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Lumpenización, violencia policial y racismo en EEUU

12/09/2020 | EEUU

Las protestas de Black Lives Matter, los saqueos, los disturbios y los llamamientos a centrarse en la raza se han convertido en un tema constante en los medios estadounidenses. Tanto para los medios como para los propios candidatos presidenciales, la cuestión racial resulta tanto o más importante que todo lo relacionado con el COVID-19. Nos dicen que el éxito de cualquiera de los candidatos dependerá de la forma en cómo respondan a la violencia policial, el futuro de los black businesses, etc. Por su lado, la pequeña burguesía negra, que ve en las protestas una oportunidad para atraer capital a sus negocios, caracteriza el problema de la ‎ lumpenización‎ de los barrios como un problema racial cuyo centro es el mantenimiento de la riqueza de las familias negras entre generaciones y para cuya resolución la clave sería contar con una policía reformada y reforzada tanto en número como en poder y autoridad. Pero ese tipo de soluciones, propuestas tanto por demócratas como por republicanos, no sólo deja a los trabajadores a merced de la violencia, sino que es incapaz de acabar con el proceso social que pretende atacar.

La policía y el lumpen, una vieja amistad

La expansión de la policía en los barrios trabajadores pauperizados de EEUU comenzó durante el período de los derechos civiles cuando un gobierno demócrata inició una guerra contra el crimen bajo la bandera de la mejora de los barrios negros. La primera generación de líderes formados en el movimiento de Derechos Civiles siguió esta línea fielmente. No fue un producto del racismo sureño, ni un invento de Reagan. No hay nada contradictorio en que Joe Biden hable de justicia racial mientras enfatiza la necesidad de una policía más fuerte. Tampoco en que los legisladores demócratas no tomen en serio el lema Defund the police aunque, por supuesto, hablen de la necesidad de que la policía sea justa... a fin de cuentas necesitan recuperar su legitimidad y autoridad.

No es tan fácil. La lumpenización de las ciudades y barrios trabajadores en EEUU siempre ha estado vinculada a la actividad criminal de la policía. De lo que nos habla el registro histórico del siglo XX, es de una policía que aspiraba a organizar más que a reprimir a los grupos criminales, fueran carteristas...

Entonces, si un ciudadano perdía su billetera y hacía una denuncia, los detectives sabían cuál era la banda [«gang»] que trabajaba en la zona y así podían recuperar la propiedad robada. En otras ocasiones, las bandas de carteristas se asociaban con un patrullero. Cuando una víctima descubría un robo, un policía diligente se encargaba de detener al carterista (para luego soltarlo).

...o estafadores

En 1914, la «bunco squad» [los policías que investigan las estafas] insistió en que un estafador, recién llegado a la ciudad, estaría sujeto a ser arrestado a menos que buscara a un miembro de la «bunco squad» e hiciera un pago de 20 dólares. Esto le daba al estafador el privilegio de operar; pero, si una víctima presentaba una denuncia a la policía, se esperaba que el estafador en cuestión compartiera el diez por ciento de la recaudación con la policía, aparentemente como pena por operar de forma tan ineficaz que se produjera una denuncia. El sistema incluso permitía acuerdos de crédito. Un estafador sin experiencia podía pedir permiso para trabajar hasta que ganara sus $20.00.

Pero la policía también tenía que mantener su reputación de defensora de la ley. Cuando se producían delitos particularmente notorios o cuando los periódicos se quejaban de una ola de crímenes, ordenaban arrestos en masa [dragnet arrests], deteniendo a todos, o casi todos, en una zona degradada para interrogarlos luego. Como explicaba el jefe de policía de Chicago en 1906:

No podemos acabar con [los arrestos en masa]. Los detectives y los patrulleros reciben la orden de traerlos a todos... Y lo más probable es que nueve de cada diez personas recogidas no sean culpables del crimen. Pero si con la décima vez atrapamos al culpable, habrá valido la pena para nosotros y para la sociedad.

Y por supuesto, todo volvía a la normalidad después...la policía seguía trabajando con los criminales como siempre había hecho. La situación no pudo sino empeorar durante la época de la Prohibición. El ascenso de la Mafia fue parejo a una corrupción policial generalizada.

