Los suicidios no «ocurren», se fabrican socialmente
Según la OMS cerca de 800.000 personas se suicidarán este año. De ellas unas 222.000 tendrán menos de 30 años. Desgranando los datos por países la realidad hoy es ya de un suicidio cada 4 minutos en India, 260 a la semana en Brasil y 135 al día en EEUU. En Gran Bretaña es la primera causa de muerte de los varones menores de cincuenta años. Hay 17 suicidios al día en Argentina y 10 suicidios al día en España, donde es la primera causa de muerte no natural.
Incidencia del suicidio por países.[/caption]
Pero las cifras de muertes solo son la punta del iceberg. Las estimaciones dicen que las tentativas son 20 veces más. Es decir, cada año una cantidad equivalente a dos veces la población de Suiza intentaría quitarse la vida.
Por si los numeros globales no bastaran para dejar claro que se trata de un problema social e histórico, los psicólogos apuntan como factores de riesgo la soledad, la angustia laboral y el desempleo. En EEUU, donde las tasas han subido de modo sostenido durante los últimos veinte años, los suicidios se categorizan dentro de un fenómeno más amplio, las muertes por desesperación. Por una vez hay verdad en una taxonomía oficial. Lo vemos con claridad en las cifras globales.
Como vemos en el gráfico de arriba en los países de rentas bajas el momento vital más difícil está en 25 años. En los países de rentas altas, en cambio el pico de suicidios está alrededor de los cincuenta años. En Gran Bretaña, un ejemplo típico, se da entre 45 y 49.
Para entender el porqué de esas edades de riesgo tenemos que tener en cuenta, antes de nada, que hay una correlación clara y prácticamente universal entre suicidio y clase social, que para los trabajadores se agrava con el desarrollo de la crisis y la erosión de la seguridad laboral. Cotejemos los estudios alemanes o los coreanos, la precarización y el empobrecimiento se relacionan tanto directamente con el suicidio, como indirectamente, a través del desempleo, las rupturas familiares y la disgregación del entorno comunitario. Incluso a la escala de fábricas individuales, epidemias de suicidios desde Francia a China, se asocian al empeoramiento de las condiciones dentro de esos centros de trabajo.
En este marco, los 50 en los países industrializados y los 25 en países de rentas bajas vienen a representar algo parecido. Quedar en paro a los cincuenta hoy, en España por ejemplo, es estar condenado a ser una carga para la familia. Según el SEPE, antes del acelerón de la crisis que estamos viviendo, el 57,09% de los mayores de 45 años que quedan desempleados estaban destinados a convertirse en parados de larga duración. En países como India, no haber conseguido una mínima estabilidad laboral a los 25 supone para un trabajador no poder establecer una vida autónoma, no poder casarse. Añádanse a ese cuadro la atomización de los trabajadores, las rupturas de pareja y las ideologías y expectativas sociales sobre el papel que corresponde a los varones en la familia y en la vida, y empezaremos a entender no solo cómo encajan los factores de riesgo en el marco social sino por qué el suicidio incide más en la población masculina.
¿Y el suicidio entre estudiantes? En Corea del Sur es la primera causa de muerte adolescente, en India hay uno a la hora, en Singapur hay hasta organizaciones de madres dedicadas a intentar convencer a los jóvenes para que intenten hablar con su familia antes de hacer un desastre. Primera clave: donde son un fenómeno social relevante aumentan en épocas de exámenes y especialmente tras los exámenes de ingreso a la universidad sea en Corea o en India, pero cada vez más en países como Gran Bretaña. Segunda clave: cuando vamos a edades aun más tempranas, da igual que miremos en Asia, EEUU o Chile: la proporción de niñas incrementa. El acoso por otras niñas y los abusos sexuales en la familia aparecen claramente como factores determinantes en los estudios.
No hace falta mucho esfuerzo para ver el marco general. En no pocos países, todas las expectativas familiares, tanto en familias trabajadoras como de la pequeña burguesía, están puestas en el examen de ingreso. Es visto como un momento decisivo, como la única oportunidad. En Corea el país entero guarda silencio durante un día. La responsabilidad puesta sobre los hombros de los estudiantes es abrumadora. Esa violencia se traslada a los años anteriores. La obsesión por educar para el liderazgo, para ser competitivos, unida al discurso de mil series sobre la popularidad y el éxito acaban convirtiendo la educación secundaria en una ordalía. Si añadimos la descomposición de barrios y entornos familiares y la plaga de los abusos sexuales -otro producto y acelerante de la deshumanización más salvaje- lo que nos queda es un marco en el que las contradicciones sociales caen con fuerza brutal sobre personas muy jóvenes y solas sin capacidad de superar sus efectos directos.
La gran trituradora
Los asesinatos de mujeres a manos de parejas y exparejas se relatan uno a uno en los telediarios. Los accidentes laborales se cuentan una vez al año o dos. Los suicidios se acallan salvo que ocurran en otros países. Las muertes en residencias o en fábricas durante la pandemia se presentan como hechos de la naturaleza y no producto de decisiones y prioridades. Quieren que miremos todo parcialmente, que pensamos que son problemas separados, que los consideremos en abstracto. La realidad es que el sistema entero, incapaz de proveer de verdadero desarrollo humano, se ha convertido en un peligro diario y global.
Hoy el sistema es una apisonadora que avanza renqueante en mitad de la multitud. Da igual quién la conduzca, da igual hacia dónde, da igual que el motor aumente o baje sus revoluciones. Lo importante es que nos triturará y triturará todo a su paso porque aquello para lo que existe -rentabilizar el capital- está ya en oposición directa a las necesidades de la Humanidad entera.
«La apisonadora y los trabajadores», comunicado de Emancipación.