Meloni, Tolkien y el postfascismo

Mañana domingo se celebrarán elecciones en Italia. Meloni y sus Fratelli d'Italia son los favoritos en los sondeos. La prensa internacional indaga ahora su biografía para entender qué es el postfascismo... y no puede errar más.
New York Times destaca que «solía disfrazarse de hobbit», Der Spiegel lo repite y remarca, acercándose un poco más, que «los mundos de fantasía de Meloni tratan sobre imperios condenados, sobre la eterna lucha entre el bien y el mal». Pero la relación entre el postfascismo y los hobbits es más profunda y nos permite reflexionar sobre cosas más importantes.
¿De dónde sale el partido de Meloni?
Acto del MSI, reorganización del partido mussoliniano y los supervivientes de la «República de Saló», en 1946
Meloni es el último avatar orgánico del viejo partido fascista de Mussolini. Tras la guerra, los supervivientes de la República de Saló se reorganizaron en el Movimiento Social Italiano, un partido parlamentario que fue también el mayor partido nostálgico-fascista de Europa.
En los 90, la crisis y colapso del aparato político italiano (Tangentopoli) -que no afectó a un MSI fuera de los gobiernos- coincidirá con la disolución del PCI stalinista y la desaparición biológica de la generación de Saló. Bajo la dirección del moderado Franco Fini, el partido se convertiría en Alianza Nacional, abandonando simbología y discurso fascista y conviertiéndose en la tercera pata de la coalición berlusconista Polo de la Libertad junto con la Lega Nord y Forza Italia. En una de las reorganizaciones del engendro, una joven Meloni, que habia sido la ministra más joven de la historia de Italia, transformará la Alianza en Fratelli d'Italia.
Pero el linaje no es del todo directo. La conversión del MSI en Alianza Nacional sólo se produjo tras el fracaso electoral de la corriente dura del MSI que quería enfatizar el mensaje del clásico revolucionarismo fascista. Es de los arrabales de esa corriente -la de Rauti- de la que provienen Meloni... y el amor por los hobbits.
Remarcando esta continuidad, supuestamente rota por Fini, el partido recuperó el símbolo del MSI, la llama tricolor de la eterna lealtad al Duce. Y con él el viejo discurso fascista que, invisibilizando la contradicción entre capitalismo y Humanidad, deriva todo conflicto a la confrontación entre nación (=capital nacional) y capital financiero internacional. Meloni lo explicó y afirmó tal cual en Marbella en las últimas elecciones andaluzas.
¿Qué pintan los hobbits en todo ésto?
Campamento Hobbit organizado por las juventudes del MSI en 1977
A mediados de los 70, una parte significativa de las juventudes del MSI y en especial de sus estudiantes superiores, empieza a sentirse más cerca de las consignas y formas de acción de grupos anarquistas como los Indios metropolitanos que de las viejas consignas y lenguaje de los contemporáneos de Mussolini que aún movían los hilos del MSI. Allá por 1977 hasta El País mostraba cierta fascinación por cómo las acciones violentas de estos anarquistas universitarios pusieron temporalmente en jaque la alianza DC-PCI.
Y no eran sólo los Indios metropolitanos. Pocas veces los sectores de la pequeña burguesía airada han mostrado tal grado de especularidad como en aquellos años: desde los grupos terroristas autonomistas a las revistas culturales anarquistas con vuelos beatnik, pasando por los mil fanzines y técnicas de inspiración situacionista, tuvieron su correlato neofascista en los arrabales juveniles del MSI.
Ese querer ser como la izquierda autonomista y anarco-universitaria tenía que ver con la necesidad de romper con las consignas y la estética de los viejos fascistas mussolinianos, para volver a ser vanguardia cultural, al estilo de futuristas o montessorianos en los años fundacionales del fascismo, en los que el anarquismo y el sindicalismo habían, por cierto, nutrido y no sólo inspirado a las filas fascistas.
Se unían en los dirigentes juveniles de esta tendencia las lecturas gramscianas sobre la hegemonía con el último mandato de Evola: «cabalgar el tigre», es decir integrarse en las grandes corrientes de época sacrificando el racionalismo de un Gentile -el ministro de Mussolini creador de la Obra Montessori- aferrándose a la vocación mística y paganizante para mantener la continuidad. Resumiendo, se trataba de «recodificar el lenguaje de la izquierda hippie con la filosofía tradicionalista de Evola».
