debían de ser siempre la misma persona, los rumores se multiplicaron a lo largo de la mañana. Finalmente hizo una declaración pública: dejará la presidencia del partido en diciembre, abriendo la batalla sucesoria, e intentará mantener la cancillería hasta 2021... si la «Gran coalición» no termina de colapsar antes.
El detonante final ha sido el resultado de las elecciones regionales, el pasado domingo en Hesse. Los partidos centrales de la «gran coalición» se desangraban en una nueva elección dejando en duda que puedan llegar culminar la legislatura en el gobierno federal: la CDU cayó 10,5 puntos porcentuales y lo que era peor, el SPD 11,2.
Cuando en marzo pasado Merkel fue elegida por cuarta vez canciller por el Bundestag, la principal tarea que tenía por delante el imperialismo alemán era disciplinar a los estados rebeldes de la UE y construir las bases de un bloque anti-EEUU acercándose a China y Rusia. En ese momento la misma Merkel ve ya el fantasma de la guerra dibujarse tras las batallas comerciales con EEUU y lo que la prensa alemana llamaría «la debacle» del bloque occidental, confirmada después en la cumbre de julio la OTAN, cuando EEUU atacó directamente intereses estratégicos alemanes.
Pero la gran coalición era la confesión de una derrota previa: la incapacidad de la burguesía alemana para renovar su aparato político de una manera creíble y capaz de encauzar la rebelión xenófoba en ascenso de la pequeña burguesía. Un gobierno de concentración sin un enemigo confeso equivalía a reforzar a la ultraderecha a costa de los socialdemócratas a cada traspiés del gobierno. Y no iban a faltar. La CSU, socio bávaro de la CDU merkeliana, había girado ya a la derecha a finales de 2017 eligiendo un presidente abiertamente xenófobo con el que esperaban frenar el ascenso de la AfD. Convertido en ministro de Interior, su órdago antimigratorio a Merkel acabaría convergiendo con la contestación cada vez más articulada dentro de Europa a los intereses del capital alemán, es decir, con Visegrado, la Italia de Salvini y la Austria de Kurtz. La «crisis» del Aquarius, se convirtió en el detonante de un verdadero desfonde del poder político alemán en Europa y su capacidad para afirmarse en alianza con Macron.
Las algaradas nacionalistas en Chemnitz transmitieron la impotencia del gobierno para contener no solo a una masa que ya no estaba formada por los cuatro skinheads de siempre, sino para alinear incluso a los servicios secretos. Cada nuevo traspiés dañaba a la CDU, viejo partido de orden, pero no podían sino rematar a un SPD que apuntaba ya como cuarta fuerza en muchas encuestas y que veía como su tradicional capacidad para encuadrar al proletariado alemán se desvanecía... a favor de la pequeña burguesía airada de la AfD y los neo-stalinistas, reconvertidos en xenófobos, de Sahra Wagenknecht. Pero ¿podía plantearse la burguesía alemana dejar caer al SPD parlamento regional a parlamento regional? Las elecciones bávaras dieron a muchos la ilusión de haber encontrado en los Verdes un recambio útil a la vez para encuadrar a una parte de la pequeña burguesía rebelde y generar un discurso imperialista diferenciado. Pero Merkel sabe que la capacidad de los Verdes para encuadrar a los trabajadores en caso de necesidad es limitada... muy limitada.
Tras los resultados de las elecciones bávaras, no faltaron voces en la burguesía alemana que se preguntaban si merecía la pena dejar al SPD hundirse, tal vez para siempre, manteniéndolo en el gobierno a toda costa. Tampoco es que les sobrara el tiempo, a fin de cuentas la Afd ha superado a los socialdemócratas en intención de voto en varias encuestas nacionales. Pero un gobierno sin el SPD es una quimera. Se abriría otra crisis política en un momento en el que las dudas sobre el futuro acucian al capital alemán y la revuelta de la pequeña burguesía va generando minorías de oposición de extrema derecha en cada parlamento regional. Merkel tenía que hacer una jugada capaz de salvar al SPD y a la «Gran coalición» al mismo tiempo. Ese ha sido el objetivo de esta «dimisión a plazos»: ganar tiempo en espera de que una renovación de los liderazgos internos de su propio partido y seguramente, un ensayo de «giro a la izquierda» del SPD, permitan recuperar terreno perdido.
La crisis política alemana, siendo central en la situación europea, no es en absoluto un fenómeno único. Como en España, un sector de la pequeña burguesía en revuelta ha llevado al colapso lo que la burguesía pretendía que fuera una renovación de su aparato político. Pero la pequeña burguesía tampoco tiene un lugar hacia donde ir que no sea la defensa del mismo capital nacional que antes la puso contra las cuerdas. Cuando la burguesía no tiene otro remedio y es capaz de conducir su empuje hacia el disciplinamiento social y la afirmación imperialista, tenemos fenómenos como el de Italia o Brasil. Cuando no, la pequeña burguesía solo puede mostrar su impotencia política, como vemos en Cataluña. Pero eso no quiere decir que la burguesía pueda imponerse sin más. Como vemos en España, y se apuntó en el conflicto entre Merkel y los servicios secretos alemanes, el estancamiento político acaba pasando factura en el mismo corazón del estado.
A día de hoy la burguesía alemana aun necesita a Merkel para evitar la multiplicación de estas tensiones. La necesitan para salvar sus repercusiones europeas en un momento crítico de la negociación con EEUU, a meses del Brexit, al borde de una nueva andanada de la crisis y con cada vez más enemigos dentro de la UE. Pero sobre todo temen verse sin gobierno durante demasiado tiempo y no ser capaz de contener expresiones masivas de descontento de los trabajadores ante un giro brusco en la situación económica. Por eso van a intentar mantener a toda costa el horizonte de 2021 para la «Gran coalición». Saben que el futuro de Alemania y de Europa está hoy más abierto que nunca.