Marcha migrante
La fecha no estaba elegida al azar, el 12 de octubre, día de la «raza cósmica» de Vasconcelos, día de la «resistencia indígena» del castrismo y el nacionalismo indigenista desde los ochenta, está bien gravado en el cerebro de prácticamente todo el mundo de lengua española. El día antes el vicepresidente de EEUU, Mike Pence, había pedido en Washington a los presidentes de Honduras, El Salvador y Guatemala convencer a sus ciudadanos de no migrar.
En un marco simbólico tan denso, bastó una convocatoria informal para juntar centenar y medio de personas en San Pedro Sula. No era la primera vez, unos meses antes una caravana similar había acabado disolviéndose a su paso por México llevando junto a la frontera estadounidense «solo» a unos cientos de personas. El mero eco mediático, en el que se juntaba el despecho nacionalista con la desconfianza ante un movimiento de masas, convirtió el grupo inicial de la «Marcha de la esperanza» en un par de millares de personas. Tres días después una columna de más de 5000 personas entraba en Guatemala, 2000 de ellos volverían hacia Honduras tras los mensajes de México asegurando que no dejaría pasar a los indocumentados. Trump y Pence, mientras tanto, avivaban aun más el fuego con twits y amenazas de militarización de la frontera.
https://twitter.com/VP/status/1052222426795466752 | https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1052368431201341447 |
La expectación en la frontera, con la prensa internacional cubriendo la jornada paso a paso, mezcló los reflejos nacionalistas -himno y banderas hondureñas para arriba y para abajo- con las dinámicas de una masa que descubre sus capacidades colectivas y su fuerza cuando se dota de un objetivo.
¿Qué hay detrás de la marcha?
Ante la presión estadounidense, el presidente de Honduras, señaló a Bartolo Fuentes y rápidamente apuntó a la financiación venezolana. Fuentes es un viejo militante izquierdista que fue diputado con el presidente Zelaya. Detenido por las autoridades guatemaltecas fue devuelto a Honduras sin mayores efectos.
La caravana, haya tenido de detonante a un «padre Gapón» o no, nace como respuesta al fracaso absoluto del capitalismo centroamericano. La pauperización es masiva: 40,6% en El Salvador, 53,7% en Guatemala y 70% en Honduras. Pero lo que mueve a los grandes desplazamientos -hasta ahora, sobre todo internos y hacia México- es la lumpenización masiva y las maras, hijas de la guerra de los ochenta y la emigración «de vuelta» de EEUU que han multiplicado la violencia en terrorismo salvaje hasta hacer la cotidianidad invivible: El Salvador tiene 60 asesinatos por cada cien mil habitantes al año, Guatemala 26,1 y Honduras 48,8. Por eso son muchos en la marcha los que declaran querer quedarse en México, una «mejora» ya que «solo» tiene una tasa de muerte violenta del 26 por cien mil y en la pobreza al 43,6% de la población. Para dar dos referencias, la tasa española es de 0,63 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes y la argentina 3,4.
La columna, desde el primer momento, está formada por una masa interclasista de pequeña burguesía -mucho campesino harto de la extorsión, comerciantes arruinados, algún profesional- trabajadores en paro o con salarios que no llegan para salir de la pobreza, desclasados... Por eso el reflejo nacionalista parece dominante en las primeras etapas. Estamos ante el pueblo en una nueva versión: la pequeña burguesía guía a los trabajadores, pero no para construir la nación como en la mitología nacionalista, sino para huir de ella y de su colapso. ¿Pero hacia dónde huye? Hacia la promesa de un trabajo asalariado en el Norte desarrollado donde todos esperan fundirse en la masa de braceros pobres sin papeles. La marcha es proletarización en movimiento.