Y en eso, la adopción como guía de la traducción al italiano de «El señor de los anillos», que había aparecido por primera vez en 1970, supuso un verdadero maná para la última generación misina.
Por primera vez, descubríamos un autor que nada había tenido que ver con los textos sagrados del fascismo, que no escribió ensayos políticos, que no propuso reinterpretaciones históricas, sino que era un narrador puro. Nos permitió por primera vez escucharnos a nosotros mismos como parte de la contemporaneidad y salir de la diversidad a la que habíamos sido relegados por nuestra filiación política.
Desde entoces ya no nos sentimos diferentes nunca más. Cuando Tolkien escribe «Las raíces profundas no queman», para nosotros el significado era evidente: redescubrimos la posibilidad de pensar un universo existencial como alternativa a de las mitologías que miraban hacia el pasado en nuestro espacio político.
Campamentos Hobbit, esa fiesta tan esperada entrevista a Umberto Croppi
Pero si Tolkien podía darle sustancia estética y mítica a lo neo en neofascista, el siguiente paso, inevitablemente era crear un verdadero sentimiento de pertenencia comunitaria, de existencia como realidad colectiva. Eso fueron los famosos Campamentos Hobbit.
Era una segunda familia, todos se ocupaban de todos y no se cerraba la puerta a nadie. Muchos venían de situaciones familiares particulares, difíciles. Buscaban una referencia política, sentir que pertenecían a algo.
En este sentido los Campamentos Hobbit, que se realizaron entre 1977 y 1981, fueron todo un éxito. Especialmente tras su recuperación en los noventa. Sirvieron para crear lazos fuertes, especialmente entre los menores, para los que supuso una verdadera experiencia iniciatica. Una jovencísima Meloni formaría en su segunda temporada, allá por 1993, un grupo de lealtades y afectos que es el que se prepara ahora para formar gobierno. Por eso se les considera el renacimiento del fascismo italiano.
No sólo Meloni. Casa Pound también se considera un vástago de aquello.
Consciente de la necesidad de grandes ceremoniales festivos, unos años después de su primera participación como campista hobbit Meloni, ya al mando de las juventudes neofascistas, transformó el modelo convirtiendo los campamentos en festivales Atreju, más parecidos en realidad a la antigua fiesta de l'Unità, el que fue periódico del PCI stalinista.
Sí, el nombre es una referencia a la «Historia interminable» de Michel Ende. Otra obra de fantasía que fue superventas y que ya en su momento fue vista por la extrema derecha cultureta como una oportunidad. «Era el símbolo de un niño en batalla contra el nihilismo, contra la Nada que avanza», aseguró Meloni en 2019.
Pero ¿es el Señor de los anillos una obra fascista?
La bandera con la cruz celta, una novedad de los campamentos hobbit a medio camino entre la reivindicación nazi y el la mitología pulp
La obra de Tolkien es una fantasía anti-moderna en la que un fascista evoliano puede verse reflejado sin problemas. Tolkien de hecho es explícitamente anti-moderno y siempre afirmó la idea de la máquina como elemento corruptor, un clásico de la literatura y la mitología fascista.
Por otro lado, hasta sus propios defensores reconocen lo que eufemísticamente llaman una cosmovisión victoriana sobre las razas. El mundo de El señor de los anillos se construye sobre muchas capas de significados de las clases dominantes británicas a las que perteneció y dentro de las cuales se situaba como un conservador.
Para empezar, el mito de los hunos como símbolo de la barbarie acechante sobre Europa, constante en toda la propaganda de guerra británica. A esto habría que añadir seguir la tradición militar colonial británica en India y su caracterización y reclutamiento de las distintas etnias en función de sus supuestas virtudes militares.
Para rematar, Tolkien estaba muy influido por la eugenesia: las razas que se mezclan pierden cualidades, Aragorn está por encima de los demás humanos gracias a haber conservado la pureza racial, etc. etc.
Y sobre todo, es evidente en la saga del Señor de los Anillos, la identidad nación/raza que está en la raíz del nacionalismo romántico. Por eso la nueva serie de Prime ha abierto el estúpido debate sobre si puede haber elfos o hobbits negros, que no es sino una forma de discutir si puede haber auténticos nórdicos o verdaderos pequeños propietarios rurales ingleses negros.
