Los límites de las revueltas «populares»
La semana ha pasado marcada por el impacto... y el estancamiento político global de las revueltas.
El problema de las revueltas «populares» es que lo que define lo «popular» es la dirección de la pequeña burguesía, una clase impotente políticamente para ir más allá de la expresión de su descontento y la reivindicación de rentas y pequeños privilegios estatales. O la fase «popular» se supera pronto, apareciendo formas de organización masivas de los trabajadores con su propio programa, o las revueltas se estancan en la nada. Ejemplo, Argelia.
Esta semana, todo ha apuntado en esa dirección. La dimisión de Hariri y la respuesta represiva de Hezbollah, han consolidado la revuelta en sus términos originales. Todo apunta hacia un estancamiento de la revuelta en sí misma, acompañando a una larga y violenta agonía del aparato político libanés.
No es muy diferente en Irak, donde los estudiantes tomaron la cabeza de las manifestaciones y la violencia se ha extendido sin aportar absolutamente nada, bien al contrario, a la evolución política del movimiento.
Y es que, incluso en los lugares donde la revuelta se da en un terreno estrictamente burgués, sin que aparentemente haya posibilidad alguna de una evolución de clase, como en Bolivia, Pakistán o Cataluña, la violencia desorganizada no es solo la expresión de impotencia e incompetencia de la pequeña burguesía, es la forma en la que esta clase, tan masiva como históricamente esteril, se «enroca» entre las dos clases principales de la sociedad, postergando la evolución de la crisis política a un enfrentamiento claro e históricamente necesario entre ambas.
En ese sentido, la pequeña burguesía sigue siendo un sustento del estado y la clase dominante, así llene de llamas las calles o lo aliente. Es algo más que un estorbo. Lo estamos viendo en Chile, donde parece haber un esfuerzo coordinado y deliberado entre la pequeña burguesía en revuelta y el aparato político del estado para afirmar la «transversalidad» aunque sea a base de alargar la movilización y aceptar los costes.
Porque los costes, eso sí, son innegables para la burguesía, no solo en lo inmediato (presupuestos, valor bursatil del capital nacional, etc.) sino también en términos de posicionamiento y juego inter-imperialista. Que se lo digan a Piñera que ha tenido que cancelar la reunión de la Alianza del Pacífico y entregar a Sánchez la cumbre del cambio climático para salvar trastos. Un movimiento de extremo y probablemente involuntario simbolismo: ante la lucha de clases, Greta queda varada, las cumbres del clima huyen a 14.000 km, Piñera encuentra su par en un Sánchez que quiere «evolucionar» hacia el modelo privatizado y bancarizado de pensiones puesto en cuestión por la veta de clase de la revuelta y Sánchez se pavonea, extrayendo un poquito de carroña de América para ofrecerla en un altar europeo cada vez más ruinoso.
Ruinoso económicamente, con un nuevo empujón de la crisis en sus fases iniciales de desarrollo. Pero también ruinoso en términos de capacidad para afirmarse como referente imperialista en un contexto cada vez más abierto de confrontación. Incluso las «buenas noticias» celebradas esta semana por la burguesía europea apuntan al estancamiento que precede a un colapso: la convocatoria de elecciones en Gran Bretaña que acabará «entregando» el Brexit, la «paz» en Ucrania y los primeros pasos hacia la fusión PSA-Fiat son más un reconocimiento de fragilidad y debilidad de fondo que un avance en ningún sentido.
Y en el centro de este impasse agónico, aparece cada vez más frecuentemente la Francia macronita. El «ímpetu» de Macron, lejos de ganar credibilidad para el estado y la burguesía nacional, es cada vez menos creíble. Un ejemplo: en pos del ecologismo, el gobierno había prometido volver a poner en marcha a partir del uno de noviembre las líneas de tren de carga que han sido suprimidas estos últimos años. La línea eléctrica Perpignan-Rungis suplía a París con la fruta y verdura del sur, pero ahora yace abandonada con miles de camiones haciendo el recorrido en su lugar. Hoy en día los trenes siguen en un cementerio de locomotoras con vagones de hace más de 40 años. En medio de una oleada de despidos de personal ferroviario y abandono de las líneas de tren, ¿quién puede tomarse en serio los planes verdes que Macron enarbola como ariete imperialista y como «causa común» a la que los trabajadores deben sacrificarse aceptando un recrudecimiento de su propia explotación? Otro ejemplo: ¿Recuerdan las campañas y las promesas de afirmación democrática con las que llenó la boca en las «ultra-periferias» francesas en el Índico, la Melanesia y el Caribe? La visita esta semana a Mayotte ha mostrado tanta miseria como desesperación. Y a miles de kilómetros, en el Caribe, Guadalupe, verdadera «joya de la corona» republicana, es un escándalo en descomposición económica y política permanente.
Más importante aun. ¿Recuerdan como el gasoducto «Nord Stream 2» llevó a la ruptura del eje franco-alemán? Aliada de facto con EEUU, Francia presionó todo lo posible para evitar que tuviera lugar, encontrando un aliado inesperado en Dinamarca, cuyas aguas cruzaba el gasoducto. Pues bien, esta semana el gobierno danés ha autorizado las obras.
La sombra de una Francia en rifirafe permanente con Alemania se proyecta hacia el Este. Después del «error histórico» de cerrar la puerta a Albania y Macedonia del Norte, el ambiente en los Balcanes se hace más difícil incluso para los intereses imperialistas franceses.
La misísima Serbia mira a China a pesar de que su «Ruta de la Seda» se vea debilitada cada vez más por la guerra comercial y sus proyectos empiecen a encallar en plazas como Chequia.
A fin de cuentas, la burguesía de estado y el capital chinos tienen todavía fuelle para seguir marcando y ganando territorios comerciales, como vimos con Brasil esta semana con un Bolsonaro firmando acuerdos comerciales en Pekín como si no hubiera un mañana con EEUU.
¿Y qué hubo esta semana para nosotros?
¿Qué dejó esta semana para los trabajadores? Más promesas de guerra, ahora guerra espacial con EEUU a la cabeza. El reconocimiento del suicidio como una epidemia global, es decir, del capitalismo -esa trituradora- como una plaga. Y un goteo general y global de ataques a las condiciones de vida más básicas. Por quedarnos con dos significativas: la «socialista» España reconoce el derecho de las empresas a despedir a los trabajadores mientras están de baja y un nuevo tarifazo post-electoral en Argentina que afecta al pan, la carne, los combustibles y todo lo demás a partir de ahí. No viene nada de mejor cariz por ningún lado. La apisonadora está desbocada. La pelota está en nuestro tejado.