Los peligros globales según Davos
El Foro Económico Mundial, más conocido como el Foro de Davos, presentó ayer su informe de riesgos globales, un análisis a dos, cinco y diez años de las posibilidades de generalización de las tendencias presentes. El panorama es tremendo y por ello, una verdadera confesión de incompetencia histórica y sistémica.
En lo inmediato: pandemia y pauperización
La tabla que vemos arriba resume las perspectivas de los expertos al servicio de este lobby y think-tank mundial del capital financiero. De aquí a dos años, evidentemente, la pandemia, y al mismo tiempo y después una pauperización masiva de los trabajadores que etiqueta como livelihood crisis y que caracteriza como un:
Deterioro estructural de las perspectivas y/o normas de trabajo de la población en edad de trabajar: desempleo, subempleo, salarios más bajos, contratos frágiles, erosión de los derechos de los trabajadores, etc.
No deja de resultar sorprendente: Davos, adalid de la flexibilización de los mercados de trabajo, es decir, del desarrollo de la precarización, ve ahora como un peligro su consecuencia inmediata y evidente, la pobreza. No es que haya cambiado su marco ideológico, es que nunca ha querido aceptar que lo que necesitaba el capital para reponerse de sus crisis acababa dañando sus propias bases de mercado.
La pauperización y la permanencia de la matanza pandémica son signos de la incapacidad creciente de la clase dirigente para proveer aquello con lo que su ideología justifica su propia existencia: su supuesto poder mágico para crear riqueza y la capacidad del estado para aportar seguridad vital a la población.
De aquí a cinco años: signos de colapso estructural
Davos alerta, en el horizonte de los próximos cinco años, acompañando a la pandemia y la pauperización, de la eclosión de signos de colapso estructural: crisis financieras debidas al estallido de burbujas y fallos catastróficos de infraestructura tecnológica de base.
La burbuja que está en la parte de arriba de la lista de potenciales candidatas es la de las renovables. El arranque del Pacto Verde movilizó en 2020, en medio de una recesión prácticamente universal, 500.000 millones de dólares. Lo que llevamos de 2021 permite pensar ya que este año esa cifra se superará de largo. Esas masas ingentes de capital se están aplicando a ejecutar un cambio tecnológico que, por primera vez en la historia del capitalismo, reduce la productividad en términos físicos: son tecnologías que permiten producir menos cantidad de producto por hora de trabajo que sus antecesoras. Y sin embargo, el capital espera -y a cierto punto se lo aseguran los estados, pues en eso consiste el Pacto Verde- una rentabilidad muy por encima de la media en las inversiones realizadas para conseguirlo. Si el trabajo produce menos por hora y el capital pretende ganar más por euro invertido, la contradicción solo puede saldarse con una transferencia de rentas del trabajo al capital. Ese es el objetivo inconfeso. Pero el resultado de una reducción de la capacidad de compra de los trabajadores a medio plazo es necesariamente contraproducente: las ventas caen y los créditos empiezan a ser cada vez más difíciles de pagar, las expectativas de rentabilidad del capital se tornan inviables... y las burbujas estallan. Nueva crisis financiera.
La otra alerta, está muy relacionada. La Inteligencia Artificial se ha aplicado con éxito a ciertos ámbitos, y de forma rentable a la automatización de algunos procesos, pero todos los que trabajan con este tipo de sistemas alertan de sus limitaciones y de los callejones sin salida a los que está llegando. De fondo, la IA lleva al paroxismo la concepción empirista que lastra el desarrollo del conocimiento en nuestra época histórica. Además, la IA en tanto que aplicación de capital es una burbuja en sí misma. Y es muy difícil que en el subidón de una burbuja que ha levantado miles de millones, las empresas puedan corregir contradicciones en su producto que están en su misma raíz. El problema es que cada vez más infraestructuras críticas, desde las nuevas ciudades hasta el armamento robótico y los drones depende de IAs. ¿Qué están temiendo? Que la llamada locura de las IAs que ahora vemos con cierta frecuencia en chatbots, servicios de traducción online e incluso juegos, produzca una serie de errores de alto coste en cadenas productivas y servicios públicos que lleven a una devaluación rápida de las empresas que desarrollan y suministran los sistemas.
Tanto los vaivenes destructivos de los mercados financieros como los desastres tecnológicos son signos de colapso estructural. Evidencian la incapacidad de la clase dirigente para mantener en pie un sistema hace tiempo anti-histórico y cada vez más enfrentado a las necesidades humanas.
De aquí a 10 años: expansión de la guerra y colapso de grandes potencias
Davos no es ciega. A largo plazo -diez años- ve claramente el peligro de guerra. Lo llama púdicamente el peligro de las armas de destrucción masiva. Pero lo define como:
Despliegue de armas biológicas, químicas, cibernéticas, nucleares y radiológicas, con la consiguiente pérdida de vidas, destrucción y/o crisis internacionales.
Como definición es un verdadero despropósito. Las armas de destrucción masiva están ya desplegadas. Basta repasar la evolución de los mares de Asia en el último año. Y ese despliegue, por sí mismo, no causa destrucción ni pérdida de vidas. Es el uso. Ese uso se llama guerra. Y evidentemente sigue, no precede a crisis internacionales que por otro lado cuesta creer que puedan ser opcionales.
No menos voluntariamente ambigua es la etiqueta colapso estatal. Hemos visto ya unos pocos en África en las últimas décadas: Somalia, Congo, Guinea Bissau... Sudán y Etiopía están muy cerca de colapsar ahora mismo. Y por supuesto nadie puede decir que Irak, Libia y Siria no lo fueran. Pero en realidad los autores del informe no están hablando de países semicoloniales. Eso lo dan por hecho, sino de potencias regionales e incluso globales. Cuando vamos al apéndice a buscar la definición, nos queda claro.
Colapso de un estado con importancia geopolítica mundial como resultado de un conflicto interno, la ruptura del estado de derecho, la erosión de las instituciones, el golpe militar o la inestabilidad regional y mundial.
El cuadro resulta verosímil porque es muy parecido al que hemos visto expandirse en estos años. Guerras regionales que escalan, involucran a potencias globales y bien acaban en el colapso de una potencia regional que apostó al militarismo para evitar el colapso económico, o bien entra en descomposición a consecuencia de ella. La diferencia con lo experimentado hasta ahora en la alerta del Foro es que no hay tantos estados con importancia geopolítica mundial. Y casi todos, por no decir todos, tienen o están a punto de tener armas nucleares.
Que la perspectiva de la Humanidad a diez años tenga como principal riesgo el desarrollo de guerras nucleares y la descomposición de potencias globales, evidencia hasta qué punto el mantenimiento del sistema se asocia al desarrollo de la barbarie... incluso entre la propia clase dirigente.
¿Alguna sorpresa?
El informe de riesgos globales de Davos no es una sorpresa por los peligros de los que alerta. Son los que detectamos casi diariamente en la evolución de la pandemia, la crisis y los conflictos imperialistas. Tampoco lo es la urgencia de los plazos que aduce. Todas las catástrofes que ve probables ya se manifiestan ahora, aunque no a la misma escala que describe como posible. Lo sorprendente del informe de Davos es que es una confesión. Confesión también de la incapacidad de la propia clase dominante para superar las contradicciones del sistema que la sostiene. Pero sobre todo, confesión de la imposibilidad de que el sistema pueda ofrecer un futuro a la Humanidad.