Así que cuando Meloni, identifica las razas de El Señor de los Anillos con los países europeos no va nada desencaminada.
La Sra Meloni (...) aseguró que había aprendido de enanos, elfos y hobbits el «valor de la especificidad» con «cada uno indispensable por el hecho de ser particular». Ella extrapoló eso como una lección sobre la protección de las naciones soberanas y las identidades únicas de Europa.
Hobbits y la extrema derecha: cómo la fantasía inspira al nuevo líder en potencia de Italia, en New York Times
No hay que tener mucha imaginación para saber en quién estaba pensado Tolkien y en quién piensa ahora Meloni cuando se trata de los orcos. El mito del huno opera en ambos.
Se afirma definitivamente que los Orcos son corrupciones de la forma humana que se ve en Elfos y Hombres. Son (o eran) rechonchos, anchos, de nariz chata, de piel cetrina, con bocas anchas y ojos rasgados: de hecho, versiones degradadas y repulsivas de los tipos mongoles menos encantadores (para los europeos).
Tolkien, carta 210
¿Por qué el fascismo recurrió a la literatura de fantasía británica y no a la fantascienza italiana?
Fotograma de «Starcrash: Scontri stellari oltre la terza dimensione», de Luigi Cozzi, 1978.
Llegados hasta aquí resulta llamativo que los jóvenes neofascistas de finales de los 70 adoptaran a Tolkien y no a un autor italiano. A fin de cuentas parecería lo lógico en un movimiento ultranacionalista que se pretende continuidad del Resorgimento en el país de la fantascienza.
Sin embargo, empezaba entonces el ascenso, multiplicado hasta el ridículo en los noventa -y hasta hoy- de la influencia de la cultura anglófona en aquel país. No sólo el italiano se ha cuajado de expresiones en inglés perfectamente traducibles, hace años que un buen porcentaje de leyes -a menudo las de más impacto político- comenzaron a titularse en inglés.
El protagonismo de Tolkien en toda esta historia es una parte menor pero significativa del mismo movimiento cultural general, ligado a la desesperación del imperialismo italiano por encontrar mercados exteriores e internacionalizarse. Mientras el capital nacional francés o español tuvo hasta hace relativamente poco un área de influencia amplia y relativamente solvente que se traduce todavía en el peso de los distintos orígenes de los dividendos de sus multinacionales, el capital italiano depende en mucha mayor medida de su relación con EEUU y de marcos multilaterales que trabajan en inglés.
El éxito en los ochenta de Tolkien -o La historia interminable de Ende, escrita originalmente en alemán- son expresiones del peso que las industrias culturales de la competencia estaban tomando dentro del mercado italiano.
Falta de capitalización para jugar al mismo nivel que la competencia estadounidense, la respuesta de la industria cultural italiana fue cortoplacista y oportunista. A finales de los 70 y durante una década la fantascienza cinematográfica italiana se dedicó a hacer pastiches de serie B partir de los éxitos estadounidenses, mezclando sin sentido elementos de La guerra de las galaxias, Encuentros en la tercera fase o El planeta de los simios.
La industria literaria en cambio, seguirá comodamente instalada en grandes nombres como Sciascia o Calvino. Cuando en los ochenta encuentre una nueva puerta hacia gran el mercado masivo internacional con Eco y El nombre de la rosa, será ampliando los términos y el alcance de público de la cultura de la izquierda, con buenas dosis de divulgación histórica erudita. La segunda novela de Eco, de hecho, el Péndulo de Foucault, no olvidará, como más adelante y de modo explícito El cementerio de Praga, disparar buenos torpedos directos a la línea de flotación del viejo misticismo evoliano.
Cuando el mundo editorial italiano finalmente encuentre su propia versión del pulp para librerías, ya en los noventa, lo hará con autores como Camilleri cuyo comisario Montalbano es hasta en su propio nombre un homenaje a la intelectualidad stalinista oficial de los setenta o como Baricco, cuyo Seda (1996) marca literariamente el inicio de la dependencia del capital italiano de China.
Nada de fantasía, nada de mundos imaginarios made in Italy. El arrollador éxito ochentero de Ende y su Historia Interminable, sólo sirvió para recuperar una vez más las ventas de Tolkien y animar la publicación y traducción de sus obras más oscuras, como el Silmarilion (Mondadori).