La policía de la ciudad [Chicago] estableció rápidamente relaciones amistosas con los contrabandistas, aceptó favores que iban desde dinero hasta alcohol gratis, escoltó camiones de cerveza por las calles de la ciudad y vendió licor confiscado en las comisarías. Luego, desde 1923 hasta 1927, el alcalde William E. Dever, a pesar de su oposición personal a la prohibición, insistió en que la policía hiciera cumplir la ley; y una fuerza policial reacia cerró muchas cervecerías y destilerías y allanó tabernas clandestinas. Pero las relaciones establecidas entre la policía y los contrabandistas, combinadas con la oposición de la policía a la aplicación de la ley de prohibición, eran demasiado tenaces para que el alcalde las rompiera. Cuando Dever fracasó en su intento de ganar la reelección en 1927 por sus intentos de hacer cumplir la ley, la policía reanudó rápida y abiertamente la cooperación con los contrabandistas que había sido interrumpida pero no destruida durante su administración. Una vez más, el sistema político protegió a la policía de las presiones para tratar el problema del licor como un problema de aplicación de la ley

No sólo ocurrió en Chicago, donde el 60% de la fuerza policial estaba involucrada en el negocio del alcohol, sino que era habitual en Nueva York, donde la Mafia también prosperaba. De hecho, la corrupción de la fuerza policial, de los políticos, etc., estaba generalizada en los EEUU y era crucial para el éxito de la delincuencia organizada. Y por supuesto no se limitaba al alcohol. La prostitución y el juego también eran tolerados por la policía... que se beneficiaba de ellos.

Además, al tolerar el juego y la prostitución, la policía actuó al servicio de poderosos políticos locales, algunos de los cuales recaudaron fondos sustanciales de empresarios de los distritos de ocio. Muchos de ellos también eran socios de los grupos de juego. De hecho, en algunos distritos la organización política y los grupos de juego estaban tan entrelazados que eran prácticamente lo mismo. En esos distritos, los líderes políticos locales seleccionaban al capitán de policía sobre todo a base de su simpatía por los jugadores locales. Y algunos patrulleros del vecindario servían prácticamente como empleados de los jugadores locales. Por último, la actitud tolerante de los policías hacia el juego y el vicio surgió del deseo de complementar sus ingresos. Los jugadores, a pesar de su influencia política, solían hacer contribuciones de buena voluntad a la policías.

Las redes clientelares demócratas, el lumpen organizado y la segregación en las ciudades

Los políticos eran tan corruptos como la policía. Patrocinaban clubes de atletismo, que en realidad eran bandas [gangs] que se usaban para cometer fraude electoral y hacer todo el trabajo sucio de los demócratas para asegurar su elección. A cambio, los «gangsters» [=miembros de las bandas] recibían protección de la policía y eran contratados luego como policías o incluso cooptados como representantes políticos locales. Muchos tenían familiares que eran oficiales de policía. Y además de cometer crímenes para los políticos, gozaban de libertad para robar, competir con otras bandas y marcar territorio.

Todo esto ocurría en el marco del estallido de la primera guerra mundial y la Gran Migración, cuando las necesidades de mano de obra de la industria durante la guerra permitieron a decenas de miles de trabajadores negros del Sur rural migrar a las ciudades y huir de la violencia racista y la exclusión.

El conflicto en Europa incrementó dramáticamente las exigencias a las empresas de los EEUU para que produzcan municiones y otros bienes para apoyar el esfuerzo bélico. Al mismo tiempo, la mano de obra de la que normalmente dependían estas empresas -inmigrantes y los estadounidenses nacidos en el país- estaba disminuyendo. El reclutamiento absorbió a muchos de estos hombres, mientras que la agitación en Europa interrumpió el flujo de inmigrantes de ese área. Debido a que los afroamericanos constituían una gran parte de la mano de obra no cualificada en el sur y debido a las condiciones sociales allí, fueron objeto de intensas campañas de reclutamiento. Las empresas del norte ofrecían trabajos bien pagados, transporte gratuito y viviendas de bajo costo como incentivos para que los afroamericanos se mudaran al norte

Pero tampoco el norte estaba libre de violencia. Cuando llegaron a Chicago se enfrentaron a la violencia de las bandas patrocinadas por los demócratas. Estas bandas, como las irlandesas, evitaban por la fuerza que los negros cruzaran a su territorio. Como resultado, se concentraron en lo que se conoció como The Black Belt (el cinturón negro). Es decir, la segregación racial en las ciudades es inseparable de las bandas [gangs] y la policía que las apoyaba.

