Macron y la «reconquista republicana» de la Francia islamizada
Hablar de «reconquista» de «los territorios perdidos por la república», alistar el estado para la lucha «contra el separatismo» y asegurar que «el islam político no tiene lugar en Francia» suena fuera del hexágono más propio de Le Pen que de Macron. Y sin embargo se ha convertido en una transversal del aparato político y en la base de nuevas políticas de estado. ¿Qué es lo que temen? ¿Por qué el enemigo número uno de la República francesa ha dejado de ser el jihadismo y ahora es el «islam político» que se elogiaba hace poco?
El origen de la inquietud del aparato político francés ha quedado claro con los primeros gestos y las primeras medidas anunciadas. Macron fue a Mullhouse en Alsacia, donde desde hace años, con dinero de Qatar y dirección de los «Hermanos musulmanes» se construye una mezquita gigantesca, con su propio centro comercial, pensada para ser el centro de una ciudad paralela solo para creyentes alineados con la hermandad. ¿Qué anunció Macron como primera medida? El fin de los imanes enviados desde otros países y específicamente Turquía -vanguardia política de la estrategia de la Hermandad- y Argelia, donde ligada a la oposición semi-tolerada en Egipto y al gobierno de Trípoli, la organización ha crecido en los últimos años reorganizando el paisaje del islamismo político local.
Es decir, el estado francés, que en estos días moviliza su aviación militar junto a la griega para disuadir a Turquía de iniciar una guerra en el Mediterráneo oriental, teme ante todo la aparición de una «quinta columna» política asociada a sus rivales imperialistas y en particular a Turquía y Qatar.
La estrategia de los Hermanos Musulmanes desde su origen en Egipto ha sido, efectivamente, «separatista» como la declara Macron. El ejemplo más claro es la rama palestina de los Hermanos Musulmanes, Hamas. Empezó promoviendo la creación de un equipo infantil de fútbol en Gaza y usando las relaciones con los padres para ofrecer asistencia social. Insertos en toda una red de organizaciones pensadas para ofrecer una «vida completa» en espacios propios, una buena parte de la pequeña burguesía y los trabajadores gazíes pasaron a vivir en un parque temático del islam interpretado por la Hermandad. Una sociedad re-islamizada, represiva y pacata que brotaba en el interior de la sociedad palestina. Se alimentaba de la hipocresía de la OLP y el cinismo del estado israelí, socios tácitos de la explotación brutal de los trabajadores palestinos. Militarizando y articulando férreamente esa sociedad paralela, Hamas se convirtió en un estado paralelo que impidió, primero a la OLP de Arafat y luego a la Autoridad Nacional Palestina afirmar el monopolio de la violencia que necesitaban para ser reconocidos como estado.
Si Macron da como ejes de su estrategia para «reconquistar los territorios perdidos por la república» reforzar el tejido asociativo laico y llevar servicios sociales efectivos a los barrios es porque tiene bien aprendida la lección de Egipto y Palestina.
La lección que Macron ha sacado de sus «expertos en islamismo» es que el «separatismo» de los Hermanos Musulmanes crece articulando la solidaridad donde el estado no mantiene la cohesión social mínima. No debía resultar tan chocante, es el mismo modelo tomado luego por las iglesias evangélicas para la colonización sectaria de los barrios. Pero evidentemente, el sectarismo cristiano no preocupa tanto a la república. Si insiste en que «no hay lugar para el islam político» es porque el problema social que alimenta los «separatismos religiosos» no es lo que les importa. ¿Cómo podía ser de otra forma cuando los servicios de urgencias están en crisis catastrófica y el ataque a las pensiones en su apogeo?
Si se plantea volver a hacer presente al estado como portador de «políticas de bienestar» no es porque se conmueva ante la precarización y la degradación de los barrios que el mismo estado impulsa, es porque ha encontrado un rival que le disputa el control social y amenaza además con convertirse en palanca de sus rivales imperialistas.
Pero el islamismo político no solo es un rival del estado. Es, ante todo, un enemigo violento de cualquier expresión autónoma de la clase trabajadora y deberíamos preguntarnos por qué tantos trabajadores e hijos de trabajadores lo siguen. Para el islamismo, como para cualquier derivado de los cachibaches religioso-feudales remozados para el capitalismo, el sujeto político es la Umah, la asamblea mística universal de los creyentes dentro de la cual los conflictos de clase desaparecerían mágicamente si se siguen la moral y las regulaciones religiosas. Pero en tanto separatismo, el modelo de los Hermanos Musulmanes intenta mostrar las clases y los intereses de clase como «cosa de ellos», de una sociedad laica, descreída y enferma. La fórmula mágica del islamismo político separatista de los Hermanos Musulmanes no es solo ofrecer servicios sociales. Es intentar hacerse con el monopolio de la solidaridad para demostrar que la solidaridad solo cabe dentro de la «Teocracia de barrio».
El islamismo político aun necesita y se alimenta de algo más: el racismo y su capacidad para crear el espejismo de que las divisiones de clase son en realidad religiosas. Si crece prácticamente solo entre descendientes de migrantes magrebíes y -en mucha menor medida- senegaleses y no entre la masa de trabajadores más o menos «nativos» es porque el racismo es una herramienta efectiva para crear imaginarias identidades interclasistas. El racismo sufrido por el tendero reaccionario y feudalizante que sueña el esplendor de una teocracia califal, le iguala al joven de familia trabajadora sin lugar en casa ni en la calle y sobre todo sin trabajo. Convierte en «la misma cosa» al estudiante precarizado y al hijo de cacique rural al que sus padres pagan los estudios en la metrópoli. La rabia y la frustración generadas por un sistema que nos niega y expulsa, son reencauzadas así en pegamento identitario. En Europa, sin racismo, el islamismo político no tendría asiento: su mensaje de supeditación al pequeñoburgués ultra-reaccionario, explotador, belicista, pacato, autoritario y machista, no colaría tan fácilmente.
¿Pero basta el racismo? En realidad la clave última del auge de los Hermanos Musulmanes, como de los movimientos xenófobos y nacionalistas identitaristas en los barrios trabajadores que hasta hace no mucho se consideraban «cinturón rojo» es el producto de un arrase previo y de una ausencia. El arrase previo fue el bombardeo nacionalista de décadas por los PCs stalinistas. La ausencia es la de un movimiento de clase que desnude la mentira identitaria, las falsas comunidades interclasistas de la religión, el sexo o el origen geográfico familiar, y afirme que la brutalidad de las fracturas de clase que nos imponen y niegan es en realidad la única base desde la que la lucha puede tomar un sentido realmente universal y humano.
La fractura de clase está ahí, quiere hacerse ver, quiere coser a su vez las divisiones artificiales de la «etnicidad», el sexo, la sexualidad y el nacionalismo. Quiere mostrar el mundo tal cual es…
…pero hace falta quien de el primer paso, dispute el monopolio de la solidaridad a pie de calle a racistas, sectarios e imames, y hable sin vergüenza y sin velos de que una sociedad realmente libre, sin trabajo asalariado, sin explotación ni discriminación, es posible, es necesaria y que solo la clase trabajadora -que la lleva implícitamente en todas sus reivindicaciones como tal- puede hacerla realidad. El futuro no está ni en el estado ni en los reaccionarios religiosos. El futuro está en los trabajadores.