Nadie en la industria apostó por crear un género de fantasía medievalizante explícitamente italiano. En una industria donde se apuesta por unos pocos autores cada año, abrir un nuevo frente en un terreno que se consideraba literatura juvenil significaba arriesgar demasiado capital sin contar con un mercado garantizado en en la propia Italia, ni espacios específicos en los medios que pudieran movilizar fácilmente compradores.
Aunque hubiera un interés creciente por el género, apostar por crear una marca global con autores italianos hubiera supuesto invertir más en el mercado internacional sin tener cubierta la apuesta con ventas suficientes en el mercado interno convenientemente aseguradas por los medios de comunicación.
El nuevo imaginario de aquella joven Meloni y sus amigos solo podía formarse a partir de materiales creados en inglés. La mística del Silmarilion ganó así la mano a la de Evola. Cosas del tigre imperialista.
¿Por qué el fascismo necesita de mística y relatos fantásticos?
Alegoría fascista
¿Por qué ofrece el fascismo, en primer lugar, una mística a sus tropas?
Primero, porque sus tropas carecen de homogeneidad. Las categorías sociales en donde las ha reclutado tienen reivindicaciones y aspiraciones particulares. La demagogia anticapitalista para todos los gustos que les sirve, va acompañada de fórmulas destinadas especialmente a los obreros, a los campesinos, etc.
Pero esta demagogia, a veces contradictoria, no puede ser el cemento que las una en un solo bloque. Esta es la función de la mística fascista, voluntariamente vaga, y en la cual, pese a sus divergencias de intereses o de ideas, todos pueden comulgar. Una mística gracias a la que, según las palabras de un nacionalsocialista, los numerosos individuos de una muchedumbre reunida se amalgaman en una unidad espiritual, en una unión sentimental
También, porque el fascismo prefiere suscitar la fe más que convencer razonando. Un partido sostenido por el gran capital y cuyo objetivo oculto es la defensa de los privilegios de los poderosos haría muy mal tratando de despertar la inteligencia de sus reclutas. O, al menos, cree más prudente apelar a su inteligencia cuando ya están completamente fascinados. A partir del momento en que el creyente tiene la fe, no es ya peligroso permitirle que maneje la verdad y la lógica. Si por casualidad abriera los ojos, bastaría emplear el argumento supremo: ¡es así porque el jefe lo ha dicho! (...)
Finalmente, el fascismo, al contrario que el socialismo, desprecia a las masas y no siente ningún escrúpulo en explotar sus debilidades. Mussolini, se vanagloriaba públicamente de que su experiencia con el pueblo le había servido de mucho; le había permitido conocer la psicología de las multitudes y dado una especie de sensibilidad táctil y visual de lo que quieren y pueden. Pero aparte de su experiencia personal, solía recitar las sentencias de la superficial Psychologie des Foules, de Gustave Le Bon:
Las masas son siempre femeninas (...). Son incapaces de tener otras opiniones que las que se les han impuesto (...). No se les puede guiar con reglas basadas en la igualdad teórica pura, sino buscando todo aquello que las impresione y seduzca (..). Las masas no conocen más que los sentimientos simples y extremados (...), sólo se impresionan con las imágenes.
Hitler se expresa de modo parecido:
En su gran mayoría, el pueblo se encuentra en una disposición y un estado de espíritu tan femeninos, que sus opiniones y sus actos se determinan más bien por las impresiones sensoriales que por la pura reflexión. La masa (...) es poco accesible a las ideas abstractas. Por el contrario, es fácil ganársela en el terreno de los sentimientos (...). El que quiera influir en las masas debe conocer la llave que abre a puerta de su corazón. En todos los tiempos, la fuerza que ha impulsado las más violentas revoluciones no ha sido una idea científica, sino un fanatismo dinámico y un histerismo auténtico que se apoderaban de la multitud.
Así pues, el fascismo se nos presenta, en primer lugar, antes incluso de intentar definirse, como una religión. (...)
El fascismo es una concepción religiosa, afirma Mussolini[77](http://marxismo.school/archivo/1936 Fascismo y gran capital#fn:79). Si el fascismo no fuese una fe, ¿cómo daría a sus fieles el valor y el estoicismo que demuestran?. No se puede realizar nada verdaderamente grande, sino en un estado de pasión amorosa, de misticismo religioso. En Milán, al inaugurarse una escuela de mística fascista [en la que coincidirían Evola y Amintore Fanfani], escribía un diario: El fascismo es una reacción de lo divino¡. Creo, dice el Credo del balilla, en nuestro Santo Padre el fascismo.
