Macron y la «tercera vuelta»
Macron es reelegido presidente con un margen amplio. Pero no hay triunfo en su victoria. La espada de Damocles de una «tercera vuelta» no solo electoral sino sobre todo de luchas y huelgas, desluce el ceremonial republicano.
Victoria sin triunfo
El aparato de propaganda lo dio todo. Desde Le Monde, que llamaba en su editorial a votar a Macron para «evitar que el país se desmoronara», hasta el último boletín parroquial judío o musulmán que advirtió oportunamente de que «Le Pen podría prohibir el kosher y el halal», ni una sola pieza de la industria de la opinión quedó sin hacer su aporte a la movilización electoral.
El resultado, aparentemente, no fue malo para ellos: la abstención del 28,01%, la más alta en unas presidenciales en medio siglo, está sin embargo lejos de la desmovilización electoral masiva de las regionales del año pasado.
Y sin embargo, sólo los twits de dirigentes extranjeros mostraban alegría ayer. En Francia ni las coberturas mediáticas ni las celebraciones desbordaban anoche entusiasmo. Le Monde, de nuevo, hablaba de «una velada de victoria sin triunfo, marcada por el histórico marcador de la extrema derecha y el miedo a una tercera vuelta política y social».
La prensa anglófona, que observaba estas elecciones con cierta aprensión, ya había puesto el dedo en la llaga: el aparato político de la burguesía francesa está definitivamente roto. La revuelta pequeñoburguesa tiene la mayoría electoral y sólo la división entre ultranacionalistas de Le Pen e «insumisos» de Melenchon, permite mantener a un amorfo partido de estado en el Eliseo alrededor de Macron.
Además, las referencias de Macron al «voto de la ira» en su discurso de victoria apuntan a algo especialmente preocupante para el poder: aunque los resultados de la primera vuelta dieran a entender que el mito de la «unidad de la izquierda» puede volver a prender, que Le Pen sobrepasara el umbral del 40% de los votos significa que arrastró a un porcentaje relevante de los votantes tanto de Melenchon como de Pecrese. Es decir, la «unión republicana» contra la extrema derecha está dejando de funcionar... incluso entre los votantes de izquierda. La «ira» puede más que el mito antifascista del mal menor.
La «tercera vuelta» electoral
De ahí el miedo, permanente en todo el tramo final de campaña, a la «tercera vuelta». Esta tercera vuelta tendría dos dimensiones: en la primera, las elecciones legislativas. La subida de los de Melenchon que aglutinarían a la izquierda y la consolidación de un polo de extrema derecha en torno a Le Pen, podrían arrojar un Parlamento sin la consabida «mayoría presidencial» y por tanto inmanejable para un presidente poco dado a generar consensos.
De perder las legislativas frente al ala izquierda de la revuelta electoral pequeñoburguesa, Macron tendría mucho más difícil pasar sin problemas su estrategia de «reformas».
De hecho tendría difícil incluso elegir un primer ministro a su medida. Hasta ahora los nombres que se barajan en el entorno del Eliseo van de la gobernadora del BCE, Christine Lagarde a la exministra de trabajo Élisabeth Borne, es decir, el abanico de políticas que prepara Macron van desde el ataque frontal a las condiciones laborales y vitales, al ataque co-organizado con los sindicatos vestido de «intercambio» y «acuerdo social».
En ese marco, el triunfo en las legislativas de los «insumisos» significaría tener a Melenchon exigiendo el cargo y poniendo palos en la rueda de Macron hasta obtenerlo. Lo que tampoco sería una opción cómoda, porque si finalmente le nombrara significaría tener un gobierno mucho menos dispuesto a sacrificar su propia «popularidad» por el «bien mayor» de ejecutar la «visión» de la burguesía corporativa para el capital nacional. Una visión que, obviamente, la pequeña burguesía -insumisa o lepeniana- no comparte.
La «tercera vuelta» social
Pero no nos engañemos: para el futuro gobierno Macron, con la vista puesta en la reforma pensiones y de las leyes laborales, incluso con tentaciones confesas de ampliar la jornada laboral, las inquietudes vienen de la «tercera vuelta social».
El temor a un parlamento inmanejable es la expresión de que saben que poco apoyo político efectivo pueden esperar frente a una oleada de huelgas y luchas de trabajadores de una pequeña burguesía airada, crecida y en revuelta, por mucho que sus «alternativas» sean inconducentes de todo punto de vista.
Básicamente se preguntan hasta qué punto el dique sindical y de la izquierda podrán funcionar cuando «la ira» parece poder romper ya mitos básicos como la unión republicana contra la extrema derecha.
Nosotros también nos lo preguntamos. Con esperanza.