Al mismo tiempo, las agencias inmobiliarias también establecían la segregación racial mediante el establecimiento de pactos raciales que impedían que los agentes inmobiliarios vendieran casas a personas negras, judías, mexicanas, etc. Decían hacerlo para mantener el valor de la propiedad. La policía, por supuesto, se encargó de mantener esas divisorias raciales. Como no podía ser de otra manera, este sistema de división urbana intensificó la segregación y propició la aparición de gangs definidos por su raza en cada uno de los ghettos en los que se dividían los barrios trabajadores.

Los intentos de reforma de la policía

El estallido de la Segunda Guerra Mundial, la consiguiente migración adicional de trabajadores negros y mexicanos en busca de empleos industriales y la posterior destrucción de puestos de trabajo una vez terminada la guerra, empeoró una situación que ya era grave. La inversión en los nuevos barrios residenciales de la periferia superó con creces la inversión en los barrios obreros de las ciudades. La infraestructura se descuidó. Y mientras que en los barrios periféricos había cada vez más oportunidades de empleo para trabajadores cualificados y la pequeña burguesía, el desempleo en los barrios pauperizados seguía aumentando.

En ese marco de pesadilla, las bandas continuaron desarrollándose en los barrios pobres haciéndose cada vez más violentas. Los habitantes de los barrios no sólo sufrieron un deterioro del nivel de vida y un aumento de la violencia del lumpen, sino que sabían que no podían contar con una policía que siempre había sido corrupta y estado involucrada en actividades criminales. Como resultado, en los años cincuenta la policía se vio sometida a iniciativas de reforma destinadas a acabar con una corrupción que estaba muy vinculada a su relación con los políticos.

Los comisionados y jefes de policía reformadores, a menudo elegidos como consecuencia de uno u otro escándalo, se esforzaban por cambiar la naturaleza de la propia burocracia policial. Entre las reformas instituidas dentro de las organizaciones de la policía se encontraban el establecimiento de normas de selección, la formación de nuevos reclutas, la colocación de la policía en la administración pública y la concesión de ascensos como resultado de los procedimientos de prueba. La esperanza de estas reformas era disminuir la influencia de los políticos, y en particular de los líderes de los distritos electorales sobre los agentes de policía. Se esperaba que, si los procesos de reclutamiento, selección y ascenso se realizaban dentro del departamento y si se regían por criterios objetivos, los oficiales ya no tendrían que depender de los operativos políticos para sus trabajos y sus rangos.

Del mismo modo, los ejecutivos de la policía con mentalidad reformadora comenzaron a tratar de reestructurar el propio departamento, haciéndolo más burocrático, con una clara cadena de mando interna. Una vez más, la esperanza era aislar estructuralmente a los oficiales de policía de los políticos. En este sentido, muchos departamentos de policía añadieron un nivel medio de gestión a sus planes de organización; cambiaron las líneas geográficas de las comisarías de policía para que ya no calcaran los distritos electorales y crearon grupos especiales para realizar tareas específicas dentro de los departamentos.

Una de las ironías de este esfuerzo de reforma fue que la creación de grupos especiales centralizados como tráfico, investigación criminal, vicio y estupefacientes, con el tiempo tuvo el efecto de reducir los costos de la corrupción del crimen organizado. En lugar de extenderse por todo un departamento, los operadores de narcóticos y prostitución podían ahora corromper una unidad más pequeña y discreta y seguir manteniendo un alto nivel de inmunidad frente a la interferencia de la policía en sus negocios ilegales. [...]

[Más tarde,] En los años cincuenta, la profesionalización de la policía fue promocionada ampliamente como la mejor manera de mejorar la eficacia de la policía y de reformar la policía como institución. O.W. Wilson estableció el estándar para el movimiento de profesionalización cuando publicó su libro Police Administration, que rápidamente se convirtió en un proyecto para profesionalizar la policía. Wilson abogó por una mayor centralización de la función policial, con énfasis en la organización y la disciplina de tipo militar. El control de la delincuencia y la eficiencia se convirtieron en temas centrales de la administración de la policía.

