Los trabajadores y el fin de Alemania como gran potencia

El flujo de gas se achica
Bajo presión de EEUU, Alemania canceló el NordStream2 entre sus primeras respuestas a la invasión rusa de Ucrania. Durante estos meses el flujo de gas se ha ido reduciendo. Entre otras cosas porque el propio G7 bloquea la llegada a Alemania de material crítico como parte de las sanciones a Rusia. Además, Siemens, como casi todas las grandes empresas alemanas, se sumó a las sanciones y abandonó el mantenimiento del NordStream 1. Resultado: Gazprom redujo ya en un 40% el flujo y ahora anuncia un cierre de 10 días por mantenimiento durante julio. El importador alemán, Uniper, está ya en la insolvencia y amenaza con convertirse en un Lehman Brothers a la alemana.
En realidad lo sorprendente es que siga habiendo provisión de gas. El ambiente mediático alemán es de guerra abierta. Alemania lidera la imposición de nuevas sanciones a Rusia -ya van siete rondas. El gobierno alemán no sólo ha participado en la cumbre OTAN de Madrid sino que no ha mostrado titubeos a la hora de presentar a Rusia como su principal enemigo ni a Ucrania como un ejército interpuesto en la guerra contra Rusia al que armar hasta los dientes.
¿Cabe extrañeza alguna porque Rusia les recorte el abastecimiento? Lo aparentemente «extraño», pero que muestra bien la naturaleza de clase de la guerra en ambos bandos, es que pretendan mandar a una generación entera de rusos y ucranianos al matadero y mantener mientras tanto el comercio como si nada.
La industria alemana en la picota
Disponer de gas ruso barato es uno de los pilares del modelo de acumulación alemana. Tan pronto los costes se han disparado, empresas como BASF han visto caer sus beneficios en un 30%. Si las entregas de gas cayeran por debajo del 50%, aseguran los directivos, las gigantescas fábricas de la empresa tendrían que cerrar.
BASF es una química y hace un uso intensivo de gas. Pero industrias más ligeras, casi completamente electrificadas, como la de la máquina-herramienta, tampoco están mejor. El precio de la electricidad industrial está diseñado en Alemania para que sea casi un 30% más barato que en España, cuya producción eléctrica está hecha de fuentes más baratas. Pero cuando los precios del mercado eléctrico suben un 320% en un año, no hay diseño estatal que salve la estructura de costes.
Y por si fuera poco, Alemania ni siquiera puede consumir todo el gas que llega mediante el NordStream. Austria, Chequia, Hungría, Polonia y Eslovaquia dependen para acceder al gas de la infraestructura alemana y exigen a Berlín que llegado el momento del desabastecimiento, reparta. El gobierno alemán se muestra teóricamente dispuesto. A fin de cuentas son fábricas alemanas las mayores consumidoras en esos países.
Según el gabinete de estudios de la industria bávara, si este mes de julio el suministro de gas ruso no se reanudara tras el «parón técnico», la producción industrial alemana caería en un 12,7% y más de 5,5 millones de trabajadores irían a la calle casi inmediatamente. Más allá de los primeros fríos del otoño nadie quiere especular en público.
Un primer golpe a los trabajadores alemanes
No hay que seguir a los medios alemanes en la nostalgia de un supuesto «modelo alemán feliz» que desde la postguerra a la invasión de Ucrania habría garantizado a la clase trabajadora un nivel de vida equivalente al de la pequeña burguesía.
La semana pasada se presentó en Berlín el informe de pobreza 2022, con datos de 2021 anteriores al comienzo de la guerra. Básicamente lo que refleja es el efecto sobre la vida de los trabajadores de las políticas pandémicas centradas en salvar inversiones en vez de vidas.
En términos globales la pobreza en Alemania en 2021 afectó a un 16,6% de personas, 13,8 millones total, 600.000 más que antes de la pandemia. Si antes en 2019 un 9% de los trabajadores en activo eran pobres, durante 2021 el porcentaje subió al 13,1%. Entre los jubilados la pobreza llegó ya al 17,9% y entre los jóvenes al 20,8%. En el Ruhr, una de las mayores concentraciones obreras del país, la pobreza afectaba a más del 21% de la población.