Por otro lado, al entrar en Guatemala se unieron centenares de personas más. Y no es impensable que pase lo mismo en su camino por México. A día de hoy, la columna ya no es nacional y el nacionalismo de partida divide fuerzas de manera evidente: frente a los antidisturbios de la policía federal no había nacionalidades que valieran. Emerge una solidaridad «de caravana» que se extiende a la población de Chiapas aun bajo simbologías reminiscentes del nacionalismo y la religión. Es imposible en este momento que supere ese estado y evolucione hacia una solidaridad y consciencia de clase porque todavía están en zonas campesinas basadas en sistemas comunales y en pequeña propiedad. La necesidad de una consciencia que supere las nacionalidades es cada vez más obvia y mientras, el hueco es llenado por la verborrea cristiana y el «panamericanismo» inútil del «todos somos americanos».
Un movimiento contradictorio
Esta marcha no es la primera ni siquiera en Centroamérica. En marzo-abril ya tuvimos otra que no cuajó: el «vía crucis migrante». Vendrán más y en todo el mundo. La propia lógica de la migración masiva expresa realidades contradictorias:
La debilidad de la clase trabajadora para afirmarse en un terreno propio en cada país, que es lo que lleva a la necesidad de migrar, contrasta con el carácter colectivo de la marcha, las muestras de capacidad organizativa espontánea y la solidaridad espontánea que surge en ellas.
La debilidad de la fantasía de que hay un «capitalismo mejor» donde es posible prosperar, contrasta con la pobreza y la violencia que encuentran a lo largo de todo el camino, incluida la previsible represión de los estados mexicano y estadounidense. Y sobre todo ha de contrastar con la solidaridad de clase de los trabajadores mexicanos y estadounidenses.
El nacionalismo es un veneno que prende con facilidad en un movimiento que representa más la proletarización que al proletariado, pero contrasta con el carácter internacional que tomaron pronto las movilizaciones y el lastre que representa para ellas el derroche de banderería divisiva.
El carácter fragmentario, atomizado de la caravana a lo largo de casi todo su trayecto contrasta con la fuerza que toma al concentrarse ante los obstáculos e imponerse a las fronteras a base de determinación. Hay un conato de organización clasista en las caravanas aunque muy débil, por eso las ONGs intentan cortar su desarrollo y sustituirlo por sus capacidades «técnicas».
¿Cómo marchar hacia el futuro?
La cuestión es que las reivindicaciones que motivan la marcha tienen un carácter universal: los migrantes quieren trabajar, obtener condiciones mínimas de vida y no ser asesinados como perros. Y se afirman colectivamente por encima de nacionalidades y en un terreno que por definición pone en cuestión a los estados nacionales como supuestos garantes de esas tres cosas. Sus objetivos son pues objetivos universales que, aunque muy confusamente en su autoconsciencia, expresan en el plano material, de la necesidad, una naturaleza y un proyecto universal tanto como el fracaso del estado de cosas actual.
No se trata solo de movilizar la solidaridad de los trabajadores en su recorrido ni de que sea evidente, que lo es, que dejar las marchas en manos de las ONGs cristianas es condenarlas a convertirse en otro «vía crucis» pedigüeño abocado la derrota más miserable. Se trata de si estas marchas pueden integrarse o incluso impulsar el movimiento de clase más allá de sus limitaciones actuales. Porque cómo se resuelvan sus contradicciones y qué consciencia se desarrolle a partir de ellas, depende sobre todo de la capacidad de la clase en su conjunto para hacerse presente en el movimiento. Y éso lo hace a través de su partido, incluso en la forma que éste tiene hoy de pequeñas organizaciones militantes.
Es decir, hay que estar presentes para ayudar a las marchas a salir de la celda de las ONGs, invitando a las columnas a dirigirse directamente a los trabajadores, armar asambleas en los polígonos industriales y los barrios, articular la solidaridad de clase y enfrentar directamente la propaganda chovinista. El objetivo al que han de evolucionar las marchas tiene que ser afirmar una lucha común al conjunto de los trabajadores e impulsarla adelante por aquello que de común tienen. Pero no basta con enunciarlo, no somos «evangelistas» ni «evangelización» es lo que necesita la clase, sino reivindicaciones concretas que expresen esa unidad: desde la reducción de jornada con subida lineal de los salarios a la libertad de movimientos por encima de las fronteras.