Se recomendó una supervisión más estrecha de los agentes de policía; se sustituyeron las patrullas a pie por patrullas motorizadas, se consolidaron las casas de los distritos electorales y se construyeron más instalaciones policiales centrales; y se centralizaron las funciones de mando en el personal del cuartel general.

Pero la profesionalización de la policía, en vez de controlar el crimen, provocó disturbios en barrios que ya estaban muy degradados y lumpenizados.

El profesionalismo antagonizó las tensiones entre la policía y las comunidades a las que servían y creó rencor y disenso dentro de los propios departamentos. Las tácticas de control de la delincuencia recomendadas por el movimiento profesional, como los agresivos procedimientos de detención y registro, crearon un resentimiento generalizado en la comunidad.

La policía recibió instrucciones de ir a estos barrios y detener a las personas sospechosas y registrarlas. El objetivo de la policía era prevenir agresivamente el crimen, vigilando de cerca los barrios pobres. El resultado fue un aumento de la violencia policial contra todos los vecinos de los barrios que se consideraban sospechosos. La incorporación de medidas de desempleo como las cuotas de arrestos agravaron aun más la situación al llevar a los policías a aumentar las detenciones para justificar su trabajo.

Es decir, la profesionalización de la policía y su creciente presencia militarizada en los barrios, fueron la causa inmediata de las revueltas barriales de los sesenta. Además, condujo a otro cambio muy significativo en el sistema policial y penal. El gobierno calificó los disturbios como producto del caos, de una fuerza policial débil. También había llegado a la conclusión de que los programas sociales que implementaba para combatir la ‎ lumpenización‎ habían sido muy poco efectivos. Resultado: una escalada de presencia policial y contundencia, es decir, brutalidad.

Cómo convertir un problema de segregación y desempleo en guerra contra el crimen

Un mes después de los famosos disturbios de Watts, el presidente demócrata Lyndon Johnson firmó la Law Enforcement Assistance Act. También se creó una comisión de la delincuencia que se encargó de evaluar los proyectos de otra nueva entidad, la Office of Law Enforcement Assistance (OLEA).

En 1968, el nuevo proyecto de ley sobre la delincuencia de Johnson estableció la OLEA [Administración de Asistencia para la Aplicación de la Ley], dentro del Departamento de Justicia, que en el siguiente decenio y medio desembolsó fondos federales para más de ochenta mil proyectos de control de la delincuencia. Incluso los fondos destinados a proyectos sociales -empleo de jóvenes, por ejemplo, junto con otros programas de salud, educación, vivienda y bienestar social- se redirigieron a operaciones policiales.

Este fue el comienzo de la expansión masiva de la fuerza policial y las prisiones. La policía recibió cantidades masivas de fondos y continuó patrullando los barrios que sufrían lumpenización, ahora reforzada y militarizada por el gobierno, que había convertido un problema de segregación, falta de servicios básicos y desempleo en una guerra contra el crimen.

El nuevo enfoque político presentaba la lumpenización como un problema racial. Es decir, su plan se basaba en la idea de que los negros se convertían en criminales porque como grupo racial sufrían una patología cultural. La administración siguió las indicaciones de los sociólogos que afirmaban que había una diferencia fundamental entre los pobres negros y los blancos... decían que los pobres negros se habían convertido en criminales para demostrar su masculinidad y que eso respondía al trauma de haber sido criados por madres solteras. Su plan para contrarrestar la lumpenización no sólo consistía en ser más duros con la delincuencia, sino en fomentar el modelo de la familia nuclear -el hogar de dos padres con un número reducido de hijos. Y, por supuesto, el varón tenía que ser el miembro que apoyara económicamente a la familia... así recuperaría su masculinidad y, por consiguiente, evitaría caer en la delincuencia.

No resulta muy sorprendente que el problema de la lumpenización siguiera empeorando y la Guerra contra el Crimen se hiciera cada vez más brutal en las siguientes décadas.