No son números bonitos. Pero son anteriores a la escalada de la inflación de alimentos y consumos básicos que, como en todos lados, afectan más que proporcionalmente a los trabajadores más precarizados. «¿Cómo será la situación este otoño, cuando las facturas con cargos extraordinarios de luz y gas lleguen al buzón?», se preguntaba Spiegel. Hoy nadie se atreve a dar una cifra.
Plan de choque, economía de guerra y sindicatos
Viendo venir el desastre y temiendo una respuesta contra la guerra, el gobierno ha aprobado un plan de choque millonario, que es en realidad un nuevo paso hacia la economía de guerra: reducción del impuesto a los carburantes (3.200 millones de euros), fin de uno de los recargos eléctricos (6.600 millones), tarifa plana de 9€ en trenes -tradicionalmente muy caros- (2.500 millones) y una deducción en la cuota del impuesto sobre la renta de 300€ a los autónomos (3.100 millones).
El «plan» ha servido para amortiguar los datos de inflación en junio, pero con todo, la anual acumulada es del 7,6%, la mayor desde la reunificación. En realidad su objetivo era liberar una parte del presupuesto mensual de los trabajadores, chupada directamente por el estado, para que estos la gastaran en consumo. Una subvención indirecta a las empresas y los agricultores con efectos colaterales sedantes para los asalariados.
¿La realidad? Los trabajadores alemanes están viendo reducido incluso su capacidad de compra de alimentos. El 39% de la población está intentando gastar menos en alimentación, el 10% «significativamente menos». Y obviamente su confianza en el futuro que el sistema y la nación les depara cae en picado según los estudios oficiales.
Así que, temiendo un estallido social que vaya más allá de lo que la extrema derecha y «Die Linke» pueden articular, Scholz ya está hablando de un Pacto de Rentas con sindicatos y patronal. Es decir, reforzar la Economía de Guerra y el capitalismo de estado para imponer una bajada de salarios que frene la inflación, sacando del bolsillo de los trabajadores lo que ahora deben pagar de más a los proveedores energéticos.
Las contradicciones de la burguesía alemana
1 La clase dirigente alemana está atrapada por su propia ideología. Por un lado ven clara la apuesta por el militarismo cuyos costes impondrían -como se esbozó en la cumbre OTAN- en nombre de la «unión sagrada» contra el «enemigo ruso»; y además quieren acelerar el Pacto Verde para «resetear» la acumulación envueltos en la bandera de la «unión sagrada» por el clima. Pero por otro siguen en la «austeridad», es decir, quieren al mismo tiempo, reducir los costes generales de explotación de la mano de obra: sanidad, escuelas, salarios de integración, etc.
De momento están cargando el gasto militar a partidas extraordinarias que no computan a efectos de déficit y deuda. Pero aunque los liberales en el gobierno de coalición sean reyes de la «contabilidad creativa» -para eso están ahí-, el mensaje que une al gobierno y a la oposición de la CDU-CSU es el del «rigor fiscal»... sobre todo para los demás estados europeos. El problema es que si juntan todas las líneas de ofensiva contra la capacidad de acceso a las necesidades de los trabajadores, su propio modelo de acumulación saltará por los aires.
Militarismo y Pacto Verde significan en primer lugar transferencias de rentas masivas y generales desde el trabajo al capital. Por eso son inflacionarias. Pero si a esa inflación se une trasladar los costes de explotación de la mano de obra a los propios trabajadores de forma directa... el resultado es una caída de demanda y una fractura social brutal... que dañaría el propio modelo de acumulación incluso si los trabajadores no reaccionaran políticamente como clase.
No es que sea novedoso, es el modelo que representan, por ejemplo, Putin y Lukashenko, Erdogan y Nazarbayev. Pero como en estos casos, es insostenible sin mercados exteriores absorbiendo casi sin límites las exportaciones y sin un desarrollo autoritario del estado. Es decir, si la burguesía «va a por todas», el camino es la socialización del militarismo y una política imperialista aún más agresiva que asegure mercados y oportunidades de inversión y capture otros nuevos, como en los modelos originales. Economía de guerra y política para la guerra.