Creer es también el alfa y omega de la religión nacionalsocialista. Después de tomar el poder, Hitler decía así a sus tropas:
Vosotros habéis sido la guardia que desde mucho tiempo atrás me siguió con un corazón creyente. Vosotros fuisteis los primeros que creyeron en mí…No ha sido la inteligencia que todo lo analiza, la que ha sacado a Alemania del abismo en el que estaba, sino vuestra fe (...). ¿Por qué estamos aquí? ¿Por una orden de fuera? No, porque vuestro corazón lo ha ordenado; porque os lo ha dictado una voz de dentro, porque creéis en nuestro movimiento y en sus dirigentes. Sólo la fuerza del idealismo ha podido realizar esto (...). La razón os decía que no vinierais conmigo, pero la fe os ordenó seguirme.
Como todas las religiones, el fascismo exige de sus fieles el más absoluto desprecio por la materia. Incita al hombre a resignarse con la miseria, sustituyendo por alimentos espirituales los que van al estómago. El fascismo plagia a la Iglesia Católica: ¿De qué le servía (al hombre) haber encontrado (...) la abundancia material, pregunta el Papa Leon XIII, *si la escasez de alimentos espirituales pone en peligro la salvación de su alma?.
Mussolini escribe que el fascismo cree en la santidad y en el heroísmo, es decir, en aquellas acciones que no están dictadas por ningún motivo económico ni próximo ni lejano. También rechaza la idea de la felicidad económica que (...) transformaría a los hombres en animales que no piensan más que en una cosa: comer y engordar*.
Hitler repite lo mismo:
El hombre, que para vivir satisfecho no necesita más que comer y beber bien, no puede comprender jamás al que prefiere sacrificar su pan para saciar la sed de su alma y el hambre de su espíritu.
Fascismo y gran capital, Daniel Guerin, 1936
¿Qué nos dice todo esto de lo que viene con el gobierno Meloni?
Caracterización de los orcos en la adaptación cinematográfica de «El Señor de los Anillos»
No hace falta buscar nada en Tolkien para saber qué pretende la coalición de Meloni con Salvini y Berlusconi. Son bastante explícitos por sí mismos: viene una nueva reforma de pensiones a partir de la de Salvini del 18, leyes de excepción para los trabajadores migrantes y austeridad a dos manos para todos.
De hecho ni los analistas del gran capital italiano ni del alemán están en absoluto preocupados porque vaya a tensionar el déficit ni ir más allá de la retórica en el avispero UE. Meloni es demagogia fascista clásica contra el capital multinacional en los discursos pero inmovilismo práctico en todo lo que toque minimamente a las grandes inversiones y las empresas.
El sueño tolkeniano muestra su fondo real: la utopía reaccionaria de toda la vida de la pequeña burguesía. Si Tolkien nos relata una movilización general para que todo siga igual, para mantener un mundo de naciones raciales sin mezclas ni desarrollo; la pequeña burguesía sueña con congelar el tiempo de la acumulación en un estado estacionario y salvar así sus negocios y su posición.
Pero el capital no para, no puede parar de crecer. Y en ese crecimiento se encuentra cada vez más en contradicción con el desarrollo humano y con la vida humana misma. Meloni no dudará un instante: su objetivo primordial es salvar a la nación, es decir al capital nacional, intentando dar un cierto resguardo a su clase de origen y a sus intereses. Es decir, recrudecer la explotación del trabajo para mantener la acumulación, creando al mismo tiempo vías para que la pequeña burguesía pueda beneficiarse de la explotación acrecentada y sostenerse en una Tierra Media entre las dos clases definitorias de esta sociedad.
En ese cuadro de fantasías y delirios armonistas impuestos a palos, los trabajadores, los hunos, los orcos, somos la horda que amenaza su sueño imposible de estabilidad social; la raza envilecida por las máquinas y la mezcla de la que no se puede prescindir (sin renunciar a la explotación), pero a la que hay que llevar al matadero regularmente para ponerla en su lugar.
No hay mitología inocente. Pero tampoco hay mitología reaccionaria capaz de enfrentar a los trabajadores cuando toman consciencia de sus intereses y posibilidades últimas.