Con Richard Nixon, cualquier elemento de la «Gran Sociedad» que hubiera sobrevivido al desastroso final de la presidencia de Johnson se redujo drásticamente, con un mayor énfasis en la policía y la construcción de prisiones. Más americanos fueron a prisión entre 1965 y 1982 que entre 1865 y 1964, informa Hinton. Bajo el mandato de Ronald Reagan, se cerraron aún más servicios sociales, o se les privó de fondos hasta que desaparecieron: hospitales mentales, centros de salud, programas de trabajo, educación infantil. Para 2016, dieciocho estados gastaban más en prisiones que en colegios y universidades

¿Qué está pasando hoy en día?

El problema de la lumpenización no solo no ha cesado sino que, en muchos sentidos, ha empeorado. Las prisiones no son ningún obstáculo... al contrario. Hay bandas enteras creadas dentro de ellas que dirigen a sus miembros en el exterior y coordinan el tráfico de drogas. La profesionalización de la policía no ha erradicado la corrupción. La policía sigue trabajando con las bandas para generar ingresos a sus miembros... incluso hay policías que son miembros de las bandas y hacen su trabajo sucio, como asesinar a los rivales o coordinar asesinatos durante las guardias.

Al mismo tiempo, la policía sigue matando cualquiera que se considere sospechoso, sean lumpen o trabajadores, y plantando pruebas contra cualquiera para cumplir con las cuotas de detención. Emplea rutinariamente una fuerza brutal contra las personas con enfermedades mentales... incluso si son niños indefensos.

Sin embargo, el lumpen que protesta contra la brutalidad policial y que saquea, no lo hace en nombre del respeto a la vida. Afirman que ellos mismos pueden hacer el trabajo de la policía... quién puede negarlo. Si se oponen a la intervención de la policía en sus asuntos es por una cuestión de costes y márgenes... que varían en función de la situación, las alianzas y los acuerdos, como en cualquier otro sector con intereses capitalitas. Preguntarle al lumpen cómo quiere que sea la policía es como preguntarle a un pequeño industrial cómo quiere que sea el estado: quiere que le deje en paz cuando comete barbaridades contra sus explotados, que actúe cuando no se basta contra ellos o la competencia, y que en cualquier caso le salga barato para no perder ganancias.

Pero la realidad es que para el lumpen, las vidas son sólo un medio para un fin -su parcelita de la ‎acumulación‎- y no le cuesta eliminarlas si eso significa defender su negocio porque al igual que la clase dirigente, el lumpen pone los beneficios por encima de las vidas de los seres humanos.

Tampoco es que las vidas importen a la policía. Su primordial es defender al ‎estado‎ y los intereses que representa mediante el uso de la violencia. Cuando la clase trabajadora actúa como tal y levanta reivindicaciones que expresan necesidades humanas universales lo primero que encuentra enfrente es un cordón policial. No tiene nada de extraño que la policía por sí misma no solo no sirva para revertir la lumpenización sino que haya contribuido con creces a ella.

Por eso el debate entre los republicanos y los demócratas es tan estéril e insustancial. Cuando Trump habla del crimen presenta a la policía como una fuerza heroica que nos protegerá de los criminales y que mantendrá la seguridad de nuestros barrios. Mientras tanto... Biden dice lo mismo. De hecho, ambos se acusan mutuamente de querer desfinanciar a la policía y se jactan de que proporcionarán a la policía nuevas y mayores partidas de gasto. Ambos hablan de cómo la policía necesita ser reformada y profesionalizada. Ambos hablan de la necesidad de paz, de evitar disturbios y saqueos. Ambos se acusan mutuamente de ser incapaces de controlar el caos. Ambos planean prohibir las técnicas de estrangulamiento. Y para rematar, ambos hablan de la necesidad de aumentar la participación de los trabajadores sociales. Las principales diferencias entre las dos posiciones son de retórica más que de contenido. Ambos siguen la lógica de los gobiernos anteriores. Y ambos buscan apaciguar a la pequeña burguesía... pero ninguno de los dos es capaz de acabar con la lumpenización y mantener la seguridad de los barrios.

Y es que la lumpenización y la brutalidad policial no son problemas raciales... son productos del capitalismo que representan una amenaza cotidiana para todos los trabajadores. La verdad incómoda: para enfrentar la lumpenización no se puede confiar en la policía, ni siquiera en los programas sociales del Estado. El futuro en ésto, como en todo lo demás, no depende de la gracia de los gobernantes, sino de la capacidad y voluntad de lucha los trabajadores.