2 Una parte de la burguesía alemana cree que la única manera de escapar y mantener «el modelo» es integrar a la UE en la economía estadounidense cuanto se pueda mientras aguante Biden. El problema es que para lograr que EEUU lo apoye tienen que desgarrar las cadenas productivas de la industria alemana y «desacoplarlas» de China.
La idea lleva tiempo sobre la mesa y es la base de la política imperialista alemana en los Balcanes, pero nunca se pretendió que pudiera ir a la velocidad que pretende Washington ni que la única ventaja de China fuera la posibilidad de producir más barato para los mercados atlánticos. De hecho ahora mismo los flujos de ganancias de sus filiales chinas por ventas en China son fundamentales para las industrias alemanas. Y la industria alemana no hace más que recordárselo al gobierno. Las declaraciones del presidente de Volkswagen por ejemplo, son algo más que una llamada de atención.
SPIEGEL: Usted también está cada vez más atrapado entre los frentes del nuevo conflicto Este-Oeste entre Estados Unidos y China. ¿A qué país te sientes más cercano?
Diess: Todos los principales mercados son importantes para nosotros. En EEUU volvemos a ser rentables por primera vez en décadas, y con una cuota de mercado de solo el cuatro por ciento, todavía tenemos mayor potencial. Y China es indispensable para nosotros como mercado en crecimiento e impulsor de la innovación.
SPIEGEL: Usted advierte constantemente contra la formación de bloques geopolíticos entre EEUU y China. ¿Deberían los jefes corporativos como usted esforzarse aún más por llevar los valores occidentales al mundo?
Diess: Ambos, también deberíamos llevar los valores orientales a Occidente. Deberíamos mediar entre los dos bloques y sacudir a Alemania. En este país, se subestima extremadamente hasta qué punto China cofinancia nuestra prosperidad. Si nos desvinculáramos de esto, Alemania se vería completamente diferente.
**SPIEGEL:** ¿Cómo?
Diess: Tendríamos mucho menos crecimiento, prosperidad y empleo. Volkswagen, por ejemplo, emplea de 20.000 a 30.000 desarrolladores en Alemania. La mitad de ellos trabajan para clientes en China. Cuatro mil millones de euros en ganancias fluyen aquí desde la República Popular cada año. Siempre les digo a mis gerentes: una gran parte de su bono se genera en China.
¿Qué debemos aprender de la situación alemana?
Las contradicciones de la burguesía alemana son las mismas que la de buena parte de las burguesías europeas: «tirar para adelante» con Pacto Verde, militarismo y austeridad significa pasar de golpe del esbozo de una economía de guerra a una economía en guerra contra las grandes mayorías sociales y especialmente contra los trabajadores.
Seguir a EEUU y acelerar y hacer más violenta al mismo tiempo la querella imperialista con Rusia y China, como vimos en el G7 y la OTAN la semana pasada, pone la perspectiva de la globalización de la guerra en la agenda inmediata, proyectándola como el horizonte principal de los estados en esta década. Ucrania sólo ha sido la primera víctima del roce y el desgarro de la globalización en bloques comerciales, políticos y militares. Un desgarro que no va a parar.
Es decir, el camino de los «sacrificios» y la «unión sagrada» no sólo significa pauperización en ascenso -ya se ve, y sólo estamos al comienzo- sino que su fin, su horizonte cada vez más cercano y ahora también visible es la guerra, la matanza masiva y general en pos del capital nacional en nombre de su trasunto imaginario, la nación, tan inviable, decadente y antihumana como aquella, su base material.
En lo que viene, no va a haber treguas en el antagonismo entre el sistema y la vida humana. Sólo nuevos episodios y fases, cada vez más crueles, cada vez más sangrientas. Y no hay apoyos en lo establecido y sus aparatos políticos y sindicales. Los trabajadores estamos solos frente a un sistema que se convulsiona de forma terrible, pero con un mundo por ganar. Es posible ganarlo. Hay que priorizar organizarse.